Don Miguel Cálix Suazo, brillante historiador y cronista de nuestro máximo héroe, Francisco Morazán, tiene siempre datos profundos en sus escritos. Con una amplia bibliografía -en pro y en contra- se asegura de dejarnos siempre un dulce sabor de boca, Y esta vez no es la excepción. De “La cívica y eterna Batalla de La Trinidad”, copio (procurando hacer un resumen):
El Coronel Milla dominaba la situación de Honduras: había triunfado en Comayagua, reducido a prisión al Jefe de Estado don Dionisio Herrera y nombrado nuevas autoridades. El sábado 8 de setiembre de 1827 se había trasladado a Tegucigalpa, de donde pretendía dirigirse a San Miguel, El Salvador, que era su objetivo, según las instrucciones recibidas de Arce. El jueves 27 de ese mes y año tuvo conocimiento de que fuerzas contrarias, procedentes de El Salvador, al mando del Teniente Coronel Gregorio Zepeda, avanzaban por el Sur e hizo salir a su encuentro al Sargento Mayor Gregorio Villaseñor, quien entró en contacto con ellas el viernes 28 en el altiplano y pueblo de Sabanagrande y las derrotó.
Entre tanto Morazán organizó los 500 hombres reclutados y emprendió su acción defensiva por etapas: Pavana, Pespire, San Antonio, La Venta y Sabanagrande, a donde llegó el sábado 10 de noviembre a medio día. En Pespire quedó enfermo el Coronel José Antonio Márquez. En esta marcha, como dice el Coronel don Pedro Rivas, ex Secretario de la Academia Militar de Tegucigalpa y autor de una Monografía sobre la Batalla de La Trinidad, Morazán se revela como el militar insospechado, el estratega maravilloso y sorprendente, el genio que más tarde había de fatigar a la victoria, ya que estableció servicios de exploración y patrullas a lo largo de la línea de operaciones que comprendía todos los caminos paralelos y divergentes de los cuales obtenía hombres, ganado y provisiones, más un cúmulo de datos que lo informaban del menor movimiento del enemigo. En Sabanagrande, dividió sus fuerzas en dos columnas, y tomó el mando de la vanguardia para ir a fijar el escenario de la batalla. La segunda falange, al mando de los Coroneles José María Gutiérrez y Jesús Osejo y del Capitán Francisco Ferrera, la dejó en este lugar en calidad de reserva, con órdenes de acudir al primer llamado que se le hiciera. Tras una jornada de 10 kilómetros acampó en los cerros del Guapinol y La Trinidad en el Valle de este último nombre. Por su parte, Milla, obligado por las circunstancias había salido de Tegucigalpa esa misma mañana y en la meseta del Cerro de Hula, bajo el azote del frío del lugar, esperó el amanecer…
Aparece el Coronel Milla entre ocho y nueve de la mañana del 11 de noviembre, en la cumbre más alta del teatro, hacia el Noreste, después de un recorrido de 12 Kms.: para esto, hubo de haber levantado su campamento a las dos de la madrugada. Repetimos que este Jefe era militar de escuela experimentado; que no se tiene dato que fuese un cobarde y si harto prudente; no era hombre de limitada inteligencia: fruto de su paternidad fue el ilustre literato Don José Milla y Vidaure. Sólo puede decirse en su contra, que era un vacilante, de ideas poco fijas y un modorro…
Milla tiene 600 combatientes; Morazán 250 en el frente y 250 de reserva a 10 Kms. de distancia: el primero toma la iniciativa, hace descender sus fuerzas. Rivas dice que el orden de batalla fue el de tiradores; nosotros pensamos que, dado los contingentes, la época y los resultados de la acción, Milla condujo su gente en columnas para tomar las posiciones contrarias, aun por asalto si fuere necesario; mientras, cañoneaba para proteger el avance. Morazán resiste el ataque a los dos cerros; la vaguada entre sus posiciones quedó libre porque el enemigo no podría exponerse a dos fuegos cruzados que le herirían por la espalda, y las tropas constitucionalistas se podían comunicar por las curvas de nivel completamente fuera del alcance de las armas contrarias. Cuando los atacantes llegaron al límite de resistencia sin lograr su objetivo, todas las tropas estaban empeñadas. Morazán desciende como un rayo (el Coronel Rivas dice que lentamente), formó un martillo para envolver a Milla cortándole la posibilidad de regresar a sus posiciones primitivas, los arrojó al N. O. sobre el Jícaro del Burro y finalmente al descenso de Los Laureles, donde se declararon en completa derrota. Morazán sube al cerro de Milla que quedó abandonado, pudiendo así capturar la artillería y los dos baúles de correspondencia oficial. La batalla duró pocas horas, quizá seis. Morazán se ocupa de reconocer el campo, entierra los muertos, en número de 40, da descanso a los soldados, arregla su marcha y al día siguiente entra en triunfo a Tegucigalpa. Milla ya no paró, pues el vencedor no encontró ni su rastro; tampoco se detuvo en Comayagua, sino que a marchas forzadas se dirigió a Guatemala. Si el Coronel Milla bajó el cerro personalmente para alentar a sus soldados, tuvo que tomar la vía de Ojojona para regresar a Tegucigalpa, a menos que por haber empeñado toda su fuerza en el combate se quedara casi solo, hasta el grado de de que al ver el desastre no tuviera gente con la cual levantar sus efectos, resolviendo entonces, huir para no caer prisionero.
Otra cosa habría resultado si el Coronel Milla anticipa su marcha y va a esperar a Morazán en los desfiladeros de La Venta, 42 Kms. más al Sur; o en Sabangrande, o siquiera en la parte Sur del mismo Valle de La Trinidad. Asimismo, la suerte de las armas habría variado si Morazán continúa su marcha y topa inesperadamente en la meseta de Hula con las fuerzas de la dictadura. El Coronel Rivas en su importante trabajo dice que todo define, según los principios del arte de la guerra, que efectivamente, la acción librada fue una batalla en la relatividad del medio, en aquella época. Con certeza, ya que tomaron parte dos armas: la caballería no podía hacerlo porque las condiciones del terreno no se prestaban; muertos 6%; duración: en aquellos tiempos, aún en Europa con grandes contingentes, una batalla se decidía en un día; y finalmente, hubo abandono completo del campo con todo el tren, equipajes y heridos.”
Y ahora, usted también lo sabe.