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MUJERES EN LA INDEPENDENCIA

Desde los orígenes de la humanidad, la mujer nunca ha permanecido de brazos cruzados ante las múltiples exigencias de la vida. Su protagonismo siempre ha sido importante, independientemente del rol que le ha tocado desempeñar, algunos de estos roles son, incluso, insustituibles. Por ejemplo, madre de familia, esposa, ama de casa, entre otros.

También es importante señalar que en muchas sociedades, en unas más que en otras, no se les ha dado a las mujeres el lugar que les corresponde, debido a la falsa creencia de que sus responsabilidades más vinculadas al cuidado de la prole y de tipo doméstico en general, no requieren de altos niveles de formación intelectual, moral y religiosa.

En consecuencia, para nadie es un secreto que gran parte de los problemas sociales que actualmente nos aquejan tienen sus orígenes en la falta de atención de las madres hacia sus hijos, debido a que la vida moderna plantea la necesidad de que las mujeres no sólo se formen en todos los ámbitos de la vida, sino también se vean en la necesidad de trabajar fuera del hogar, a fin de poder aportar económicamente a la satisfacción de la múltiples necesidades de la familia.

Los pueblos siempre han tenido la necesidad de contar con el aporte de sus mujeres. Éstas, por su parte, siempre han sabido asumir las responsabilidades que la historia les ha demandado. Otra cosa es que muchas veces no se les quiera reconocer su valioso aporte a la familia, a la sociedad y a la vida humana en general.

En relación al papel de la mujer en los procesos de liberación de los pueblos latinoamericanos, es importante señalar que a pesar del especial interés de los historiadores sobre este suceso tan relevante para los pueblos del Continente, hay un aspecto importante sobre el cual hacen poca referencia. En relación a esto, es conveniente aprovechar el contexto de las celebraciones correspondientes al 185° Aniversario de la Independencia Centroamericana, para hacer referencia a la contribución de algunas mujeres a los procesos de liberación de nuestros pueblos.

El licenciado Clodoveo Torres Moss, historiador y catedrático universitario guatemalteco, sumó en fecha reciente a la bibliografía de su país y de Centroamérica una interesante obra titulada La mujer Centroamericana en el Proceso de la Independencia. La introducción de su libro justamente señala que la participación de los distintos estratos sociales en ampliamente investigado. Sin embargo, no se ha profundizado lo suficiente, ni los investigadores han sido objetivos ni ecuánimes cuando examinan la participación de la mujer en dicho proceso. Priva en ellos, a veces, el criterio estereotipado de presentar la culminación del mismo -la histórica Junta del 15 de Septiembre de 1821- como lo más grande, lo más heroico, lo más digno de rememorarse y de registrarse en las páginas de la Historia; presentan a quienes asistieron a esa magna Junta y se pronunciaron a favor de la causa de la Independencia, firmando el acta respectiva, como los únicos próceres de tan noble y justa causa.

LAS MUJERES Y LA INDEPENDENCIA CENTROAMERICANA

En el caso concreto de las mujeres salvadoreñas que participaron en el proceso de Independencia Centroamericana, los historiadores siguen en deuda con las nuevas generaciones, ya que la escasez de información es notoria. Sin embargo, la Asociación de Mujeres por la Dignidad y la Vida publicó en fecha reciente un documento titulado Las mujeres en la historia de la independencia y la educación, en el cual hacen referencia a las hermanas Miranda a María Felipa Aranzamendi y Manuela Antonia Arce de Lara, mujeres que, según el documento en mención, estuvieron directamente vinculadas al proceso mencionado. La publicación de Las Dignas dice lo siguiente:

LAS HERMANAS MIRANDA

María Feliciana de los Ángeles y Manuela Miranda propagaron las noticias independentistas por su campiña natal de Sensuntepeque, que se alzó en insurrección el 29 de diciembre de 1811 en el punto conocido como Piedra Bruja.

Capturadas por las autoridades españolas, las hermanas Miranda fueron recluidas en el Convento de San Francisco de la localidad de San Vicente de Austria y Lorenzana, donde escucharon la sentencia que las condenaba a sufrir cien azotes cada una, para después ingresar como siervas sin paga en el convento local y en la casa del cura párroco.

María de los Ángeles murió en el primer trimestre de 1812, cuando su espalda desnuda recibió la septuagésima descarga del látigo, manejado por el verdugo frente a la multitud reunida en la Plaza Central de San Vicente. Al momento de su muerte, su edad rondaba los 22 años. Por su martirio, en los altares de la libertad centroamericana, fue declarada Heroína de la Patria, mediante el Decreto Legislativo 101, fechado el 30 de septiembre de 1976.

MARÍA FELIPA ARANZAMENDI

En diciembre de 1808 y en la ciudad de San Salvador, María Felipa Aranzamendi y Aguilar contrajo matrimonio con Manuel José Arce, con quien procreó a cuatro hijos y siete hijas.

Debido a las enfermedades que aquejaron a su esposo durante sus años de estancia en la cárcel, tras el fallido intento independentista de enero de 1814, María Felipa tuvo a su cargo los bienes familiares y parte de la defensa judicial de su esposo. Labor de la que se vio imposibilitada algún tiempo, pues quedó paralizada durante varios años a causa de uno de sus múltiples embarazos.

María Felipa permaneció al lado de Manuel José Arce en los buenos y malos momentos de las luchas de independencia, durante la guerra para impedir la anexión a México, en sus años como Presidente Federal de Centro América y hasta lo acompañó al exilio en México, cuando el prócer independentista abandonó el istmo para retornar casi al momento de su muerte.

MANUELA ANTONIA ARCE DE LARA

Manuela Antonia de Arce y Fagoaga nació en la ciudad de San Salvador, el 23 de junio de 1783, en el hogar formado por Antonia Fagoaga de Aguilar y Bernardo José de Arce y León.

El 4 de mayo de 1811, Manuela Antonia contrajo matrimonio con Domingo Antonio de Lara, con quien procreó a dos hijas.

Tras los hechos del Segundo Grito de Independencia, ocurridos el 24 de enero de 1814, Manuela Antonia se convirtió en la defensora judicial de su hermano y de su esposo. El 17 de mayo de 1817, Domingo Antonio fue condenado a sufrir ocho años de prisión en las cárceles cubanas de El Morro. Fue Manuela Antonia quien hizo las gestiones para que Domingo fuese indultado en junio de 1818 y excarcelado al año siguiente. Gracias a ella, Domingo Antonio y Manuel José Arce pudieron continuar libres y activos, en la lucha por la emancipación centroamericana.

DOÑA DOLORES BEDOYA DE MOLINA

De muchos es más o menos conocido el aporte de una valiente mujer guatemalteca que al paso de los años se ha tenido como un símbolo de las incansables luchas por la libertad, luego de tres siglos de inhumano sometimiento. Se trata pues de doña Dolores Bedoya de Molina. La participación de la Sra. de Molina fue algo más que la quema de petardos y la música para atraer al centro de la ciudad a los habitantes de todos los barrios de la capital para que hicieran presión, a fin de que la Asamblea decretara la Independencia.

Según Manuel Vidal (1) la noche del 14 de septiembre de 1821, el marqués de Aycinena, el Dr. Pedro Molina, José Francisco Barrundia y la esposa del Dr. Molina, doña María Dolores Bedoya de Molina, acompañada de numeroso grupo de mujeres, recorrieron los barrios invitando a sus seguidores, los llamados léperos o gente de la plebe ladina, para reunirse temprano en la plaza, frente al Palacio. Era la primera vez que la barra – gente llevada con el objeto de presionar a una asamblea- figuraría en la política centroamericana. Sin embargo, al día siguiente la gente no concurrió en el número esperado. La barra daba sus primeros pasos con timidez. El propio Doctor Molina refiere que en la plaza había poca gente y para hacer mayor el concurso, era necesario animar a los tímidos. Don José Basilio Porras y doña María Dolores idearon poner música y quemar muchos cohetes. El artificio fue eficaz, porque hasta los contrarios concurrieron fingiéndose partidarios de la Independencia al creer que ya había sido decretada, a causa de los gritos, la música y los cohetes. Casi todos la consideraban la mujer del momento, aunque no a todos les merezca la misma admiración.

Es importante señalar que existe en el Archivo General de Guatemala una valiosa obra histórica titulada Pedro Molina, Patricio Centroamericano, la cual aporta importantes datos sobre el Matrimonio Molina -Bedoya y de sus hijos, incluyendo numerosas fotografías. Vale decir que es innegable el aporte histórico de esta obra. No obstante, si queremos ser justos y fieles con nuestra Historia, debemos seguir indagando sobre la contribución de las mujeres al proceso de emancipación en Centroamérica.

MANUELA SÁENZ

“LA LIBERTADORA DE EL LIBERTADOR”

Otro caso relevante relacionado con la participación de las mujeres en las luchas de independencia, esta vez en Sudamérica, corresponde a Manuela Sáenz, una mujer extraordinaria que nació en Quito, una hermosa ciudad situada entre volcanes, justamente en una zona entre la Catedral y el Palacio Nacional, en la Plaza Mayor. Según Eduardo Galeano (2), Manuelita Sáenz, a los quince años vestía ropa de varón, fumaba y domaba caballos; no montaba de costado, como las mujeres de su tiempo, sino de piernas abiertas y despreciando monturas. Más tarde, a los dieciséis años, en el Convento de Santa Catalina, aprendió a bordar y a tocar el clavicordio. A los veinte contrajo matrimonio con el respetable médico inglés James Thorme. Sabedora de que la libertad no se mendiga, sino que se conquista con las armas en la mano, abandonó la comodidad de su hogar, para incorporarse activamente al proyecto libertario de Bolívar, razón por la cual ahora la conocemos como “La Libertadora del Libertador”, en clara alusión a sus luchas al lado de Simón Bolívar.

 LAS HERMANAS TOLEDO Y LA INDEPENDENCIA DE PERÚ

“¡No pasarán, mientras tengamos vida..!”, gritaron las hermanas Toledo, y en alas del viento llegaron las palabras a los oídos de las tropas españolas, suscitando la ira de éstos.

Alboreaba el 3 de marzo de 1821, día señalado por el destino para escribir el nombre de las tres mujeres en las páginas gloriosas de la Historia del Perú. Poco sabemos de la vida de estas tres mujeres. La madre llamada Cleofé y las dos hijas, para algunos historiadores María e Higinia, para otros Teresa y Rosa. En lo que sí concuerdan es que las dos hermanas poseían una rara belleza, aumentada, si se quiere, con la altivez de su gesto por la noble causa que defendían.

El Gral. José Alvarez Arenales se encontraba acantonado en Huancayo, esperando órdenes, cuando el Gral. Canterac decide que los coroneles Carratalá y Valdez ataquen a los patriotas por la vanguardia simultáneamente encerrándolos en un anillo, propiciado por las escarpaduras de la serranía.

Pero los espías se adelantan al designio, avisando a Arenales, el que repliega sus tropas a Jauja. Valdez decide, entonces, pasar por Concepción, pero no cuenta que las débiles fuerzas de tres mujeres serán obstáculo insuperable para sus planes. Ellas con ardor arengan a los indios y vecinos del lugar para aprestarse a la lucha. Se dice que las Toledo eran personas prominentes y de gran honorabilidad.

La madre y las hijas encomiendan la defensa a un sargento que quedó herido en el avance de las tropas y recogiendo todo cuanto puede ser útil para la lucha, disponen que aliste a los naturales, mientras ellas empuñan las armas como todo valiente soldado.

Cuenta la historia que mientras los españoles abrían fuego contra los indios y vecinos, que luchaban tesoneramente, arengados por ellas; los primeros comenzaron a desplazarse sobre un puente colgante enclavado entre dos barrancos, con una extensión de ochenta varas más veinte de altura sobre el río Mantaro. Las aguerridas mujeres se arrojaron sobre las amarras del puente para cortarlas, pese al fuego que los españoles hacían sobre ellas. La operación ejecutada con gran heroísmo y destreza logró su objetivo hundiendo al enemigo en las envueltas aguas del Mantaro. Valdez, ciego de ira, las conmina a que se rindan, pero las mujeres responden con desprecio al intento.

 

El Cnel. Valdez suspende la lucha al caer la tarde y se dirige con sus tropas humillado, jurando venganza, aguas abajo, en busca de un paso cerca de Huancayo que le permita llegar a Concepción, lo que logra hacer. Pero en este lapso las Toledo y los vecinos se refugian en las montañas, donde permanecen entre los indios, hasta que los patriotas vuelvan.

José Álvarez Arenales afirma que las heroínas Toledo fueron condecoradas con la Medalla de Vencedoras por el Generalísimo don José de San Martín, otorgándoles el sueldo y grado de Capitán hasta su muerte, premiando así el arrojo de las mujeres que defendieron la causa de la Independencia

LEONA VICARIO Y LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO

María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de Salvador nació el 10 de abril de 1789 en la Ciudad de México, hija de Gaspar Martín Vicario, un español peninsular y de doña Camila Fernández de Salvador, una noble criolla. Pudo educarse al nivel de los hombres, algo raro en esa época, recibiendo desde niña una sólida formación intelectual que le fue muy útil, ya que le tocó vivir años muy importantes en la Historia de México.

Leona era una mujer de férreo carácter, que desde un principio comulgó con la causa de la Independencia y lo proclamaba sin ningún empacho desde el balcón de su casa.

Conoció al joven yucateco Andrés Quintana Roo, pasante de derecho, del que se enamoró. Ambos compartían las mismas ideas de libertad y eso afianzó su relación, a la que se opuso su tío y tutor, al quedar huérfana de padre y madre, el abogado Agustín Fernández de San Salvador, enemigo acérrimo de los insurgentes.

Andrés Quintana Roo, quien ya pensaba unirse a los insurgentes, pidió la mano de Leona a Don Agustín, quien se la negó, argumentando que el joven era pobre. Andrés se trasladó a Tlalpujahua, donde se unió a las fuerzas de Ignacio López Rayón y, ante la forzosa separación, la joven buscó la manera de ayudar por su cuenta a la causa de la independencia.

Leona Vicaria, junta con su primo, hijo de su tutor Fernández de San Salvador y su hermana, la Marquesa de Vivanco, tomó parte en la concepción del proyecto insurgente desde el mismo centro de su élite. Ayudó al movimiento libertario en todo lo que le era posible. Leona distribuía la correspondencia rebelde, recibía en su casa a los jefes y ayudaba a las familias de los apresados.

Teniendo la capacidad y recursos para ser partícipe y libre, gastó el patrimonio que había heredado, aún sus joyas, enviando a los insurgentes dinero e información acerca de los movimientos políticos y militares que observaba en la capital del Virreinato.

Su principal medio de expresión era la escritura y por esta vía fue una invaluable líder insurgente. Se comunicaba mediante informes en clave publicados en el periódico «El Ilustrador Americano». Leona Vicario tomó los nombres de sus personajes literarios favoritos para aplicarlos a los conspiradores. Entre ellos, José María Morelos, Miguel Hidalgo, Ignacio López Rayón y tantos otros líderes insurgentes. Hoy es considerada no sólo como heroína de la Independencia Mexicana, sino también como la primera mujer periodista de México.

También enviaba y recibía noticias por medio de heraldos secretos, haciendo llegar a los conjurados dentro de la capital los informes que Quintana Roo le enviaba desde los campos de batalla. Ella fue quien dio la noticia en México de que los insurgentes acuñaban moneda propia. Así mismo, proveyó de armas y comida al ejército rebelde y trató de convencer a los mejores armeros vizcaínos de que se unieran a la guerra de independencia, por lo que fue delatada como conspiradora, siendo aprehendida y recluida en su casa, bajo la vigilancia de su tutor

Vicario, de espíritu rebelde, se escapó y huyó al pueblo de San Juanico, Tacuba, en donde reunió a varias mujeres, entre ellas su ama de llaves, con el propósito de unirse a la causa insurgente.

Don Agustín, al percatarse de la ausencia de Leona, llamó a las fuerzas reales para buscar a la joven insurgente; esto hizo que descubrieran su iniciativa rebelde en Tacuba, por lo que fue procesada el 13 de marzo de 1813. Al ser amenazada con pasar el resto de su vida en la cárcel si no delataba a las personas resguardadas bajo los seudónimos de su invención, Leona Vicario eligió la cárcel perpetua. Fue sentenciada a permanecer en el Convento de Belem de las Mochas, en la Ciudad de México y le fueron confiscados todos sus bienes.

El 22 de abril de ese mismo año, seis hombres disfrazados de fuerzas reales la rescataron y sacaron de la ciudad con rumbo a Oaxaca, donde se encontraba Morelos. Leona llevaba bajo su amplia falda una pequeña imprenta, pues los rebeldes editaban en forma rudimentaria su periódico «El Ilustrador Nacional». Participó en algunos combates y continuó difundiendo las noticias sobre lo que ocurría en el frente de batalla, como corresponsal de guerra.

Tres años más tarde, en 1816, Leona Vicario contrajo matrimonio con Andrés Quintana Roo en Chilapa. La pareja acompañó a las tropas de José María Morelos, padeciendo peligros y penurias, compartiendo todas las vicisitudes de las campañas militares.

Siguieron al Congreso de Chilpancingo hasta la captura de Morelos, cuando tuvieron que emprender una penosa peregrinación durante un año, a salto de mata por las abruptas serranías, buscando refugio en la sierra de Tlatlaya, en el Estado de México. Allí, el 3 de enero de 1817, en una cueva de la montaña, nació Genoveva, su primogénita, de la que fue padrino Ignacio López Rayón.

Quintana Roo tuvo que huir, dejando escrita una carta en la que solicitaba el indulto, para que su esposa la entregara al ser aprehendida. Un año después, Vicente Vargas, al mando de veinte soldados de las fuerzas reales, sorprendió en su refugio del pueblo de Tlacocuzpa a Leona Vicario y a su pequeña, a quienes condujo a Temascaltepec, donde se encontraron con la buena nueva de que se les había concedido el indulto solicitado por Don Andrés para su familia, aunque éste debían cumplirlo en España.

El valeroso matrimonio se vio obligado a acogerse al indulto, fue exiliado a España y, finalmente, confinado en la ciudad de Toluca, donde Leona y Andrés residieron hasta 1820, cuando regresaron a la Ciudad de México. Aquí, Andrés Quintana Roo se dedicó al ejercicio de su profesión de abogado y a escribir obras literarias e históricas.

Leona Vicario, a pesar de haber traído al mundo a sus dos hijas en plena campaña insurgente, fue una mujer cuya convicción ideológica la llevó a sacrificar todas las comodidades materiales a cambio de mantener una congruencia de pensamiento y acción.

Una vez consumada la Independencia, Leona y Andrés se mantuvieron muy activos en la defensa de la república federal. Andrés Quintana Roo fue diputado, senador y presidente del Tribunal Supremo de Justicia y fue Secretario de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Gómez Farías. Leona, además de colaborar con él en sus tareas políticas, combatía con su pluma los actos que le parecían en contra de la nación mexicana. Ambos actuaron siempre con una gran inteligencia política.

El Congreso de 1822 decidió que Leona Vicario recibiera, en reconocimiento a su labor a favor de la causa de la Independencia y como restitución de parte de sus bienes incautados por el gobierno virreinal, las propiedades de la calle de Santo Domingo esquina con Cocheras, hoy Brasil, esquina con Colombia, así como las propiedades de los números 9 y 10 de esta última calle.

Leona Vicario murió a las nueve de la noche del 21 de agosto de 1842, a los 53 años de edad, en la casa de Santo Domingo. Nueve años le sobrevivió Andrés Quintana Roo, su amante esposo y compañero de incontables aventuras libertarias.

La vieja casona ubicada en Brasil 77 esquina Colombia 3, en el Centro Histórico de la Capital mexicana ha sido convertida en el Museo “Leona Vicario”. Hay dos placas en la fachada con las siguientes inscripciones: «Dedicada a la Heroína de la Independencia» en azulejo; mientras que la otra dice: «La mujer mexicana a Leona Vicario en reconocimiento a sus servicios a la Patria».

En 1900 sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres y en 1925, al monumento del Ángel de la Independencia, donde reposa al lado de los demás caudillos de ese movimiento.

Desde 1948, el nombre de la heroína ilustre Leona Vicario se encuentra escrito con letras de oro en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, como representante de la mujer que le dio la patria a México.

CONCLUSIÓN

Como el objetivo del presente artículo no es agotar toda la información existente en los libros de Historia sobre la participación de las mujeres en los procesos de independencia de España, hemos querido hacer referencia únicamente a casos muy ejemplarizantes, los cuales esperamos sirvan de estímulo para que aquellos lectores, interesados en indagar sobre el tema, puedan hacerlo por su cuenta. Al respecto es importante señalar que la lista de mujeres comprometidas con la independencia de nuestros pueblos es interminable. Por ejemplo, tenemos el caso de Javier Cabrera, una mujer extraordinaria que figuró ampliamente en la Independencia de Chile; María Vellido y Juana Padilla, en Perú; Josefa Ortiz de Domínguez, en México, entre otras.

Es importante señalar que todas las mujeres latinoamericanas que actuaron con relieve en el caminar de la emancipación política merecen que nuestras instituciones educativas y culturales, lo mismo que los investigadores históricos, se interesen en realizar una profunda investigación sobre este tema, el cual sin temor a equivocarnos daría como resultado la obtención de una documentación amplia, veraz, objetiva y de innegable valor histórico para todos los pueblos latinoamericanos. Sobre todo ahora que corremos el riesgo de perder nuestra identidad histórica causa de las tendencias globalizadoras.

Todas las mujeres que se esforzaron, y continúan esforzándose por heredarnos un mundo mejor, deben ocupar el lugar que les corresponde en la memoria histórica de nuestros pueblos. De ahí que haya necesidad de recordarlas con la misma admiración y respeto que se recuerdan a todos aquellos ciudadanos ilustres que mostraron gran interés por heredarnos una condición de vida libre, soberana e independiente, al modo que lo hicieron por ejemplo, nuestros próceres de la Independencia Centroamericana. Una gesta gloriosa que ha llenado de sentido la vida de nuestros pueblos durante estos ciento ochenta y cinco años que estamos conmemorando precisamente durante este mes de septiembre.

Fuente: http://www.historiadehonduras.hn

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