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EL ITACAYO O SISIMITE

Del libro de don Jesús Aguilar Paz, “Tradiciones y leyendas de Honduras”, he tomado este relato que difiere un tanto de la idea que tenía de los Sisimites, ya que aquí se les considera gigantes más bien humanos:


Verdad insospechable es para la leyenda que en los tiempos antiguos inmediatos a los actuales aún lo contaron nuestros abuelos, existía en las grandes montañas este antepasado cercano del hombre moderno: El Itacayo o Sisimite, aunque en esto último no estén de acuerdo los que en los corros nocturnos testimonian la tradición, que para unos se trata del mismo animal y para otros de distintos gigantes, pues a esto se refiere, que eran gentes como nosotros, pero de proporciones exageradas, que su vida era montarás, viviendo en lo más crudo de las selvas impenetrables, en las cavernas en cuyas espesuras instalaban sus guaridas. Pero caminaban tan velozmente que sus gritos estentóreos se oían, con pocos momentos de intermedio, muy lejos uno de otro; más, no solo se manifiestan con este lenguaje simple que suma todas las expresiones humanas, el grito, en el que se puede leer la gama de emociones del animal, que sufre y padece y del animal que goza, sino que también dichos Itacayos o Sisimites se daban a conocer como seres vivos e inteligentes, por las señales que se han encontrado en ciertos sitios espesos de lianas, como hacinamiento de leños, cual intento casi humano por encontrar el fuego.
Vivían desnudos, ya que la gruesa capa de lana de su cuerpo les libraba de la intemperie de la estación invernal.
Mas su gigantesca estatura encerró el aliento anterior del hombre, en su idealismo amoroso y sensual, de lo que habrá uno de no extrañarse, pues a la fecha los trabajos del hombre giran, de día y de noche, en el enigma del sexo…PUes bien, ni más ni menos, el Itacayo o Sisimite, digamos, dio a conocer no ha muchos siglos, su anhelo amoroso y pasional hacia el ángel de la tierra: la mujer; y fue tanto así que lo expresó gráficamente, con hechos, según lo atestiguan las tradiciones de innumerables pueblos y aldeas, en los que siempre no faltan los raptos de doncellas consumados por audaces Sisimites. Verificada la hazaña del robo de las hembras, los inteligentes antecesores del hombre, llevaban su amorosa presa a su tugurio, cuidándolas como fieles cancerberos y sustentándolas con las deliciosas frutas de la montaña y otros artículos de su ordinario consumo. El idilio se estabilizaba con la lenta pérdida del miedo al forzado consorte simiesco, hasta fructificar en lo que forzosamente había de resultar: el hijo.
Esta singular descendencia parece que nunca prosperó; la misma chismosa de la tradición o leyenda, que ambas lo son en este caso de los tenorios agrestes, nada nos comunicaron por medio de los no menos chismosos hombres, de su historia o fin…
Y ahora, Usted también lo sabe.

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