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EL ILUMINISMO

PROCESO Y VICTORIA DE LA INDEPENDENCIA

1812 fue un año bastante agitado en Honduras, especialmente en Tegucigalpa, donde el mismo primero de enero, vecinos de los barrios La Plazuela, San Sebastián y Jacaleapa, congregados en número mayor de ciento, impidieron que los españoles José Iribarren, José de la Serra y Juan Judas Salavarría se perpetuaran en el Ayuntamiento. Gracias a la protesta popular sus cargos fueron ocupados por originarios del país.

Pocos días antes, el 22 de diciembre de 1811, se había insurreccionado Granada, que era entonces el centro de mayor actividad en la provincia de Nicaragua. (El 5 de noviembre del mismo año, por otra parte, había lanzado ya el grito de independencia en la Iglesia de La Merced el cura José Matías Delgado). El pueblo granadino obtuvo, en cabildo abierto, la renuncia de los empleados españoles que huyeron a la cercana Villa de Atasaya desde donde pidieron auxilio al capitán general del reino, José Bustamante y Guerra. Éste ordenó que el batallón de Olancho, bajo las órdenes del sargento mayor Pedro Gutiérrez, y compuesto por más de mil hombres pertenecientes a las compañías de Olancho, Trujillo, Cedros, Cantarranas y Tegucigalpa, se trasladaran a pacificar a la vecina provincia del sur.

Gutiérrez se apoderó de Granada el 28 de abril, mediante capitulación de sus defensores a quienes prometió no ejercer represalias sobre ellos; pero el capitán general Bustamante y Guerra desaprobó todo lo ofrecido por el primero y mandó se procediese con rigor contra los sublevados. Aunque ninguno de los cabecillas del movimiento insurreccional fue pasado por las armas (según el bando del virrey de Aixico, Francisco Javier Venegas, cualquiera podía matar impunemente a los insurgentes) muchos de ellos fueron trasladados a puertos de España, donde algunos murieron y otros recobraron la libertad por real orden de 25 de junio de 1817.

El batallón de Olancho regresó a Honduras, en cuyos puertos de Omoa, y Trujillo permanecieron en calidad de presidiarios: Silvestre Selva, José Manuel de la Cerda, Pedro Guerrero y otros notables granadinos. El mulato Ramón Achívar, originario de Comayagua, fue acusado de ser emisario de los rebeldes de Granada ante José María Morelos, el insurrecto de México.

Julián Romero, secretario de Fray Antonio Rojas, dirigió el 10 de marzo al leal pueblo de Tegucigalpa una proclama por la cual se le acusó de infidencia y sedición. Piñol, considerando que este escrito contenía las pretensiones de los mulatos y por considerar persona peligrosa a su autor, lo remitió a Trujillo, rumbo a Guatemala. Terminado el proceso, Romero pasó de orden de Bustamante y Guerra al Cuartel de Dragones de Guatemala el 21 de Noviembre de 1812, y después fue enviado a su península natal. Fray José Rojas, presbítero de la Misión de Luquigue, Yoro, fue también procesado, pero asimismo indultado inmediatamente.

El desarrollo independentista era indetenible, aunque los actos de rebeldía carecieran muchas veces de fuerza,su organización fuera muy imperfecta o se expresaran en no pocas ocasiones, en simples gestos aislados, como el protagonizado (27 de marzo de 1812) por el esclavo Vicente Artica, arriero de 35 años, quien, a su regreso de Juticalpa, comunicó a varios vecinos de Tegucigalpa, algunos de ellos soldados, que Comayagua y todos los pueblos del reino se habían sublevado contra los chapetones y que él había encontrado en el camino de Comayagua al escuadrón de Yoro, movilizado para sofocar la insurrección popular.

Artica fue capturado el día 28 y sufrió la pena de doscientos noventa y siete azotes, atado a un palo en la plaza mayor de Tegucigalpa, como castigo por haber «propalado tantas noticias a la tropa que estaba a punto de una total deserción».

El 16 de noviembre del mismo año, otro hijo de este país, Juan Antonio Duarte Garai, (a) Pitorete, fue llevado al cepo por haber tenido la ocurrencia de gritar «¡Viva Francia y muera España!» cuando se celebraba en Tegucigalpa, un día antes, el triunfo de las tropas españolas sobre las francesas. Se le siguió proceso y salió absuelto, pero el auditor de Guerra, José del Valle, ordenó, desde Guatemala, se investigase con quienes se reunía el autor del incidente para conocer los nombres de los que venían promoviendo los disturbios.

Mientras tanto, en Comayagua, el Gobernador Piñol y Muñóz seguía de cerca los pasos de los conspiradores. El centro de irradiación de la insurgencia, según él, se encontraba en el convento de San Francisco de Tegucigalpa, tal como lo indica en carta fechada el 18 de febrero de 1812 y dirigida a Bustamante y Guerra. «Me parece de absoluta necesidad -dice el celoso gobernador en su epístola- que vuestra Excelencia disponga con los prelados de estos religiosos, que a la mayor brevedad dejen toda esta provincia, pues en cualquier parte de ella que subsistan pueden sembrar veneno, como se me ha dicho que está haciendo en el valle de Yoro, el Padre Rojas, exagerando las fuerzas y resolución de sostenerse con que se hallan los mulatos de Tegucigalpa y otras especies que pueden perturbar el sosiego de aquellos honrados vecinos».

Los amigos del sistema colonial trataban de desacreditar a los rebeldes presentándolos como peligrosos herejes que intentaban convertir en caballerizas los templos y degollar a los sacerdotes, y como trastornadores del orden público y agentes al servicio de una nación extranjera, Francia.

El 6 de julio de 1810 el capitán general González y Saravia ya había ordenado la quema de libros y toda clase de papeles que contuvieran las inicuas ideas del gobierno francés o de sus secuaces. La quema debería efectuarse por la mano del verdugo en la plaza mayor, donde se contaría con la asistencia y formalidad acostumbrada en las ejecuciones de justicia.

El 9 de marzo del trascendental año de 1821 (mismo en que muere Napoleón, en que comienza la lucha de los griegos para liberarse de la dominación turca, Simón Bolívar sella la independencia de Venezuela con la victoria de Carabobo, San Martín proclama la independencia del Perú, Santo Domingo logra la suya sin derramamiento de sangre), el capitán general Urrutia entregó el mando al brigadier Gabino Gaínza, su inspector general del ejército. Para entonces los ánimos estaban ya bastante pronunciados en favor de la independencia. El viernes 12 de enero del año indicado había llegado al Ayuntamiento de Guatemala un anónimo con cubierta y sello de Cádiz. En el anónimo, además de referirse al rechazo que hicieron las Cortes de la exposición presentada por la América Española, pidiendo una nueva organización de estas provincias, se invitaba al Ayuntamiento a que tratase de la independencia por no deber esperar justicia del gobierno español, con otras especies igualmente subversivas. En Cádiz, por otro lado, había profundo descontento entre los representantes americanos a las Cortes por su condición de minoritarios y su falta de libertad para hablar y expresar sus protestas.

El grito de independencia dado en Iguala por Iturbide el 24 de febrero produjo gran efervescencia en estas provincias, no obstante los esfuerzos del capitán general Gaínza por desfigurar la noticia. Este mandó un manifesto en el que calificaba de ingrato, pérfido y traidor a Iturbide, pedía lealtad al pueblo y amenazaba a los que osasen traicionar al rey de España.

El 14 de junio el síndico municipal Arroyave solicitó al Ayuntamiento se hiciera ante el gobierno de la provincia la necesaria gestión para que se recogiera el número dos del periódico El Editor Constitucional, dirigido por Pedro Molina, por contener este impreso especies peligrosas. Pero las medidas represivas eran incapaces de evitar que el espíritu insurreccional ganara terreno. Comenzaron a agitarse los alumnos de la universidad y el colegio. Algunas personas entusiastas se dedicaron a pedir firmas en favor de la causa. El 24 de agosto Juan O’Donojú, teniente general de los ejércitos españoles reconoció la independencia de México y el 28 la ciudad de Comitán de las Chiapas es el primer territorio que se proclama libre de la tutela hispánica. Los soldados manifiestan que ellos no toman las armas en contra sino en favor de la independencia. El regidor Larrave mociona para que el Ayuntamiento tome medidas para contrarrestar cualquier desorden que sobrevenga con el estímulo de las noticias procedentes de Nueva España. Las paredes se llenan de pasquines y letreros revolucionarios. El pueblo comienza a volverse temible.

El día 3 del mencionado mes de junio, se sabe en Guatemala que Oaxaca se ha declarado independiente. Las autoridades prohíben la comunicación por medio del correo con aquel estado mexicano. Al siguiente día el Ayuntamiento pide se reforme esa providencia y se celebra cabildo extraordinario al que asiste Gabino Gaínza. Este se muestra indeciso y los patriotas envían a don Cayetano Bedoya hacia Oaxaca con el objeto de que advierta al general Bravo, gobernador de aquel estado, acerca de los acontecimientos que se avecinan a Guatemala y solicitando, por si llegara a ser necesario, el apoyo de México.

Antes de que Bedoya pudiera cumplir su misión se recibieron (el día 13) las actas de Comitán, Tuxtla y Ciudad Real, poblaciones de Chiapas que -como ya hemos dicho- fue la primera provincia de Centro América que se declaró independiente del gobierno ibero. El Viernes 14 Gabino Gaínza firma un oficio mediante el cual invita al arzobispo, a los señores que diputasen la Audiencia Territorial, al Ayuntamiento, al Dean y Cabildo, al Claustro, al Colegio de Abogados, a los Jefes Militares y de Rentas, prelados regulares y funcionarios públicos para que, a las ocho de la mañana siguiente, asistan al salón del palacio de gobierno a fin de que lo auxilien con sus luces.

Toda la noche del 14 de septiembre fue de gran agitación y movimiento para los patriotas revolucionarios.

En la plaza había poca gente. Se notaba todavía timidez. Temor. Inseguridad.

La sesión pública comenzó con la lectura del acta de Chiapas. A continuación José del Valle, después de hacer evidente la necesidad y justicia de la independencia, concluyó que no convenía su proclamación hasta no oir el voto de las provincias. Después el Arzobispo Casaus, el oidor Miguel Moreno y José Valdés, el comandante del Fijo, Félix Lagrave, Juan Bautista Jáuregui, José Villafañe y otros opinaron igualmente que no debería tomarse resolución sin antes conocer el resultado final de los sucesos mexicanos.

El primer voto en favor de la independencia inmediata y absoluta fue el del canónigo Castilla, después de haber hablado en pro de su dilatoria su prelado y amigo el Arzobispo Casaus. También sostuvieron con energía la necesidad de proclamar la independencia en aquella misma fecha, Vilches, Larreinaga, Delgado, Córdova, O’Horan, Gálvez, Milla y otros.

José del Valle aceptó redactar el acta correspondiente que dictó a los secretarios Lorenzo de Romaña y Domingo Diéguez, haciendo después algunas correcciones en el original. El histórico documento fue firmado solamente por trece personas: Gaínza y su secretario, los seis miembros de la Diputación Provincial y los cinco del Ayuntamiento. De todas maneras, quedaron subsistentes todas las leyes españolas y todas las autoridades. Únicamente fue depuesto el coronel Legrava a quien sustituyó Romaña, también español, y que fue ascendido a coronel por aclamación del pueblo.

Pedro Molina, José Basilio Porras y la esposa de éste, María Dolores Bedoya, tuvieron una idea ingeniosa: consiguieron que algunos vecinos quemaran cohetes e hicieran sonar alegres instrumentos musicales. El ardid fue eficaz porque, al oír tanto júbilo, aún los más recalcitrantes partidarios del régimen colonial, creyendo que la emancipación ya había sido decretada, corrieron a la plaza fingiéndose seguidores suyos. La Junta se resolvió a decretarla realmente en vista de tanta concurrencia popular. Los asistentes a la sesión en calidad de espectadores comenzaron a pedir a gritos el decreto emancipador.

Gaínza tuvo que jurar la independencia absoluta.

Los impresos de la independencia llegaron a Gracias el sábado siguiente después de su proclamación. A Comayagua y Tegucigalpa llegaron el 28. En esta villa se encontraba el conspirador y secretario del Ayuntamiento, Dionisio de Herrera, en casa de Carlos Selva, cuando llegó el expreso de Guatemala. Leyó el escrito en voz alta y se puso tan nervioso que no podía hablar de la profunda emoción que lo embargaba, mientras Diego Vigil echaba al vuelo las campanas del Ayuntamiento para reunir a las gentes. «Viva la independencia, somos libres».

A Omoa los pliegos de la emancipación política llegaron el 2 de Octubre, a la puesta del sol. Los soldados gritaron: «¡Viva el gobierno americano!». El 6 de octubre se juró la independencia en Trujillo. En Juticalpa se juramentó el 14. En Texíguat el presbítero Francisco Antonio Márquez convocó a los vecinos y comisionó a Joaquín Rivera para que leyese el acta. Rivera interrumpía su lectura para que Márquez explicara punto por punto de qué se trababa. Concluidas lectura y explicación el religioso entró en un cuarto, sacó de él una pequeña cesta llena de fulgurantes monedas de plata las cuales regó, con gesto taumatúrgico, a manera de lumínica lluvia, mientras el sol se alzaba triunfal en el cielo sin nubes.

Terminaban así tres siglos de dominación absoluta.

Fuente: http://www.historiadehonduras.hn
Por Ramón Oquelí

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