En los 500 años que han pasado desde la llegada de los españoles a nuestra tierra, no puede menos que seguirnos causando admiración y sorpresa que nuestros recursos mineros sigan siendo explotados y produzcan -generalmente para otros- grandiosas riquezas. Como nos lo contaba don Mario Argueta en los “Documentos para la historia de Honduras”, las condiciones en que eso ha ocurrido, están manchadas con muchísima sangre:
Al ir descubriéndose por los conquistadores que los ríos que desembocan en el Caribe, y que nacen en los macizos montañosos del interior de Honduras, contenían arenas auríferas, se sometió a la población aborigen al mismo tipo de explotación que ya habían sufrido los nativos de La Española, esto es, su organización en cuadrillas, cuyo promedio se componía probablemente de alrededor de 20 hombres, pero algunas contenían más de cien indígenas, sobre todo aquellos pertenecientes a mineros españoles con base en Guatemala y El Salvador. Las cuadrillas estaban compuestas de indígenas que trabajaban en el servicio personal de encomenderos, esclavos indios obtenidos en “guerra justa” o por medio de comercio, y esclavos negros excavaban los fondos de las corrientes y las terrazas de los valles, trasladándose de un área a otra, a medida que los depósitos se agotaban. Aunque la explotación de depósitos auríferos aluviales no incluía el que los indígenas labraran en trabajos subterráneos, las pobres condiciones de trabajo y mal trato resultaron en altas tasas de mortalidad. En 1539, la mitad de los indios empleados en cuadrillas mineras en Gracias a Dios murieron. Los españoles primero descubrieron depósitos auríferos aluviales en la vecindad de Trujillo poco después de su fundación en 1525. Estos depósitos fueron trabajados sólo intermitentemente, debido a disturbios políticos y carencia de mano de obra indígena, pero la búsqueda continuó y, en 1534, un funcionario real en Trujillo reportaba que no había un río o valle donde el oro no hubiera sido encontrado…
Y ahora, Usted también lo sabe.