Después de la procesión de ángeles y como a eso de las doce de la noche, salía de la derruida antigua iglesia de San Blas, distante como a un kilómetro de la ciudad la macabra procesión de ánimas, formada de muertecitas que semejaban muchachitas como de doce años, todas ellas vestidas de largos y blancos camisones, con las cabeza peloncitas y los pies desnudos y amarillentos, los que no tocaban el suelo; pues se les veía caminar como a un pie de la superficie, llevando todas en las manos candelas encendidas que despedían luces amarillentas, parecidas a fuegos fatuos.
La primera visita que hacían era el cementerio, en donde todas las tumbas se abrían, saliendo los esqueletos de los difuntos, quienes se postraban sobre las losas de sus nichos, con los brazos extendidos en forma de cruz y entonaban, con voces roncas y destempladas, el miserere.
Después de estos cantos, salían en macabro consorcio, en procesión por las calles de la ciudad, hasta llegar a los cementerios de los viejos conventos de San Francisco y La Merced, en donde repetían sus salmodias y cantos funerarios, entre esquilas y doblez de campanas de los templos que no cesaban durante toda la noche.
Pero sí algún curioso se atrevía a salir a asomarse a la puerta o postigo de la ventana, en el acto volaba una ánima pelona y se le plantaba al frente, dándole una candela que despedía mortecina luz fosforescente, la que al tomar en la mano el atrevido curioso se le convertía en huevo de muerto, por lo que al aterrorizado curioso huía lleno de espanto, al interior de su casa, medio loco con fuerte frío de calentura.
La procesión de animas continuaba deambulando entre cántico de tumbas, dobles y esquilas de funerarias, campanas y bajo la helada y pertinaz lluvias, hasta el amanecer que cantaba el primer gallo, con lo que, como por encanto, se esfumaba y desaparecía aquella macabra procesión
Momentos después, las campanas de los templos llamaban a los fieles a oír las tres misas que los sacerdotes oficiaban para el alivio y descanso de las benditas ánimas del purgatorio.
En esa famosa Laguna de Geto, hay gran variedad de árboles frutales, desde peras, manzanas, uvas, sapotes, nísperos, piñas, duraznos, bananas de todas las clases, etc. Lo mismo que muchas flores y árboles misteriosos.
Se asegura que en esta laguna encantada siempre hay frutos de los que pueden comer todos los visitantes, pero nadie puede llevarse uno de ellos, porque si esto sucede, no soportan los ruidos misteriosos en sus casas, hasta que las devuelven al lugar de su procedencia. Esta laguna se encuentra en una montaña, al oriente de Comayagua.
Cuando se estudia la topografía de Tegucigalpa y sus alrededores cualquiera puede explicarse el hecho de que será cierta la tradición indígena de que en ese lugar existió una laguna a los que ellos llamaban TEGUYCEGALPA, De donde posiblemente se deriva el nombre de la capital de nuestro país, la ciudad de Tegucigalpa está rodeada de alturas y la única salida está bien marcada en el lugar en donde pasa el rio Choluteca entre el picacho y el cerro grande, y que forman el lado norte de la ciudad un cañón de más de 1000 pies de altura sobre el nivel del rio.
Según la tradición, como a 200 años antes de venir los españoles un terremoto en una cordillera, que se supone ser la que pasa al sur de Tegucigalpa, y cuya altura más importante es el cerro de Hule o Hula, como lo llamaban entonces: que este cerro hizo erupción, lo que fue causar de los temblores que hicieron desaparecer la laguna de TEGUYCEGALPA, quedando no más que la actual laguna del pescado o Santa Ana que se encuentra en la falda norte del cerro de Hula al norte de Tegucigalpa. También este cataclismo destruyo la población indígena de Zacualpa, cuyas ruinas se encuentra hoy muy cerca el pueblo de Santa Ana. Con la desaparición de la laguna aparecieron varios pequeños ríos que arrastran oro en polvo que salió del volcán. Los primeros pobladores de Tegucigalpa se establecieron en el lugar donde hoy es el barrio de las Dolores, quienes según se sabe, vinieron de los minerales de Santa Lucia, Agalteca y Ojojona. Los primeros españoles que llegaron a esta ciudad fueron muy pocos y se establecieron en este lugar con el objeto de trabajar las minas que estaban en las orillas de los ríos Choluteca y el Chiquito. El taladro de estas minas principiaba un poco más debajo de donde hoy se encuentra la casa presidencial; y este lugar donde estuvo, hasta los principios del siglo pasado, la célebre posa del tabacal.
La ciudad de Tegucigalpa está construida en una vega de margen derecha de los ríos citados en el principio de esta vega era plana, la depresión que se nota desde la casa presidencial hasta el cerrito de la Moncada, tiene la siguiente historia: el 6 de enero de 1815 el lugar del denominado el Jazmín se hundió dejando oír un gran estruendo que consterno a los moradores de la entonces REAL VILLA DE SAN MIGUEL de Tegucigalpa y Heredia, Tegucigalpa. Por aquel tiempo se hablaba mucho de la cueva que iniciaba en la posa del tabacal esta cueva se extiende por debajo de la ciudad llegando por el este hasta la catedral y por el norte hasta cerca la calle la ronda. Se dice que aquella cueva se metían dos hombres que han pasado a la leyenda con los nombres de Pedro Chulo y Gabrielito; que estos hombres entraban en la cueva donde se encontraba la huerta de la cual ellos sacaban frutas de todas clases y que la cueva tenia salidas por la sacristía de la catedral pero que ellos nunca quisieron enseñarla a nadie.
Esta tradición corresponde con lo que se sabe de las minas de Tegucigalpa; pues todo el terreno que se hundió estaba taladrado por debajo y aun se asegura que el taladro sigue la dirección que seguía a la célebre cueva de Pedro Chulo y Gabrielito. Nada dicen las tradiciones con respecto al barrio la Hoya el cual da más indicios de hundimientos que el Jazmín. Es posible que los taladros se hayan hecho también en la orilla derecha del rio chiquito o rio de oro y que este hundimiento fuese muy anterior al del Jazmín y por eso nada sabemos acerca de eso.
Algunos creen que el suelo en que esta Tegucigalpa se seguirá hundiendo porque la extensión de los taladros de las minas abarca todo lo que hoy constituye el centro de la ciudad; Pero para que tal cosa sucediera ya habido muchos motivos, como fuertes temblores de tierra que han dejado en ruinas varias casas, y diluvios como el de 1906, que destruyo el antiguo puente de don Narciso Mallol sin embargo a pesar de todo la topografías del lugar no ha sido alterada pero todo puede suceder.
En otros tiempos, en los que en esta ciudad de Comayagua se celebraban las festividades religiosas con más esplendor que ahora, para el día de los finados, 2 de noviembre de cada año, las iglesias enlutaban sus naves con largos cortinajes y practicaban solemnes rituales litúrgicos.
Desde las 4 de la tarde comenzaban en todos los templos, las esquinas de difuntos, las que venían repitiéndose de hora en hora; hasta otro día al amanecer en los que los sacerdotes celebraban las tres misas de difuntos, en un solo acto.
A las 7 de la noche salía de la santa iglesia catedral una lúgubre procesión, por todas las calles de la ciudad, con la cruz alta y los ciriales, encontrándose en aquellos momentos la ciudad triste, fría y azotada por los fuertes aquilones de noviembre.
Un sacristán piadoso portando una palangana de plata y una sonora campanilla, iba enseñando devotamente el santo rosario y al mismo tiempo pedía los fieles de la ciudad una limosna para las ánimas benditas del purgatorio.
Al llegar la enlutada procesión a cada casa entonaba a grandes voces el canto monótono y que jumbroso que decía: Ángeles somos que del cielo venimos a pedir pan para el sacristán. Y entonces el dueño de la casa, lleno de miedo y tembloroso alargaba la mano por el postigo de la puerta o de la ventana y daba su limosna entonces lo angelones, agradecidos por la piadosa dadiva para el alivio de las benditas animas, entonaban, con las mismas voces estentóreas, este otro canto: Estas puertas son de cedro y las almas en el cielo…
La procesión de angelones seguía caminando por las calles rezando el santo rosario y cantando el miserere, hasta llegar a la puerta de otra casa en donde repetía su pedimento de limosna para las animas, siempre entonando sus monótonos y quejumbrosos cantos pero si desgraciadamente en aquella casa no respondías o no salían a la puerta o postigo para dar el pan para el sacristán, entonces los angelones, airados y con voces estentóreas, entonaban este canto: Estas puertas son hierro y las almas en el infierno…
Y mientras la funeraria procesión recorría los tristes y silencios barrios de la ciudad, las campanas de los templos, plañideras y dolientes, llenaban sus espacios con sus esquilas de difuntos y; el viento de noviembre, tétrico y funerario gemía sobre los húmedos tejados de esta legendaria y conventual Valladolid.
A las 10 de noches la procesión de los angelones hacia la Catedral, en donde se decía las últimos frases, para el alivio y descanso de las benditas almas del purgatorio, y después de lo cual todos os angelones se dispersaban, entonando el Ave María, para ahuyentar el demonio que también deambula por calles y plazas, en aquella noches de difuntos.
La antigua ciudad de Comayagua es un tesoro inagotable de historias fantásticas: cuentos, leyendas y tradiciones de los tiempos coloniales, que son para poner para poner los pelos de punta a cualquiera; todos sugestivos, originales y bellos, especialmente cuando se han oído de boca de esas viejecitas que aun conocieron el último gobernador de la antigua provincia de Honduras don José Gregorio Tinoco de Contreras. Estas historias han sido contadas por ellas con tal riqueza de detalles, que seduce; con una infantil certeza de que ello sucedió así como lo narran, y con placer intenso de repetir aquello que si no fu visto con sus propios ojos, les fue contado por personas difuntas, quienes por esto y por otros motivos son digno que lo dicho por ellas, se tome por cierto.
Una de las leyendas más famosas es la de la cruz del convento de san Francisco, que alguien ha llamado cruz de piedra, pero que es de madera, de esas maderas que saben desafiar los siglos.
La historia dice que allá por los años 1603, siendo gobernador de la provincia de honduras don Juan Guerra y Ayala, se inició la conquista de Teguzgalpa, región que hoy forma parte de la Mosquitia. Para llevar a cabo esta empresa, fueron nombrados los misioneros Fray Juan Monteagudo y Fray Esteban Verdeleta. Poco después de haber salido la expedición se supo en Comayagua que había fracasado y que los misioneros habían perecido en manos de los indios salvajes. Fray Esteban era monje del convento de San Francisco, muy querido de todos, de modo que la noticia de su muerte causo mucha pena en los habitantes de Comayagua.
Por ese tiempo se principio a observar un caso curioso que llamo la atención de todos y que según creían era causado por el espíritu de Fray Esteban. Pero sucedió que aquellos días llego el misionero. La idea que tenía era tal que cuando vieron el sacerdote le tuvieron miedo. Un viaje desde Segovia hasta Comayagua hecho por una persona sola les parecía imposible. Seguramente Fray Esteban era uno de esos españoles de aquella época que parecía que estaban hechos de acero y no de carne y hueso como el resto de los hombres. Trasládese el lector aquella época y piensen como serian estas tierras, que después de más de 500 años todavía hay muchas que a la planta humana no ha tocado, y comprenderla porque los vecinos de Comayagua no creían qué aquel padre se les presentaba sano y salvo, fuese el mismo Fray Esteban Verdelete que le habían visto salir con la primera expedición que intentara la conquista de la Mosquitia. Era increíble que fuera capaz de conducirse solo desde los confines del país, habiendo cruzado más de la mitad de nuestro territorio. Como a Fray Esteban le extrañaba tal proceder, investigó el motivo y le explicaron lo que sucedía.
El convento de San francisco está situado al norte de la plaza del mismo nombre; como a 200 varas corre el rio chiquito, que va como rodeando la ciudad por el noreste y por el norte. En el costado norte de la iglesia y en el interior del convento había un cementerio en cuyo centro estaba una cruz de madera sobre una peña.
Algún tiempo después de haber salido la expedición para la Tegucigalpa, los frailes empezaron a notar el siguiente fenómeno: todos los viernes, a eso de las doce de, día, veían que de cierto lugar del rio se levantaba un fantasma, que consistía en un bulto más grande que el de una persona, el cual venia envuelto en una nube blanquecina, que pasando sobre las casas del barrio, venía a ponerse sobre la cruz del cementerio del convento.
No se sabe con certeza que día principio a llegar, porque la cruz estaba en el patio interior del convento y la nube llegaba cuando estabas en el refectorio. El primero que la vio dio la voz de alarma, y de allí en adelante gran número de personas acudían a la hora de las doce del viernes para presenciar tan extraordinario suceso. Se cuenta que cierta persona, haciendo alarde de valor, se introdujo en la nube, cosa que le estuvo tan cara que desde aquel momento tuvo una fiebre que le causo el miedo y que salió de él hasta que se llevó consigo su alma. Con tal ejemplo nadie se atrevió a imitarlo.
Al oír el padre Verdelete tan extraño relato, se puso hacer penitencia por varios días y después comunico a su Señoría el Obispo de Comayagua, que por entonces era Fray Gaspar de Andrade, su propósito de averiguar lo que significaba aquella aparición, “en caso que esa fuese la voluntad de Dios” llego el día y la hora en que el fantasma envuelto en la nube llegaba hasta la cruz del cementerio.
Todo en el interior del convento estaba lleno de espectadores, deseosos de apreciar lo que sucedería con lo que el padre Verdelete se proponía, tan luego como cayo la nube Fray Esteban se acercó a la peana de la cruz y pronto su cuerpo quedo oculto en la niebla, en la que muy pronto el público horrorizado empezó a distinguir dos bultos como de personas que conversaban de algo muy importante; otras veces se quedaban como meditando.
Tan tenebroso coloquio era presenciado por una multitud de personas que llenaban los patios y corredores del convento, pero nadie se aproximaba al grupo que formaban el vivo y el muerto, para oír lo que conversaban. Eso habría valido la pena, porque seguramente debió ser cosa interesante.
Tan abstraídos estaban en aquella extraña como sobrenatural escena, que no se dieron cuenta de que la entrevista del padre Verdelete con aquel individuo de ultratumba había durado ya casi 12 horas principio a las doce del día y eran las 12 de la noche cuando la nube se disolvió, y en el lugar vieron que el padre Verdelete echaba la bendición a una persona que con él estaba, la que acompañada del religioso se encamino como por la dirección de donde había venido la nube. Fray Esteban regreso y se presentó como persona que viene muy cansada, tomo unos tragos de aguay se retiró diciendo no más que estas palabras: “La nube no volverá.
El siguiente día el señor obispo celebro misa pontificial, y todos los sacerdotes de Comayagua, que por cierto eran muchos, se pusieron a hacer penitencia, por orden de su señoría ilustrísima. Se anunció que la predicaría Fray Esteban Verdelete y la catedral se llenó de piadosos y de curiosos que deseaban de todas maneras saber lo que había sido todo aquello del día anterior, e l Fraile les dijo un bello sermón; con respecto a los acontecimientos del sí anoa más que dieran las gracias a DIOS porque ya no verían más aquel fantasma. Después, con palabras muy tristes, que hicieron llorar a toda aquella gente se despidió de ellos, diciéndoles, que Dios lo llamaba a otros ministerios de su servicio. 24 horas más tarde salió para la ciudad de Guatemala.
Desde entonces se tuvo mucha veneración por la cruz, la que fue trasladada a la plazuela de San francisco donde le hicieron una garita, y todos los domingos venia un sacerdote a decir misa en aquel lugar.
Siglos más tarde, cuando vieron que los años iban destruyendo el madero de la cruz, la mandaron a forrar con caoba, por último la quitaron de aquel sitio por la irreverencia de algunos, pues no pocas veces se vio que un trovador, de esos que pasan las noches cantando las noches cantando a las ventanas con el estómago lleno de vino escogieron aquel lugar para dar al viento su endechas de amor y otras cosas peores actualmente la cruz está en la ciudad de Comayagua en un altar en la iglesia San Francisco.
Te has fijado, me decía mi abuelita, que el higüero (viejo y frondosísimo árbol que se destacaba majestuosamente en las afueras del l Barrio Debajo de (Cantarranas,) jamás florece?
Todas las plantas grandes ofrecen sus flores, a cuales más hermosas y fragantes. Solo el higüero se aparta de la regla. No sabía mi buena viejecita, como yo tampoco en aquella época, que la inflorescencia de estos árboles esta oculta dentro del que generalmente se llama fruto.
Y es que, continuo, bendito por nuestro Señor Jesucristo, puede ofrecer en su maravilla una fortuna al hombre.
Y a propósito de esto que te cuento del higüero, también fueron benditos por nuestro señor el cedro y el jícaro que tiene hojitas en cruz, porque como el higüero, abrieron sus troncos para ocultar al Redentor cuando siendo niño fue perseguido por mandato del l Rey Herodes.
En cambio, el pino nunca quiso prestar su protección al Divino Infante y por eso es perseguido de los rayos.
Voy a contarte la historia que me refirieron mis antepasados acerca de la flor del higüero.
Y al dar de esta manera indicios de que iba a dar principio a un relato interesante todos los de la humilde casita nos apresuramos a rodear a nuestra querida anciana.
Hay cierto día, y crio que es el viernes Santo, prosiguió en la noche del cual quien quiera que conozca el secreto y tenga valor puede hacerse rico, como dicen de la noche a la mañana. En tal día, a las 11 de la noche y sin que nadie lo sepa, se pone una mesa al pie del higüero con una cajita de cedro y dos cirios encendidos. Es de advertir que el interesado debe estar completamente solo y para fortalecer a la prueba a que ha de someterse tiene que abstenerse del mundo exterior y orar y mucho sin hacer caso absoluto de lo que se ha de presentar, porque si no lo hace así todo lo perderá.
Poco después se oyó rumores sordos a su alrededor, gritos despavoridos de moribundos y blasfemias de condenados.
Tras de esto aparecen numerosas serpientes de vistosos colores, silbadoras y terribles, tratando de enroscarse en el cuerpo del penitente.
Enseguida se presentan fieras de distantes tamaños con afilados dientes y fuertes garras que enseñan amenazadoras y dando fuertes y terribles ruidos.
Se observan a continuación murciélagos gigantescos y mil otros animales feroces que amenazan dar fin con el atrevido, veces de improviso a un dragón de enormes dimensiones que arrojan fuego por los ojos y la boca, y nunca falta la inmutada con su guadaña implacable y el gesto tétrico en su flacura blanca e imponderable. Apareciera que el antro pavoroso se confabulara para destruir de manera inmisericorde aquel desventurado hijo de Adán. Así pasan los minutos hasta que por fin a las 12 de la noche después de aquella angustia tremenda porque atraviesa quien se somete a prueba y no flaquea, vea la luz de un relámpago que desde la parte del higüero se desprende una cestita de oro que, reluciente y balanceándote pausada y graciosamente, va a caer a la cajita de cedro que ha sido abierta oportunamente.
A luz de los cirios se distingue en el interior de la cesta una bellísima flor blanca, es la flor del higüero, la que ha de guardarse con todo cuidado y de tal manera que nadie la vea porque la vista de otra persona que no sea la del valiente que la ha conquistado la hace desaparecer inmediatamente.
Su virtud consiste en que trae dicha ala hogar del agraciado entre otras cosas sin medida, ya que la cajita de cedro se convierte en receptáculo de las relucientes esterlinas, que por más que se sequen no se acaban nunca porque son el resultado de la flor misteriosa de la flor tan codiciada.
Y después e ponderar tanta gracias me ordeno que rezara mis oraciones para que me fuese a dormir, y las doce de la noche probablemente de aquella noche de mis recuerdos imperecederos, soñé que yo era el poseedor de la singular albura del viejo y frondosísimo árbol que se erguía majestuoso en el barrio Debajo de mi pueblo natal.