Del libro del poeta don Oscar Acosta, Rafael Heliodoro Valle, vida y obra, tomamos esta hermosa imagen sobre la Patrona de los hondureños: Muchos domingos, antes de que amaneciera, íbamos a visitar a Nuestra Señora de las Lluvias. Desde la víspera, las bestias descansaban en el establo, y aquella noche, que no era de dormir, la luminaria en la cocina donde mi madre aderezaba la comidilla, era el gozo de la casa; y la claridad de la luna nueva inundaba el corredor, dándole una gracia que suavizaba los contornos de las cosas.
Y luego la peregrinación que alegraba el claror matinal; el agua, el río vadeado, los cuchicheos de los pájaros holgazanes, el vaho que ascendía de las sabanas verdes donde brillaba el frescor de las églogas. El cura parecía uno de los capellanes conquistadores que dijeron la primera misa bajo los árboles de la costa. En el tabernáculo, flores rojas y moradas daban su alegría y sobre uno de los altares chisporroteaban las candelas de los peregrinos que llegaban desde tierras lejanas. ¿Qué fue de aquella Virgen del monte que, como los Cristos que los monarcas españoles regalaron a los reales de minas, se inmoviliza a la puerta de su templo cada vez que quieren trasladarla de su santuario humilde para que se hospede en otro? La veo cada vez más borrosa en su ermita, al pie de una sierra poetizada por los manantiales, bajo un cielo de nácar al mediodía y de oro lúgubre en la noche…
Mágicas palabras que elevamos hasta el cielo, amable oyente, porque ahora, Usted también lo sabe.