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UN DESPERTAR EN TEGUCIGALPA…HACE CIEN AÑOS

Ayer empezamos a recorrer de nuevo las páginas del libro “La Tegucigalpa de mis recuerdos”, de don Marco Antonio Rosa y hoy iremos también con él a recordar cómo era el diario vivir en nuestra querida capital:

A las 3 ó 4 de la madrugada, plás, plás… quiqui-ri-quí… El bendito gallo fustigándose los flancos con el rigor de sus ponentes alas, cantando en los meros oídos de sus adormiladas concubinas, para divulgar que la aurora ya empezaba a teñir su rostro de nácar y de púrpura… con semejante diana multiplicada sabe Dios por cuanto, el sueño se espantaba antes de las cinco, porque era entonces cuando acababa de ahuyentarse por el “din, dan” de los bronces llamando a fieles a rezar el primer Ave María. Venia un intervalo en el que si no tomaban parte los jolotes con tridentes y explosivos granizados, hacíanlo uno con otro jumento con su rebuznar horométrico.
En los barrios de las ciudades siameses, especialmente en “La Chivera”, berreaban los cabros disfrutando de irrestricta libertad que dábales arresto a que vagabundeasen a sus anchas por las entonces cunas de poetas, bohemios y generales…
Frecuentemente y antes del mediodía volvían a sonar los bronces llamando a novenas, sufragios, rosarios o misas de difuntos. Luego hacíase un intervalo hasta las doce, hora en que se echaban a vuelo para recordar el segundo Ave María. Después. . . permitíanseles a los capitalinos tomar en paz la corrida siesta.
Pero ahí estaba nuevamente el repique de campana a las 4 para anunciar el trisagio, las “Flores de Mayo”, rosarios o algún bautizo. A las 6 para marcar el Angelus Domini. Era entonces cuando hacia su cotidiana aparición el farolero, quien portando escalera, y acompañado de ayudante que cargaba embudo y recipiente con gas (petróleo) encendía los candiles que con “luz de enamorados”, borraba la diurna opacidad de los faroles, para darles nueva vida: ¡viuda evocadora de románticas noches coloniales!…
A esa misma hora y a lo largo y ancho de la pequeña ciudad, colocados aquí y allá en céntricos lugares, encendíase los focos de luz de arco a los que, todas las mañanas, había que cambiarles carbones. Raros éramos los chicos que no tuviésemos pendientes de esta operación, prestos a recoger los pedazos que luego utilizaríamos para dibujar en las aceras cuadros y números para el popularísimo juego de rayuela.
A las 8 de la noche reincidían las campanas anunciando el ultimo Ave María. Después dábase oportunidad a los duende y fantasmas, para que por las pobremente alumbradas calles de la ciudad de los padres Reyes y Vallejo, merodeasen a su entero gusto…
Y ahora, usted también lo sabe.

 

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