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EL MISIONERO Y LOS INDIOS

Antes de retomar otras lecturas que tengo pendientes y que debo compartirles, quisiera que le dieran una mirada a este texto que sale de nuevo del libro de don Pompilio Ortega, Patrios Lares. Contiene una de esas formas dulces con que la religión fue entrando en nuestra población, a veces disfrazada de magia:
Donde fue verdaderamente admirable el Misionero fue en la región de Yoro y Olancho, con los indios Xicaques. Por miles bajaban hombres, mujeres y niños a donde él estaba, para ser bautizados. Unos decían que venían adonde él porque habían soñado; otros porque lo habían adivinado; otros porque veían a sus amigos venir hacia él y así por el estilo.
El Misionero les enseñó a vestirse, a leer y a creer en Dios. Cuentan que cuando quiso bautizar al cacique Cohayatlbol, éste y el sacerdote tuvieron una larga discusión. El cacique le decía que a él le convenía creer más en Malotá (dios del Mal) que en el Dios de los cristianos, porque el primero nada prohibía, mientras que el segundo le restringía sus derecho. El misionero hizo que le diera un fuerte dolor de cabeza y después le preguntó:
-¿Te ha dolido la cabeza alguna vez?
-En estos momentos me duele más que nunca, dijo el cacique.
-Si te dejas bautizar, agregó el Misionero, ese dolor se te quitará inmediatamente.
Cohayatlbol se admiró tanto de aquel milagro, que le dio permiso de bautizar a toda su gente. Esto sucedía en las proximidades del nacimiento del río Cuyamapa, uno de los más bellos y más ricos en pescado que hay en Honduras, que da sus aguas al río Comayagua. Es un bello paraje al pie de las montañas de Pijol: extensas sabanas verdes, pinares espesos combinados con los bosques de liquidámbar; todo fragante, fresco y vivificante. En esre lugar se encuentra la aldea de Subirana, para cuyos habitantes el recuerdo de aquel hombre constituye la mejor página de su historia.
Y ahora, usted también lo sabe.

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