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CASI NOS QUEDAMOS SIN UN PADRE REYES.

Hace ya varios meses les contábamos de las dificultades que se encontró nuestro ilustre Padre José Trinidad Reyes para aprender el latín. Sin embargo, esta sólo fue una dificultad menor en comparación a lo que le costó llegar a sacerdote, según nos lo contaba don Ramón Rosa en sus Obras Escogidas, seleccionadas por don Marcos Carías: “Reyes tenía resuelta su vocación. Después de obtener brillantemente, con las calificaciones más honrosas, los títulos de Bachiller en Filosofía, Teología y Derecho Canónico, pensó en poner los medios de seguir y terminar su carrera eclesiástica. Iba a ordenarse, a ver cumplidos los mandatos de su vocación. Pidió sus letras al Prelado de esta Diócesis, que lo era, en calidad de Vicario y Provisor, el señor Deán Don Juan Miguel Fiallos. El noble Deán rehusó al humilde Reyes sus letras, por el motivo, entonces muy poderoso, de que pertenecía a la clase de los plebeyos…No obstante, Reyes no exhaló una sola queja. Resignado, dobló la cerviz ante la adversidad, y, grande en su desgracia, se limitó a escribir a sus afligidos padres, diciéndoles: “Si Dios me llama al sacerdocio, no habrá quien se lo impida”. Confió y esperó. En trance tan difícil, en situación tan dolorosa, Fray Ramón Rojas, Guardián del Convento de los Recoletos, de quien se dice que murió en olor de santidad, vino en ayuda de Reyes, que, aunque resignado, estaba profundamente entristecido por la negativa del Deán Fiallos. Rojas aceptó al pretendiente como novicio, en el Convento, quien logró ordenarse de menores el año de 1819, de Sub-Diácono el de 21 y, hecha su profesión religiosa, Diácono y Presbítero el de 22, recibiendo las sagradas órdenes de manos del Obispo García Jerez. Nicaragua reparó la falta de Honduras”.
Es este tipo de pruebas las que forjan el carácter de los hombres. Al pobre de don José Trinidad no lo querían por pobre ni siquiera quienes más amor deben profesarles. Y ahora, usted también lo sabe.

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