Anoche platicábamos alegremente, con el buen amigo Sergio Sánchez, acerca de este programa y de cómo hay quienes se molestan cuando “desaparece” por unos días -por vacaciones-, cuando pierde la “hebra” de algún tema de particular interés -para evitar el aburrimiento-, o cuando, simplemente, no complace las expectativas de algún lector u oyente. Parece que está logrando su propósito de hacer renacer el interés por nuestra historia que tanto hace por nuestro sentimiento como nación y no puedo menos que agradecerlo. Si nos siguen con paciencia, verán que más temprano que tarde sigo escarbando en el tema que les ha gustado. Hoy, sin embargo, quiero contarles algo más de lo que doña Doris Zemurray Stone nos dejó en sus “Estampas de Honduras”, para que nos hagamos una idea de lo que era la sed de riqueza de los conquistadores:
En la frontera de la región oriental el grupo cansado y medio hambriento que había seguido por la costa experimentó la postración nerviosa, el desengaño, la absoluta frustración que ha enviado a hombres de menor voluntad al mundo fronterizo de las locuras. Habían tenido luchas continuas con los aborígenes. Dos de los españoles y varios de sus esclavos indígenas quedaron muertos en el camino. Habían sufrido largas marchas bajo los rayos penetrantes del sol tropical; el cruce de desembocaduras fluviales se hizo cada vez más traicionero con sus arenas movedizas, sus tiburones varados por el retiro de la marea, y los caimanes. En ciertos puntos, los mosquitos y el inevitable jején hacían insoportable la vida, y por todas partes se les presentó el hambre. La escasez de alimento les roía las entrañas. Sus pocos caballos estaban sin herrar y tenían los cascos desgarrados por las cortaduras de piedras implacables; los hombres medio desnudos; cuya ropa en su mayoría confeccionada por los nativos, estaba reducida a andrajos por el viento, el sol y la lluvia. Sí, había sobrada razón para que las lágrimas furiosas empañaran sus ojos cansados. Cuba, la Hispaniola y hasta Jamaica evocaban el lujo y la vida holgada, mientras en una costa desierta y salvaje las glorias de la conquista aparecían veladas, inciertas.
Pero Francisco de Las Casas había escogido hombres de temple. Uno, el que había designado como alcalde, era Medina. Decidió éste cumplir sus órdenes y convenció al cansado grupo para que se establecieran allí. Medina fue elegido para el puesto con el recargo de capitán, y el 18 de mayo de 1525, Trujillo fue fundado en la pequeña cumbre que se eleva al este de la quebrada Cristales, vigilando las aguas de la bahía.
Atrás, prácticamente rodeando la nueva población, hallábanse los ricos terrenos en donde se cultivaba y se efectuaba el intercambio del maíz, los frijoles, la yuca y una variedad de alimentos. No muy distante se encontraba la provincia interior de Huilancho (Olancho) en donde había muchos establecimientos de gentes industriosas cuyos gobernantes las tenían sometidas a grandes y florecientes comunidades. Lo que en verdad resultaba más importante, desde el punto de vista del español, era que estas provincias vecinas tenían habitantes que hablaban mexicano y que antes comerciaron con los súbditos de Moctezuma. Sabiéndolos llevar, el crecimiento de Trujillo sería relativamente fácil…
No fue fácil, pero ahora, Usted también lo sabe.