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EL CIUDADANO FERNÁNDEZ

Hoy les traigo una de esas historias que no parecen salidas de nuestra tierra, algo así como un western de esos clásicos, en que los vaqueros logran ganarle, gracias a su inteligencia superior, a los indios. Y la tomamos del libro de don Rafael Heliodoro Valle, Anecdotario de mi Abuelo:
A fines de 1871 los indios de Curarén se sublevaron contra el gobierno del General Medina. Los facciosos fueron derrotados en el combate de La Arcadia; pero a pesar del éxito que ahí realizaron las armas de Van Severen, Streber y Salvador Cruz, los indios resolvieron atacar Tegucigalpa, valiéndose de un ardid que les dio buen resultado: escribieron a Van Severen invitándolo a una conferencia más allá del Cerro de Hule, la cual se verificaría con el jefe gobiernista cuya firma había sido falsificada. El general salió de Tegucigalpa, con sus 25 valientes armados de winchesters, desamparando la ciudad. En la cuesta de la Malalaja lo atacaron los facciosos, lo hirieron y lo hicieron recular.
A la una de la tarde del 20 de noviembre, los curarenes se hallaban en los alrededores de Comayagüela. Traían cuerdas para colgar a nuestros pacíficos abuelos, cargas de leña para dar fuego a la ciudad y la villa, puñales para degollar a los ciudadanos prominentes, y en el alma un rencor que se traduciría en la violación de las vírgenes, el arrasamiento de las casas y la profanación de los altares. ¡Ay de tí, Tegucigalpa! ¡Tus días estaban contados en el reloj de la historia!
Los patriotas serían 20; y aunque el pánico cundía en los más bragados, aquel núcleo de tegucigalpenses se atrincheró en la altura de El Jazmín, donde hoy está la (vieja) Casa Presidencial, lugar estratégico para poner a raya a los bandoleros. Un joven Midence rompió el fuego en cuanto apareció la vanguardia enemiga. Los indios sabían que se había pedido refuerzos a Olancho y que el socorro venía; pero que, cuando llegase, ya ellos se habrían repartido con la cuchara grande. La escaramuza fue reñida, de dos horas, y en ella murieron ocho de los atacantes, sin que hubiera bajas en los del otro bando. Los facciosos empezaron a retroceder y los que estaban en El Jazmín, al notar la fuga, pasaron el río, y, avanzando por las calles de Comayagüela para atacarlos más recio, uno de los patriotas tuvo la ocurrencia de lanzar este grito: “¡Adentro olanchanos, aunque cansados!”.
Los indios, al oír la arenga de León Fernandez, se desbandaron en completo desorden, siendo perseguidos con encarnizamiento hasta el Llano del Potrero, en donde los heridos y los prisioneros garantizaron aquella victoria del civismo.
Quisiera una lápida con el nombre del olanchano Fernandez, y que el recuerdo se enseñase esculpido en un trozo de mármol que se puede incrustar en uno de los malecones de El Jazmín. Así lo hubieran hecho los romanos, que eran adoradores fanáticos de sus ciudades.
Y ahora, usted también lo sabe.

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