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LA CRUZ DE PIEDRA

Los relatos de aparecidos y fantasmas no faltan en nuestra historia. Lastimosamente, como en el caso de hoy, el lenguaje y la redacción con que nos han llegado hacen que cueste un poquito entenderlos del todo. Sin embargo, haremos de nuevo el esfuerzo, como lo hizo don Jesús Aguilar Paz, en sus “Tradiciones y Leyendas de Honduras”, y leemos:
Nuestro laureado poeta don Luis Andrés Zúñiga, hace algún tiempo publicó en poemas la leyenda de la cruz de piedra y que no me doy el gusto de reproducir por no tenerla a la mano, pero el original de la celebérrima narración dice a la letra:
Llegado por incultas breñas, jamás holladas por humana planta, la tierra de cristianos, casi milagrosamente, Fray Esteban Verdelete volvió a la ciudad de Comayagua, donde fue recibido al paso que había sido tan deseado y aún llorado con indecible gozo. Y no creían los mismos que le veían que era él, porque todos lo tenían ya por muerto, persuadiéndoles de hacer este juicio no solo lo arduo de la jornada que había emprendido, sino cierta aparición que se continúa en la ciudad de Comayagua, de que luego diré.
El venerable religioso, como quien había sido sacado de la muerte a la vida, poniéndole Dios nuestro Señor la ardiente caridad con que anhelaba la salvación de aquellas pobres almas y remitiendo para más oportuna ocasión el cumplimiento de sus deseos, desde entonces se empleó en mayores austeridades, oraciones y penitencias. Y si hasta allí había sido ejemplarísimo y observante religioso, ya su vida era de anacoreta, andando como absorto. Y además, con la noticia que le dieron de la aparición arriba apuntada que se continuaba todavía, la cual sucedió de esta manera: Todos los viernes, al punto del mediodía, se veía venir de hacia un río que está cercano al convento de frailes de San Francisco, un fantasma, bulto o sombra formidable, de mayor tamaño que el de un cuerpo humano, vestido como de una nube blanquísima, cuyo movimiento era tardo, espantoso, como ocasionado del aire. El término de su movimiento era la cruz que estaba en el cementerio de dicho convento, con la cual se incorporaba de modo que envolvía en sí la cruz. Cuál fuese el primer día que apareció, no se pudo saber, porque como no era más que los viernes, la hora por sí ocupada, la gente del lugar, no mucha, el sitio en que aparecía a trasmano, no se advirtió hasta que la voz del primero que la vio y cuidado de personas de valor, que allá por el susurro común quisieron investigar la novedad, se supo y conoció del lugar, hora y día que esos aparecimientos, con asombro común de todos, sin que alguno se atreviese a delatar la diligencia, aunque no faltó quien lo intentase y le costó a rigor de calenturas que le causó el miedo, no menos que la vida.
Y ahora, usted también lo sabe.

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