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EL OJO DE AGUA

A pesar de los largos años que tengo de hacerlo, a veces me parece que leo a don Rafael Heliodoro Valle por primera vez. Así me ocurre, y espero que también a ustedes, con este texto hermoso que tomo de sus “Tierras de Pan Llevar”:

Luna lunera,

cascabelera…

Y la copla volaba en la noche dormida bajo aquel palmar que daba al camino real, un poco más allá de la huerta en que el viento desbarataba capullos. Por las lomas iba rodando el canto, y era ya la medianoche, y las viejas se persignaban al ver relampaguear. Palma bendita del Domingo de Ramos, mi señor San Isidro, luna lunera. Veía la tierra y estaba tan distante como un zafiro. Las mariposas ya se habían cansado de amar las corolas; los sapos salían al borde de los barrancos a decir palabrotas a la alta luna, y ella les arrojaba puñaditos de ópalos y se les escondía entre las nubes.

Bajo el palmar había un ojo de agua. Mi madre iba con las vecinas a ver aquella agua que parecía, por dulce y honda, la primera que hubiese caído de los cielos. Una vez la más vieja de la aldea me contó que junto a aquel pozo se detuvo la Virgen María para dar de mamar al Niño y que no se sabe cómo se le rodó allí una gota de leche y que al día siguiente los vaqueros encontraron agua dulce y zarca, toda zarca y dulce.

A mí se me antojaba que dentro se había quedado encerrada la luna, después de un largo viaje por los cielos. Una noche -según mi leyenda-, la luna se sintió más opalina que nunca, y como quería jugar con los niños y éstos la veían muy alta y no la podían alcanzar, se bajó a la tierra y se metió a un hueco blando, donde nunca habían florecido ni siquiera esas hierbas que aroman la merienda. Era una de esas tierras blancas, que sirven para cántaros claros, al fuego del horno, en el crepúsculo, cuando las vacas van en busca de los abrevaderos; una de esas tierras en que los peregrinos se arrodillan para besarla, como si en ella se hubiera sosegado el pecho de paloma de la tarde.

Mañana domingo

de San Sirimingo,

pico de gallo,

gallo montero,

pasó un caballero

vendiendo romero…

Y los niños seguían danzando frente a la luminaria del patio, acabada la fiesta de San Isidro, y uno de ellos, el más bueno, se durmió pensando en la luna, y la luna se le apareció en sueños dándole de beber su corazón. Luna lunera, madre María de todos los Niños, Jesús del mundo: yo te quiero más desde que te bebí, agachado como un pajarillo, al borde suave de aquel ojito de agua, y desde entonces me invade una divina sed…

Y ahora, Usted también lo sabe.

 

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