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NARANJOS DEL PATIO

Como los lunes siempre resultan complicados para muchos, aquí les traigo una dulce lectura de don Rafael Heliodoro Valle, de sus “Tierras de Pan Llevar”:

Aquel patio…aquellos naranjos. Mi infancia trascendía al perfume que daba la casona. Primavera, domingo, fragancia distante. Y la abuela se levantaba de mañana a verlos florecer en aquel aire que era azul a fuerza de inocencia. En las tapias ya estaban retozando los pajarracos. Teníamos una vecina encantadora, que temblaba de frío en el oro del sol: la señora Pío, que hacía pan sabroso y rezaba trisagios cuando en las noches relampagueaba horriblemente. Entre las dos casas había una rada de madreselvas, y en los dos patios se movían, llenos de sol, los naranjos de esmeralda y azahar.

Al mediodía, yo me quedaba bobo viendo caer el azahar. El sol se saciaba de besar el húmedo azul de las montañas; las mujeres iban y venían, lavando y cantando, mientras la señora Marcelina daba de comer a los gatos en un cuarto oscuro y yo sentía en mi pecho el frescor deshojado de la rosa de los vientos. Para miel la de aquellas naranjas, en la luz de aquel patio. Cuando empecé a estudiar geografía, yo las acariciaba con deleite y poco a poco fui comprendiendo la redondez de la tierra. Oro afuera y ambrosía dentro: ¡Qué lección me daban sus frutos y cómo se les acendraba el dulzor y el matiz cuando, con devoción tradicional, la tía vieja las ponía alineadas al borde de la ventana para que se santificara el aposento!

Después supe la leyenda de la toronja en que se había encerrado una hada y la travesura del enano negro que se la comió. Después me hablaron de aquel monje pintor que vino desde un país distante sólo para ver el color dorado que tenían en el gajo y que se desesperaba buscando un oro nuevo para los caireles de los ángeles.

Y el día se me iba de las manos como una cometa azul y yo la veía perderse entre las nubes. Se me iba, cantando, hacia la distancia en que abrían y cerraban sus ojos unos ópalos que sólo había visto en las pozas del río y en los ojos de mi madrina Carmen. Mi infancia eso fue: un patio con fragancia de azahares.

Y ahora, Usted también lo sabe.

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