Desde 1866, se nota la presencia en Honduras de algunas plantaciones de bananos, entre otros en Islas de la Bahía, en la región insular atlántica del país. Esas plantaciones pertenecían a pequeños finqueros, hondureños y norteamericanos quienes exportaban las frutas hacia los Estados Unidos, aprovechando el pasaje de barcos mercantes americanos que hacían la travesía del Mar Caribe.
En otras regiones, las medidas tomadas por los reformadores liberales en favor de la agricultura estimularon la producción bananera. Esta se implantó sobre todo en el norte, en la proximidad de los puertos de La Ceiba, Omoa y Tela, favorecida también por la existencia en esta región de una pequeña red ferroviaria.
Hasta aquí, la producción estaba en manos de pequeños finqueros hondureños y norteamericanos, mientras que la comercialización del producto y su exportación eran realizadas por compañías extranjeras instaladas en los puertos.
La producción se desarrolló, hasta representar en 1988, el 23% de las exportaciones totales del país. Al mismo tiempo, el papel de las compañías exportadoras cobraba importancia. En los últimos años del siglo pasado -según Mariñas Otero- habían más de veinte compañías que buscaban asegurarse la recolección de bananos y su exportación hacia los Estados Unidos. Citemos, entre otras: la Atlantic Fruit Company, la Vaccaro Brothers Company, la Pizzati Brothers Company, la Cammors McConnel,…
Hasta poco antes de la primera guerra mundial, la explotación bananera no tuvo un carácter monopólico. Es preciso señalar, sin embargo, que un movimiento de concentración se inició desde principios de este siglo, cuando algunas de las compañías que hemos citado pasaron de la comercialización a la producción directa de la fruta. Mencionaremos, entre los primeros grandes productores extranjeros, las familias italianas Vaccaro y D’antoni, y el americano W.F. Streich. Los dos primeros se instalaron desde 1902 en La Ceiba, el tercero en 1905 en Cuyamel, donde el gobierno le otorgó una concesión.
La empresa de los hermanos Vaccaro prosperó rápidamente, después de haber sido beneficiados por el Estado hondureño, con el otorgamiento de 250 hectáreas de tierra por cada kilómetro de línea ferroviaria construida por ellos. La empresa Vaccaro deviene en 1924 en la Standard Fruit Company, ésta más tarde, en 1926, se convirtió en la Standard Fruit and Steamship Corporation.
Después de la revolución financiada por Samuel Zemurray en 1911 la política de otorgamiento de concesiones a los inversionistas extranjeros se intensificó. La intención era siempre la de desarrollar y modernizar la economía del país.
Se trataba, en efecto, de obtener de los inversionistas extranjeros, a cambio de las tierras que les eran concedidas, que ellos tomaran a su cargo el establecimiento de la infraestructura de carreteras, ferroviaria, marítima, etc. que permitiría una comercialización más fácil de los productos agrícolas, favoreciendo así el desarrollo de la agricultura.
La obligación, para el beneficiario de una concesión, de construir a cambio una determinada cantidad de kilómetros de vía ferroviaria, o de carretera, era acompañada de exenciones fiscales totales sobre todo lo que concernía a tales trabajos: importación de los materiales necesarios, construcción, mantenimiento, etc. Como en el caso de las compañías mineras, esas exenciones eran acordadas por un término renovable de veinte años. Además de la Vaccaro, ya citada, otras compañías, como la Cuyamel Fruit Company y la United Fruit Company, se beneficiaron de esa política.
Es interesante ver, brevemente, a través del desarrollo de estas compañías, como se aceleraba el proceso de concentración que finalizaría en el monopolio absoluto.
La Cuyamel Fruit Company fue fundada en 1911 por Samuel Zemurray. En 1912 esta compañía obtenía la concesión de 10.000 hectáreas de tierra en la región de Cuyamel, en el norte de Honduras (decreto No.78 del 4 de marzo de 1912). A esta concesión vinieron a agregarse las 5.000 hectáreas compradas por Zemurray a William Streich.
La United Fruit Company había sido fundada en 1899 bajo las leyes del Estado de New Jersey, hasta poco antes de 1914 su actividad en Honduras se limitaba a la comercialización de los bananos, y eso, por medio de compañías intermediarias, como la Salvador Oteri y la Michel Machecca, establecidas en La Ceiba. Desde 1905, sin embargo, esta se aseguraba el control, que conservó hasta 1918, del 46% de las acciones de la Vaccaro Brothers Company.
Desde 1905, igualmente, esta detentaba el 60% del capital de la Hubbard-Zemurray Company, la primera de las compañías creada por Zemurray; más tarde, hacia el comienzo de la primera guerra mundial, la United Fruit Company adquirió el 35% de las acciones de la segunda compañía creada por Zemurray, la Cuyamel Fruit Company.
En un segundo momento, la United Fruit Company pasó de la comercialización a la producción directa de los bananos en Honduras obteniendo concesiones a nombre de dos compañías que fundó a este efecto en 1912: la Tela Railroad Company y la Trujillo Railroad Company. En 1914, esas dos compañías detentaban en conjunto 15.000 acres de tierra, o sea más de 6.000 hectáreas.
En contrapartida de las tierras otorgadas por el Estado hondureño, la Tela Railroad Company se comprometió a construir 12 kilómetros de línea ferroviaria por porción de 6.000 hectáreas concedidas, y la Trujillo Railroad Company, 20 kilómetros por la porción de 10.000 hectáreas cedidas.
La United Fruit Company se había convertido de este modo en un verdadero imperio, un “Estado en el Estado” en cada país donde esta desarrollaba sus operaciones. Esta compañía poseía su propia flota (la White Fleet) y, hacia 1913, se evaluaba en alrededor de 852.000 acres, casi 345.000 hectáreas, las tierras que detentaba en América Latina. Era además propietaria de 669 millas de línea ferroviaria en los diferentes países de la región. Se le consideraba con toda razón la compañía americana más importante de la América Central.
Sin embargo, la prensa hondureña, sobre todo la liberal, criticaba muy a menudo la política demasiado generosa del Estado respecto a las compañías extranjeras. Por ejemplo, El Nuevo Tiempo, de Tegucigalpa, veía en ello una fuente de toda clase de males: políticos, económicos, y también morales.
Las demandas de concesiones de las grandes compañías despertaban, según ese periódico, la ambición de los funcionarios y los llevaba a la corrupción. Muy a menudo, decía, “se ha abusado de la consideración maliciosa de nuestros altos funcionarios públicos”, y se ha estigmatizado la fórmula corriente: “ya sé que tendré que gastar algunos pesos y obsequiar algunas copas de champagne para obtener la concesión”.
De hecho, la política de concesiones se revelaba como un mercado de abusos y timos, era además un fracaso para el Estado hondureño. Como era de esperarse, las compañías beneficiarias de las concesiones solo instalaban la infraestructura en la medida en que sus necesidades en intereses lo requerían.
El ministro americano en Honduras, John D. Ewin, lo observaba desde 1915:
“…en mi opinión, ellos nunca se propusieron cumplir con esto desde el principio. Ellos se propusieron usar esas líneas para sus propios propósitos particulares, en el transporte de la fruta de sus plantaciones a la costa y agotar el kilometraje estipulado”.
Ewin agregaba que el gobierno hondureño estaba conciente de su impotencia frente a las grandes compañías, listas a emplear todos los medios, comprendida la corrupción y el fomento de insurrecciones, para defender sus posiciones.
Tales temores -decía Ewin- no carecían de fundamento, bastaba recordar a Samuel Zemurray y sus actividades de 1911:
“El contribuyó con 100.000 dólares y (…) sus naves transportaron armas y municiones para aprovisionar el movimiento revolucionario que puso al General Manuel Bonilla en el poder”.
Por Marvin Barahona
Fuente: http://nacerenhonduras.com