Es el título con el que se calificó el conflicto armado entre Honduras y El Salvador en el año de 1969. Ya se ha escrito esta historia y se sigue recordando las efemérides cada 14 de julio, a la vez que se continúa escribiendo algunas versiones que se relacionan con el asunto, tanto por sus protagonistas como por investigadores e historiadores.
En esta oportunidad, estaré proporcionando algunos datos que es muy posible no se hayan mencionado claramente durante este tiempo, o bien, estos datos se ignoraban por completo. Trataré de traducir los aspectos más relevantes de un artículo que salió publicado recientemente en la Revista “Flight Journal”, la que es editada en los Estados Unidos de América por Aviadores retirados de la USAF.
He tenido la buena fortuna de mantener contacto con algunos amigos de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América (USAF), también en situación de retiro, así como con hondureños que estuvieron en la FAH y que ahora se encuentran viviendo en aquel país del norte. Resulta que el autor de este artículo, Chuck Lyford, con la colaboración de Barret Tillman, quien me hizo la consulta específicamente sobre la misión que realizó con éxito, nuestro recordado compañero de vuelo Coronel ® Fernando Soto, Héroe Nacional, pero que es costumbre la plática entre aviadores, siempre se abordan temas relacionados con el vuelo, tal como donde fuimos entrenados la mayor parte de los Aviadores hondureños y los cursos que recibimos durante nuestra carrera de aviación, etc. Le brinde los detalles más relevantes de nuestro entrenamiento, tanto en aquel país como en el nuestro, los tipos de aviones que volamos, Bases Aéreas y si por casualidad nos acordábamos de los Instructores de vuelo. Abundamos en detalles y luego procedimos con el caso que le interesaba. A continuación, un extracto sobre el tema en cuestión: (traducción libre). Dice el relator de esta historia:
“Era el verano de 1969. Mientras la guerra en Viet Nam continuaba, una improbable disputa se preparaba en América Central. Pero para mí comenzó con una llamada a media noche de mi compañero de vuelo y buen amigo Ben Hall, y me dice: Chuck, acabo de recibir una llamada de un contacto en El Salvador, y están en guerra con su vecino Honduras. Con pocos detalles, la llamada era para averiguar si sabía de pilotos calificados en P51 que podían ayudar. Antes de escuchar más le dije: Puedes contar conmigo. Sabía que ésta era una oportunidad para una gran aventura”. Ben me dijo que el siguiente paso era tomar el vuelo de United a San Francisco (California), y encontrarnos con los representantes de la Fuerza Aérea Salvadoreña (FAS), en el Hotel Mark Hopkins.
Ben Hall fue uno de mis grandes mentores (maestro). Yo empecé a volar los Mustangs (P51) a la edad de 19 años y cambiaría de trabajo en motores que había aprendido cuando practicaba carreras de lanchas, a vuelo. Mientras estaba en San José State, compré mi primer avión, un P51D, de la Guardia Nacional de California. Nunca hubiese aprendido a volar tan bien ese avión sin la ayuda de Ben. Manteníamos nuestros dos aviones en hangares adyacentes en Paine Field, Washington, y volábamos en el área con gran regocijo”.
Después de continuar narrando algunas experiencias de vuelo que adquiere en aquel país (EEUU) y Canadá, pasa a decir lo siguiente: “En 1969, tenía 29 años de edad con un total de 3,500 horas de vuelo, incluyendo 950 horas en aviones de combate y 800 en el Mustang (P51), por lo que me sentía muy confiado. Sin embargo, ni Ben ni yo teníamos experiencia en combate, por lo que sería aconsejable incluir a alguien con experiencia de combate y entrenarnos un poco. Ben había volado en el Cuerpo Aéreo del Ejercito (Army Air Corps) durante la Segunda Guerra Mundial y había recibido algún entrenamiento en combate aéreo (Dogfighting). De esa manera, hicimos una llamada a media noche a nuestro compañero de vuelo en el Mustang y amigo, Bob Love.
Bob fue un “Ace” (título que se da al Aviador que haya derribado 5 aviones), en el F86 con seis (6) Migs derribados en Korea y había volado mi P51 en las carreras aéreas Bardahl Special en Reno, Nevada en 1964. Era bastante agresivo en vuelo”. Luego da una descripción del piloto (Bob Love), que era pobre de visión y a veces tenían que reparar el avión que volaba por golpes que recibía durante sus vuelos a baja altura, pegando en cables y árboles, este se rehusaba a usar anteojos. Luego indica que él se une al grupo en San Francisco y lo nombran como líder del grupo, ya que tenía muchos conocidos en El Salvador.
Continua diciendo: “Cuando llegamos a la reunión en San Francisco (California), fuimos recibidos por Ernesto y Roberto, con quienes hicimos una buena amistad más adelante. Ellos fueron encargados por la Fuerza Aérea Salvadoreña para contratar Pilotos con experiencia de vuelo en Mustangs (P51), debido a que sus Pilotos no habían recibido suficiente entrenamiento en el nuevo P51 Trans-Florida Cavalier. Ernesto Regalado y Roberto Llach no pudieron darnos mayor información sobre el conflicto y con un mapa de TEXACO, nos indicaron del problema que tenían en el lado Este de la frontera. Sin más que decir, la compensación fue generosa (¿?), y esa tarde todos nos encaminamos para salir a Guatemala en un vuelo de PAN AM.
Después de relatar la “aventura” que experimentaron en el viaje y una vez que aterrizaron en Guatemala, salen de manera rápida y sin avisar a la Torre de Control de Aeropuerto de aquella ciudad (¿?), y abordan un Piper Azteca hasta llegar a El Salvador. Llegan a la Zona de Guerra y se dan cuenta de que el país estaba en guerra; había artillería antiaérea alrededor del aeropuerto y ametralladoras apuntando en todas direcciones; el hangar principal había sido bombardeado y todavía salía humo del mismo. Relata: “Fuimos recibidos por el Mayor Salvador Henríquez y Archi Baldocci considerado el “padre de la Fuerza Aérea Salvadoreña”. El briefing fue dado por el Mayor Henríquez y el Mayor Peli Regalado. Conocimos que la batalla en tierra del primer día, había sido intensa y que habían sufrido bastantes bajas debido al ametrallamiento de buses en los que venía la tropa. Antes de nuestra llegada habían perdido dos (2) Corsarios y un (1) Mustang en combate aéreo y un (1) Mustang que había tenido un accidente. Otro Mustang había aterrizado en Guatemala por bajo nivel de combustible”.
“El tema más serio para la Fuerza Aérea Salvadoreña era negarle a los cazas hondureños que continuaran ametrallando las tropas en tierra. Nos dieron la oportunidad de escoger los aviones cazas y nos dijeron que podíamos iniciar de inmediato. Sin meditarlo, escogimos tres (3) P51 Cavaliers con los números 401, 403 y 405. Antes de dejar el Cuartel General de la Fuerza Aérea Salvadoreña fuimos honrados con el nombramiento de miembros de la Escuadrilla 1 del Escuadrón de Caza-Bombarderos 7 y se nos concedió el Grado de Capitán. También se nos extendieron identidades falsas, yo era el Capitán Carlos Molina de la Fuerza Aérea Salvadoreña. Recibí un traje de vuelo color negro, que no era el mejor color para estar bajo el sol, y decidí permanecer en ropa civil. Con ayuda, pude obtener una banda para el brazo de la Organización de Estados Americanos (OAS), que me identificaba Chuck Lyford como Oficial Observador. En mi otra cartera me identificaba como Capitán Carlos Molina. Cuando ocasionalmente me detenían en algún retén militar de la carretera, el Capitán Molina era saludado y se le ofrecía escolta a cualquier parte que se dirigiera.
“Después de haber inspeccionado nuestros aviones, reportamos que estos requerían de algunas modificaciones antes de entrar a combate. Los tanques de combustibles instalados en las puntas de las alas fueron quitados: necesitábamos toda la velocidad posible y no extra combustible para la pequeña área de operaciones. Lo más importante era instalar alguna especie de mira (¿?). También insistimos en que se pusiera blindaje atrás de los asientos. El aluminio de que estaban fabricados los asientos era delgado y hubiese sido traspasado por una flecha bien dirigida, no digamos con una bala de 20 mm de un F4U5 de la Fuerza Aérea Hondureña”. Continúa diciendo el autor, de todas las modificaciones y adaptaciones que le harían a los motores. También describe las cualidades del Mustang y la de los Corsarios, ya que sabía que en solo día un Corsario tenía en su haber tres (3) derribos y él quería poner igual número de bajas acreditadas al P51, lo que sería histórico en el último combate aéreo con aviones de pistón”.
Relata: “Una llamada de la frontera (no había radar), reportaron dos (2) Corsarios volando sobre ellos. Agarré mi casco de vuelo, me puse mi paracaídas y subí al avión mientras le ponían combustible y municiones. Bob y yo carreteamos rápido para no ser atacados en tierra por los cazas atacantes. Con poco calentamiento de los motores carreteamos a la pista para un despegue rápido. Cuando cerraba mi cabina, esta se atascó- y ahí estaba yo- como pato en el agua- Bob despegó rumbo norte”. Luego hace el relato de como arregla la cabina y dos minutos después logra despegar y volar junto a Bob, volando una formación abierta de dos y tratando de divisar aviones con las alas de gaviota invertidas, distintivas del Corsario. Después de unas horas sin haber visto ningún avión de la FAH, regresaron a la base de la FAS”.
Seguidamente hay un largo relato de lo que hacían con los Pilotos de la FAS, y arreglos en los aviones, pues el Comandante insistía en que se sobrevolara la ciudad para que el pueblo supiera que la FAS continuaba haciendo su trabajo. Luego dice: “Volábamos misiones tan a menudo posible pues nos pagaban por cada una de ellas más una bonificación si lográbamos infringir algún daño a los hondureños. Se nos pagaría solamente por cada avión enemigo derribado en territorio salvadoreño. Pero no importó que tan seguido voláramos a lo largo de la frontera, nunca encontramos nada en el aire. Buscamos con tanta intensidad por aviones que se nos dificultaba saber dónde quedaba la frontera en una jungla espesa (¿?). ¿Podría ser el problema de visión de Bob? Él era quien tenía el mapa.
Segundo día
“En nuestro segundo día de vuelo, se instruyó reunirnos en una pequeña pista en medio de la selva en una isla próxima al mar. Era una pista secreta de 4,300 pies –de grama-, enclavada en la selva con una aproximación limpia sobre el agua. Después de aterrizar me dirigieron a un área entre las palmeras e indicaron apagara el motor. Antes que la hélice se detuviera, mi avión estaba totalmente cubierto de enormes palmeras para ocultarlo desde el aire. Nos abastecieron de combustible desde unos camiones camuflados cargados con tambores de 55 galones que eran bombeados a mano en las alas. La munición era sacada desde la selva en carretillas. Me bajé y caminé hasta una sombra en la selva para orinar y rápidamente me retiré ante una nube negra de mosquitos que rodeó mi cuerpo. La única manera de evitarlos era estando de pie en el sol caliente. Afortunadamente, nunca estábamos en tierra por más de 30 minutos. Debido al desgaste sufrido durante los primeros días, la FAS pagaba en efectivo y recibía un Mustang cada noche. Ellos fueron adquiridos en el mercado civil de los E.U. y volados a El Salvador desde Texas. Tomaba cerca de dos días armar, camuflar, y ponerlo en la línea de vuelo. Hablé con el piloto que hacía la entrega, un granjero de Oklahoma quién estaba pasando por el mejor momento de su vida. Sin embargo, él dijo que había traficantes intentando comprar Mustangs para Honduras. Me di cuenta de que podríamos tener un problema de identificación si nos encontramos con algún Mustang extraño en el aire, y pregunté cómo lucía la bandera de Honduras. Se me informó que todas las banderas de América Central son casi idénticas: dos franjas horizontales azul con una franja blanca en el centro. Apenas en diferentes tonos de azul. ¡Grandioso! Al día siguiente comenzamos por colocar una raya amarilla alrededor de los fuselajes de nuestros Mustangs. Cada noche le agregamos otra banda, continuando el proceso en las alas. Ahora rápidamente podíamos identificar cualquier Mustang extraño a distancia.
Volamos cada día, mientras que los negociadores trataban de resolver la disputa. Debido a ese esfuerzo en curso, las nuevas normas para entablar combate llamaban a todos los combatientes a permanecer detrás de sus propias líneas fronterizas. El único problema era que la frontera real era difícil de observar en tan pequeña área con nuestros ojos siempre en el cielo. Bob Love estaba intensamente interesado en retribución. Quería encontrar a un piloto hondureño de nombre Capitán Fernando Soto. Según se informó, él derribó dos de nuestros FG-1Ds y un Mustang del 17 de julio, antes de nuestra llegada. Bob pensó que Fernando sería fácilmente encontrado liderando cualquier vuelo que encontráramos.
Debo admitir que conociendo la habilidad de Bob, Fernando tuvo la suerte de no meter su nariz traspasando la frontera (donde fuera que estuviera) estando Bob en el aire.
Me sentí bastante seguro de que habría sido ‘pan tostado’, sobre todo después que nos contaron acerca del conmovedor servicio fúnebre en memoria de uno de nuestros pilotos derribados, y se enteró de su joven viuda que vino a la base para animar a los camaradas de su esposo. Estábamos listos a proporcionar apoyo a las fuerzas terrestres después que Bob probó algunas bombas caseras de 500 lbs., pero consideramos aquellas misiones de mucho riesgo ya que era difícil saber quién estaba dónde, y rara vez se disparó por temor a dar a los nuestros.
No teníamos FAC e incluso radios aire-tierra que funcionaran. Nunca detectamos a ninguno de esos molestos Corsarios, posiblemente porque le dejamos saber a los hondureños que habían unos «muy malos» ases norteamericanos (en realidad sólo uno) esperando que cruzaran la frontera. Nuestro informante era el Suboficial del Ejército de E.U. Will McDaniel, quien trasladó a los negociadores a Tegucigalpa, Honduras, y de regreso. Le preguntaba a cualquier piloto hondureño que veía si sabían que había un precio de $25.000 por su cabeza, y les advirtió de la presencia de ‘cazadores serios’ del otro lado de la frontera. Will hablaba con fluidez el español y nos comentó sobre algunas respuestas interesantes de nuestros adversarios. Lo recompensamos con una gran cantidad de ginebra y billetes de 100 dólares.
(Nota del autor: Bob Love murió en 1986 a los 68 años. Fernando Soto partió del patrón (de vuelo) en 2006, a los 67 años).
Consideraciones personales sobre el artículo:
En base a los relatos que aparecen en esta revista, se confirma por parte del autor de este artículo, que la Fuerza Aérea Salvadoreña tuvo que recurrir a la contratación de “Pilotos Mercenarios”, por no sentirse capacitados para los combates aéreos y al haber fracasado desde un principio, en obtener superioridad aérea. Pero en todo caso, no me corresponde dar algún calificativo a las expresiones de los Pilotos contratados para defender el cielo salvadoreño, y dejaré que sean los miembros de aquella institución aérea (FAS), los que se refieran a la historia a la que estamos haciendo referencia. Por otra parte, hay relatos muy fantasiosos y poco creíbles, así como la descripción que da de la frontera, refiriéndose como jungla o selva, pues lo que tenemos en el occidente del país son bosques de pinares por excelencia. Posiblemente quien lideraba los mercenarios era corto de vista.
Lo que menciona sobre el Coronel Soto (QDDG) y la misión efectuada, fue la que ya es conocida por el pueblo hondureño y relatada por el propio Coronel Fernando Soto en su oportunidad, misión que ha quedado guardada en los anales de la historia de la aviación mundial, pues fue el último combate aéreo con aviones de pistón. Para finalizar, quiero dejar claro, que nunca supimos de esta contratación de mercenarios y que si ellos hubiesen entrado a cielo hondureño, se habrían encontrado con Pilotos diestros y de mucho valor. Es muy posible que ellos hubiesen sido los sorprendidos, pues aquí había también “Pilotos muy eficientes”, y Fernando Soto lo demostró. Después de tanto tiempo transcurrido creo que tuvieron suerte los mercenarios en no haber hecho ninguna misión a nuestro territorio. Me parece que se ufanaron mucho de sus cualidades y subestimaron lo que nosotros éramos y que nos comprometía combatir con valentía, profesionalismo y amor a Honduras.
Gral. De Brig. ® Walter Lopez Reyes
21 Oct. 2012
La Guerra del 14 de Julio de 1969
La Crónica: La mal llamada Guerra del Fútbol
La Guerra del fútbol (o la Guerra de las 100 horas) fue llamada así porque el pretexto para iniciarla fueron los incidentes derivados de un partido de fútbol que enfrentó a las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador, debido a las eliminatorias a la Copa Mundial de Fútbol de 1970.
En ella se evidenciaron las tensiones políticas entre estos dos países que finalmente los llevaron a un conflicto armado. Fue una guerra breve (duró sólo 6 días). La situación social en ambos países era explosiva y se buscaba por parte de los militares gobernantes una salida conveniente para los grupos en el poder político de cada país.
Los latifundistas controlaban la mayor parte de la tierra cultivable en El Salvador. Esto llevó a la emigración constante de campesinos pobres a regiones de Honduras cercanas a la frontera con El Salvador. En 1969, Honduras decidió redistribuir la tierra a campesinos hondureños, para lo cual expulsaron a los campesinos salvadoreños que habían vivido ahí durante varias generaciones. Esto generó una persecución de salvadoreños en Honduras y un «regreso» masivo de campesinos a El Salvador.
Esta escalada de tensión fue aprovechada por los gobiernos de ambos países para orientar la atención de sus poblaciones hacia afuera, en vez de los conflictos políticos internos de cada país. Los medios de comunicación de ambos países jugaron un rol importante, alentando el odio entre hondureños y salvadoreños. Los conservadores en el poder en El Salvador temían que más campesinos implicarían más presiones a redistribuir la tierra en El Salvador, razón por la cual decidieron intervenir militarmente en Honduras.
El 14 de julio de 1969, el ejército salvadoreño lanzó un ataque contra Honduras y consiguió acercarse a la capital hondureña Tegucigalpa. La Organización de Estados Americanos negoció un alto el fuego que entró en vigor el 20 de julio. Las tropas salvadoreñas se retiraron a principios de agosto.
Al final de la guerra, los ejércitos de ambos países encontraron un pretexto para rearmarse y el Mercado Común Centroamericano quedó en ruinas. Bajo las reglas de dicho mercado, la economía salvadoreña (que era la más industrializada en Centroamérica), estaba ganando mucho terreno en relación a la economía hondureña.
Las dos naciones firmaron el Tratado General de Paz en Lima, Perú el 30 de octubre de 1980 por el cual la disputa fronteriza se resolvería en la Corte Internacional de Justicia.
Los resultados de los encuentros fueron: el 6 de junio de 1969 Tegucigalpa: Honduras-El Salvador 1-0 (0-0 en el descanso)
el 15 de junio de 1969 San Salvador: El Salvador-Honduras 3-0 (3-0)
El encuentro de desempate tuvo lugar el 27 de junio de 1969 – El Salvador-Honduras 3-2 (1-2 en el descanso, 2-2 en de jornada completa), jugado en Ciudad de México.
La Historia: La Guerra de las Cien Horas
Para explicar el fenómeno de la mal llamada «Guerra de Fútbol» o bien llamada «de las 100 horas», es necesario revisar los antecedentes de la crisis que tuvo por expresión ese acontecimiento histórico. Desde la creación del Mercado Común Centroamericano, Honduras siempre manifestó una debilidad económica y su papel básicamente fue un mercado de los productos salvadoreños y guatemaltecos. La infraestructura industrial hondureña no creció y el contexto histórico de crisis se profundizó por las políticas de cada Estado para proteger su economía. Por eso, la llamada Guerra de 1969 es la expresión del conflicto entre ambas economías, sumado a la alta presencia demográfica de salvadoreños y el permanente e indefinido status de los límites territoriales. Honduras decidió aplicar drásticas leyes migratorias y el retorno masivo de salvadoreños estimuló al gobierno salvadoreño a realizar preparativos bélicos abiertamente llamamiento a las reservas, formación de milicias, compra de nuevas armas.
El 25 de junio de 1969 se informó por medio de un boletín de prensa que se había constituido en aquel país el Bloque de Unidad Nacional alrededor del gobierno, con la participación de todos los partidos políticos del país, las organizaciones sociales y el ejército. Estas noticias fueron conocidas en Honduras y nuestro gobierno continuó con su política de armonía diplomática. A raíz de las agresiones físicas de los aficionados salvadoreños a los jugadores de la selección de fútbol de Honduras obligó el día 25 de junio a la Secretaría de Relaciones Exteriores a emitir un comunicado en el que se pronunciaba sobre los hechos de violencia ocurridos el 15 de junio en el Estadio Flor Banca. «No es necesario remontarse -expresaba el documento- muy atrás para descubrir que el estallido de violencia antihondureñista fue algo preparado y cuidadosamente planificado. El partido de fútbol constituyó la chispa que hizo estallar la dinamita. Esta comenzó a colocarse hace ya varios años, cuando el gobierno de Honduras, en uso de su derecho, y, precisamente para evitar futuros males, invitó al Gobierno salvadoreño para que, en forma conjunta, buscaran solución al problema que constituye la desenfrenada inmigración hacia nuestro país, y simultáneamente, empezar a demarcar la frontera entre ambos Estados».
A estas alturas, aún continuaba el retorno masivo de los salvadoreños hacia su país, lo que exasperaba a la política oficial de El Salvador al no poder ubicar de manera satisfactoria a sus compatriotas y aumentan el gasto social previsto en vivienda, educación y salud. Por ello, con el propósito de frenar este flujo amenazante de personas, el gobierno salvadoreño se dirigió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en cable del 25 de junio, quejándose de que los salvadoreños residentes en Honduras habían sido objeto de «eventos violatorios de los derechos humanos, con carácter de genocidio, como asesinatos, persecuciones, agresiones, daños a la propiedad material y expulsiones masivas». La queja demandaba la presencia de una subcomisión en el terreno de los hechos con el propósito de investigarlos y ponerles fin. Al día siguiente, sin la respuesta del caso, El Salvador rompió relaciones diplomáticas con nuestro país, lo que era un claro indicio de la magnitud que el gobierno de aquel país le daba a los sucesos, principalmente al retorno masivo de salvadoreños.
Por su parte, Honduras también se dirigió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En cable del 25 de junio el Canciller de la República, Tiburcio Carías Castillo, denunciaba que el gobierno salvadoreño había incurrido en violación de los referidos derechos al permitir el atropello a los ciudadanos hondureños que habían visitado El Salvador con motivo del encuentro futbolístico del 15 de junio. La comunicación demandaba, asimismo, la presencia de observadores en territorio hondureño para estudiar los hechos denunciados y comprobar que «los ciudadanos salvadoreños residentes en Honduras no son objeto, ni lo han sido nunca, de persecuciones ni atropellos de clase alguna». A estos comunicados respondió el Secretario General de la OEA, Galo Plaza, que pronto enviaría un subcomité al lugar de los sucesos y que los Ministros de Relaciones Exteriores de Costa Rica, Guatemala y Nicaragua se habían ofrecido como mediadores en la disputa.
Tanto El Salvador como Honduras aceptaron, con fecha 28 de junio, la mediación de los Ministros de Relaciones Exteriores de los países antes indicados. De inmediato, tales ministros hicieron sendos viajes a San Salvador y Tegucigalpa con el fin de entrevistar a altos funcionarios de los respectivos gobiernos. Al finalizar las pláticas el día 30, emitieron un comunicado e hicieron ocho recomendaciones sobre la solución pacífica del conflicto: 1) reasumir la autoridad, por parte de los gobiernos, para evitar actos violentos contra los ciudadanos del otro país; 2) renunciar a las actividades bélicas por ambas partes y evitar la concentración de tropas en una franja de cinco kilómetros a uno y otro lado de la frontera; 3) tomar medidas para ponerle fin a la propaganda que incita a la violencia; 4) renovar el cumplimiento por ambas partes de los tratados vigentes sobre el Mercado Común; 5) iniciar investigaciones judiciales sobre los crímenes cometidos en los incidentes que tuvieron lugar en uno y otro país; 6) investigar los daños a la propiedad y establecer las compensaciones del caso; 7)que ambos gobiernos celebren un tratado de inmigración; y 8) establecer un mecanismo que garantice el cumplimiento de las anteriores medidas.
Como los preparativos bélicos de El Salvador eran manifiestos y en aquel país se había promovido la unidad nacional alrededor de las posiciones agresivas de su gobierno, el día 27 de junio se reunieron en Casa Presidencial más de 40 organizaciones políticas y populares de carácter nacional, cuyo primer comunicado se hizo público el 30 de junio. El mismo, decía: «por disposición del Gobierno de la República, el Comité Cívico Pro-Defensa Nacional constituye la esencia de las Fuerzas Vivas o sea el sector privado nacional. Lo integran nueve miembros de los distintos grupos político-económicos y cívicos existentes en el país. Se ha creado a solicitud del Gobierno de la República con el propósito de que el sector privado le brinde, en esta hora de emergencia, su contingente humano, espiritual y económico». El documento daba la siguiente consigna: «moderación y cordialidad hacia el pueblo salvadoreño, con énfasis muy especial en el buen trato que el pueblo de Honduras debe dar a los salvadoreños bien nacidos que conviven y han convivido por años con nosotros».
El 31 de julio, un avión comercial que despegaba del aeropuerto de Nueva Ocotepeque fue ametrallado por tropas salvadoreñas. Al mismo tiempo, unidades del ejército de aquel país atacaron el puesto aduanero de El Poy, frontera con Guatemala, mientras varios aviones de combate sobrevolaron nuestro territorio. Ante tales hechos, el gobierno de Honduras solicitó el 4 de julio una reunión inmediata del Órgano de Consulta de la OEA, formado por los Ministros de Relaciones Exteriores de los países miembros. En respuesta, el día 4 de julio se reunió el Consejo del referido organismo para considerar las medidas del caso. Después de una amplia discusión, se llegó al acuerdo de aplazar hasta el día 10 toda iniciativa de este nivel con el objeto de esperar los resultados obtenidos por la comisión mediadora de Costa Rica, Guatemala y Nicaragua. La decisión fue tomada con el visto bueno del representante de Honduras, en cuyas manos fue puesto el asunto, lo que constituyó un evidente error, pues el aplazamiento de medidas más enérgicas y de mayor nivel solo sirvió para darle tiempo al gobierno de El Salvador en el desarrollo de sus planes agresivos.
El 4 de julio llegó a San Salvador el subcomité de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El 6 de julio terminó sus investigaciones y envió una nota al gobierno salvadoreño, manifestándole que «requería de tiempo para estudiar los casos y llegar a una decisión». El 8 de julio arribó a Tegucigalpa y, después de conocer «in situ» las denuncias contra el gobierno salvadoreño, manifestó, el día 10, que le era «necesario tiempo para estudiar los cargos». Esta lentitud en el manejo del problema era realmente inconcebible, pues, mientras se analizaban hechos ocurridos un mes atrás, los preparativos de guerra por parte de El Salvador y sus planes agresivos se hacían cada vez más evidentes. Honduras, sin embargo, no los tomaba en cuenta y continuaba confiando en el buen resultado de las negociaciones encaminadas por los organismos internacionales antes indicados.
La mediación tripartita fue también un fracaso. El 8 de julio llegaron de nuevo a San Salvador los ministros mediadores. El día 10 recibieron una respuesta del gobierno salvadoreño acerca del plan de ocho puntos formulado por ellos el 30 de junio. La mayor parte de los planteamientos resultaron desaprobados por dicho gobierno, el que, además, exigió una medida inmediata sobre la cuestión que más le preocupaba: el retorno a Honduras de las familias salvadoreñas que abandonaron nuestro territorio o que fueron objeto de desalojo agrario, así como la indemnización correspondiente «por los daños físicos y el sufrimiento moral a que habían sido sometidas». El día 10 de julio viajaron los mediadores a Tegucigalpa. El 12 recibieron la respuesta hondureña al plan de ocho puntos. Honduras aceptó con pequeñas modificaciones dicho plan y el gobierno franqueó nuestro territorio «para que comisiones observadoras de la OEA comprobaran el cumplimiento del mismo». La diferencia de actitud entre ambos regímenes era más que evidente.
La agresión del 14 de julio.
El 10 de julio volvió a reunirse el Consejo de la OEA. Al discutirse el asunto, se llegó al acuerdo, una vez más, de no tomar acciones de nivel superior para permitir a la comisión mediadora que culminara sus actividades en tal sentido. La disposición se tomó, igualmente, con el acuerdo del delegado hondureño, lo que hacía más grave el error antes dicho, pues a esa altura ya era más que evidente el fracaso de los mediadores. Así lo confirmaron los hechos ocurridos el 13 de julio, cuando las tropas salvadoreñas atacaron con fuego de morteros el resguardo de El Poy y dispararon contra la población civil de la zona. Ante tales sucesos, Honduras solicitó la reunión inmediata del Consejo de la OEA, lo que se produjo el día 14. Es hasta esta oportunidad que nuestro país declaró fallidos los esfuerzos de la comisión mediadora y exigió que se reuniera «de inmediato el Órgano de Consulta, dada la extrema urgencia de tomar medidas efectivas ante la inminencia de un conflicto bélico de gran escala que puede producirse entre ambos países».
El Consejo decidió convocar el Órgano de Consulta para «una fecha que oportunamente se fijaría», asumiendo, por su parte, las funciones de aquél con carácter provisional. Pero mientras se discutía este asunto a las ocho de la noche del día 14, el representante de Honduras anunció que El Salvador había iniciado una agresión en gran escala contra nuestro país. El ataque, ciertamente, se produjo a las seis de la tarde de ese día. Aviones salvadoreños bombardearon simultáneamente las ciudades de Tegucigalpa, Gracias, Nueva Ocotepeque, Santa Rosa, Juticalpa, Amapala, Choluteca, Catacamas, Nacaome y Guaymaca. Al mismo tiempo, unidades de infantería invadieron el territorio hondureño por siete puntos fronterizos: Nueva Ocotepeque, Valladolid, Mapulaca, Sabanetas, Aramecina, Langue y El Amatillo. Los ataques continuaron los días 15 y 16 y como los mismos no encontraron mayor resistencia, pues Honduras había confiado más en las negociaciones diplomáticas que en su propia defensa, los agresores ocuparon durante esas cuarenta y ocho horas una faja de casi diez kilómetros de ancho y lo largo de la frontera.
Sin embargo, al rehacerse de la sorpresa, el ejército hondureño, ayudado en forma heroica por el pueblo, inició una contraofensiva generalizada. A las cuatro de la mañana del día 16 se contraatacó por el frente sur, de modo que, al final del día, los invasores fueron expulsados de sus posiciones. Lo mismo ocurrió por el sector de El Paraíso, donde un destacamento de doscientos paracaidistas salvadoreños y muchos civiles de aquel país pretendieron avanzar sobre nuestro territorio, pero fueron totalmente derrotados con la participación del pueblo, el que dio buena cuenta de los colaboradores. En el frente occidental tampoco tuvieron mucho éxito las fuerzas agresivas, ya que, pasados los efectos de la sorpresa, el ejército hondureño logró detener su avance hacia Santa Rosa y reducirlas a la ocupación de Nueva Ocotepeque.
El Consejo de la OEA, reunido el 15 de julio, resolvió demandar el cese del fuego a ambas partes y el retorno al statu quo ante bellum, es decir volver al asunto antes del conflicto. El punto número uno de la resolución correspondiente, dice: «de conformidad con el Artículo 7 del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, instar a los Gobiernos de El Salvador y Honduras a suspender las hostilidades, restablecer las cosas al estado en que se hallaban con anterioridad al conflicto armado y tomar las medidas necesarias para restablecer y mantener la paz y la seguridad interamericanas y para la solución del conflicto por medios pacíficos». Honduras aceptó este punto de vista ante una delegación del Comité de los Siete que visitó Tegucigalpa el mismo día 15. Sin embargo, El Salvador sostuvo que el cese del fuego y el retiro de las tropas a su situación anterior eran dos cosas muy distintas y que, si bien aceptaba lo primero sin condiciones, lo segundo debería quedar sujeto a negociación. El día 17 se precisó la actitud salvadoreña cuando dicho gobierno expresó lo siguiente: «aceptar el cese del fuego, siempre que la Comisión de la OEA pueda establecer los mecanismos que garanticen la seguridad de los salvadoreños que se encuentran en territorio de Honduras».
Por fin, el Consejo de la OEA, reunido el día 18 de julio, acordó el cese del fuego a partir de las diez de la noche de esa fecha, así como el repliegue inmediato de las tropas, «de manera que estas operaciones se terminen dentro de un plazo de 96 horas, contadas a partir de las 22 horas del día 18 de julio de 1969, hora local centroamericana». Aunque el cese del fuego se aplicó, El Salvador no puso en práctica ninguna medida para retirar sus tropas y más bien movilizó paracaidistas el día 21, de modo que, al llegar las diez de la noche del día 22, las mismas aún se encontraban en los territorios ocupados. El pretexto para asumir tal actitud era «obtener garantías efectivas, a satisfacción de El Salvador, sobre la vida y derechos de los salvadoreños residentes en Honduras, en igualdad con los nacionales hondureños».
Finalmente, después de estas injustificadas dilatorias, el 26 de julio se efectuó en Washington la decimotercera reunión del Órgano de Consulta de la OEA. Durante la misma, El Salvador tuvo la audacia de presentar la solicitud de que se aplicarán sanciones a Honduras por el supuesto delito de «genocidio» y que, conforme a los artículos 7 y 8 del Tratado de Río, todos los estados miembros rompieran relaciones diplomáticas con nuestro país para montarle después un bloqueo económico. Esto indignó a los Ministros de Relaciones Exteriores, quienes prepararon de inmediato una resolución declarando «Agresor» al Estado salvadoreño, con las consiguientes medidas de castigo. Ante tal amenaza, el gobierno de El Salvador renunció a sus pretensiones absurdas y aceptó una resolución «moderada», es decir, sin represalias para ninguna de las partes, sobre la base de retirar las tropas de nuestro territorio. Esta operación comenzó a efectuarse el 1 de agosto, mediante el procedimiento de entregar a la OEA las poblaciones ocupadas para que dicho organismo las depositara, a su vez, en manos del gobierno hondureño.
LAS CONSECUENCIAS DEL CONFLICTO.
Inmediatas:
La muerte de aproximadamente 4.000 personas.
La finalización de esfuerzo de integración regional conocido como Mercado Común Centroamericano (MCE), diseñado por EE. UU. como una contraparte económica regional para contrarrestar los efectos de la Revolución Socialista en Cuba.
El refuerzo del papel político de los militares en ambos países. En El Salvador, en las elecciones legislativas que siguieron, la mayoría de candidatos del Partido de Conciliación Nacional (PCN) de El Salvador, en esa fecha en el gobierno, salidos del Ejército, hicieron una enorme apología de su papel en el conflicto y por consiguiente resultaron victoriosos en las elecciones de diputados y alcaldes de la época.
El agravamiento de la situación social en El Salvador, producto de las deportaciones desde Honduras, ya que el gobierno tuvo que facilitar a estas personas la reinserción económica, que no se logró satisfacer adecuadamente. Aumentó la presión social que derivó en la guerra civil que viviría el país centroamericano.
“… el fútbol fue una excusa para crear un conflicto armado que ambos gobiernos militares necesitaban…”, recuerda Gregorio Gundio Núñez, entrenador del aquel seleccionado de El Salvador.
Siete años antes de la guerra entre Honduras y El Salvador, los países africanos de El Congo y Gabón entraron en un duro litigio luego de un partido de fútbol más que accidentado.
Generales:
La guerra Honduras-El Salvador produjo, naturalmente, serias consecuencias. En primer lugar está la pérdida de numerosas vidas humanas y la destrucción material. Aunque no se tiene estadísticas precisas, es común hablar de que el choque antes referido causó un total de seis mil víctimas, entre muertos y heridos. Asimismo, produjo la destrucción de pueblos enteros a lo largo de la frontera y la ruina de numerosos centros de producción agropecuaria, muchos de ellos saqueados por las bandas de maleantes que acompañaban a las tropas invasoras. Pero, además de todo esto, el conflicto alteró profundamente las relaciones entre ambos países y entre los dos pueblos. Respecto a lo primero ocurrió que los estrechos vínculos estatales, fortalecidos por una común valoración de la gesta morazánica, se rompieron rotundamente después del 14 de julio de 1969. Referente a lo segundo, sin duda alguna hubo un cambio sensible: terminó la fraternidad abierta entre los ciudadanos de uno y otro país. El sobrenombre de «guanacos», dado amistosamente a los salvadoreños en otras épocas, se volvió un insulto intolerable dentro de Honduras inmediatamente después de la guerra. Lo mismo pasó con el apodo de «catrachos» con que se nos conoce a los hondureños en Centroamérica y que se tornó una gran ofensa en territorio salvadoreño.
Desde el punto de vista económico, la mayor consecuencia del conflicto fue la ruptura de la Integración Centroamericana, un programa que ya se mencionaba como ejemplo en su género. Honduras, ciertamente, no sólo suspendió todo intercambio comercial con El Salvador, sino que también cerró sus fronteras para el paso de mercancías de otros países hacia aquél. Esta actitud, justificada plenamente, significó la desintegración el Mercado Común, pues los demás países centroamericanos no pudieron mantener con cuatro miembros una estructura que había sido concebida y organizada con cinco. Por ello, y dados los altos beneficios que para algunos de esos países significaba dicho aparato, casi inmediatamente después de concluida la guerra comenzaron los esfuerzos para tratar de convencer a Honduras de que volviera a darles vigencia a los organismos y a los tratados integracionistas.
El 4 de noviembre de 1969 se reunieron en el aeropuerto El Coco, de San José, el Presidente de Costa Rica y el de Nicaragua. Ambos resolvieron convocar a una reunión de Ministros de Relaciones Exteriores de Centroamérica, a fin de encontrar «los medios de restablecer el funcionamiento del proceso de integración económica y los organismos del programa». Los Cancilleres efectuaron esa reunión el 9 de noviembre en la capital costarricense. Allí se acordó «realizar consultas con sus respectivos gobiernos…, a fin de lograr la consolidación de la paz, la reestructuración del Mercado Común Centroamericano y restablecer el funcionamiento de los órganos y mecanismos del proceso de integración económica». El 3 de diciembre volvieron a reunirse los Cancilleres centroamericanos, oportunidad en la que acordaron estudiar el establecimiento de un modus operandi para «el actual funcionamiento del Mercado Común», con cuyo fin fue creada una comisión ad hoc.
Durante la tercera reunión de Ministros de Economía de Centroamérica, celebrada del 21 al 25 de julio de 1970, Honduras presentó sus puntos de vista sobre cómo debería ser el «modus operandi» sugerido por la reunión de Cancilleres del 3 de diciembre de 1969. En dicho planteamiento, la delegación hondureña expresó que el referido mecanismo no sólo debería considerar los problemas suscitados a raíz del conflicto Honduras-El Salvador, sino también las dificultades observadas en el funcionamiento del esquema integracionista desde su inauguración en 1960. De esta manera nuestro país proponía, en el fondo, una reestructuración total del Mercado Común Centroamericano, al contrario de lo que planteaban otros países, entre ellos El Salvador, Guatemala y Costa Rica, que limitaban sus demandas únicamente al arreglo de las dificultades surgidas a partir de julio del 69.
La fórmula hondureña, por lo tanto, encontró el rechazo de «aquellos países que a lo largo de la negociación propugnaron por mantener incólume la libre decisión empresarial y cierto tradicionalismo en la interpretación y aplicación de los Tratados». Por eso fracasó el arreglo sobre el «modus operandi» y a Honduras no le quedó otro recurso que tomar medidas defensivas de tipo unilateral. El 30 de diciembre de 1970, el Congreso emitió el Decreto No.97, por medio del que nuestro país rompía prácticamente con el Mercado Común Centroamericano y adoptaba la política de los «convenios bilaterales de reciprocidad comercial con los países centroamericanos con quienes mantiene relaciones y con otros países del mundo». Naturalmente, el referido decreto produjo una reacción airada en los demás países firmantes -Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua- deberá adoptar medidas de carácter unilateral ni suscribir convenios bilaterales con la República de Honduras».
Finalmente, debemos decir que el conflicto tuvo consecuencias de carácter político dentro de Honduras. Nuevas fuerzas sociales emergieron con mayor protagonismo y los cambios por democratizar el país dos años más tarde se concretaron en el gobierno de unidad nacional. El conflicto con El Salvador finaliza en octubre de 1980 cuando se firma el Tratado General de Paz y el diferendo fronterizo por la Sentencia de la Corte Internacional de Justicia de la Haya, Holanda, en septiembre de 1992
EL TRATADO DE PAZ.
Con la mediación del jurista peruano José Luis Bustamante i Rivero, se firmó un Tratado General de Paz entre las Repúblicas de El Salvador y Honduras, el 30 de octubre de 1980. De esa manera, después de once años de permanecer en latente estado de guerra, ambos países restablecieron sus relaciones de manera oficial. Por supuesto, para resolver en forma definitiva los problemas que dieron origen al conflicto armado de 1969. Por eso el documento antes dicho prevé una serie de medidas que tienden a canalizar la solución de dichas dificultades. El texto comprende nueve títulos, con los siguientes temas: I) Paz y Tratados, II) Libre Tránsito, III) Relaciones Diplomáticas y Consulares, IV) Cuestiones Limítrofes, V) Mercado Común Centroamericano, VI) Reclamaciones y Diferencias, VII Derechos Humanos y Familia, VIII)Compromiso de Fiel Cumplimiento y IX) Ratificación y vigencia. Sobre cada uno de estos asuntos se formulan respuestas concretas en el Tratado, por lo que el mismo reviste una importancia extraordinaria.
Sobre las cuestiones limítrofes, uno de los puntos más candentes, el Tratado plantea dos soluciones: 1) «delimitar la frontera entre ambas Repúblicas en aquellas secciones en donde no existe controversia», con cuyo fin el mismo documento señala siete secciones a lo largo de toda la línea, dejando entre ellas los puntos conflictivos; y 2) se nombra una Comisión Mixta de Límites para que, en el plazo de cinco años a partir de la firma del Tratado, demarque «la línea fronteriza en las zonas en controversia, una vez concluida la delimitación de dicha línea». Asimismo, es tarea de esta Comisión Mixta de Límites» determinar la situación jurídica insular y de los espacios marítimos», así como la demarcación de la frontera definida. Los miembros integrantes de la misma tienen el rango de diplomáticos y gozan de la correspondiente inmunidad.
En cuanto a la posibilidad de recurrir a la Corte Internacional de Justicia, el Tratado dispone: «si a la expiración del plazo de cinco años establecido en el artículo 19 de este Tratado, no se hubiere llegado a un acuerdo total sobre las diferencias de límites en las zonas en controversia, en la situación jurídica insular o en los espacios marítimos, o no se hubieren producido los acuerdos previstos en los artículos 27 y 28 de este tratado, las partes convienen en que, dentro de los seis meses siguientes, procederán a negociar y suscribir un compromiso por el que se someta conjuntamente la controversia a la decisión de la corte Internacional de Justicia». El documento le da el carácter de inapelable al fallo final de la Corte y señala que seis meses después de emitido el mismo, la Comisión Mixta de Límites deber hacer la demarcación de la línea fronteriza establecida por el fallo internacional. La Corte Internacional de la Haya pronuncia la sentencia en septiembre de 1992.
Fuente: http://www.historiadehonduras.hn