Creo que siempre es posible encontrar cosas nuevas en un libro que ya hemos leído…es cuestión de leerlos siempre como si fuera la primera vez. Y eso me ha ocurrido con “Exploraciones y aventuras en Honduras”, de John Lloyd Stephens, de donde tomo esta historia:
Entre otras invitaciones que recibí, estaba una para presenciar el examen de un estudiante, candidato al Bachillerato, en La Academia Literaria de Tegucigalpa, institución que se organizó hace algunos años bajo los auspicios del General Cabañas. Habría también un baile, por la noche, en honor del graduado, en la casa de su padre uno de los ciudadanos más ricos de la ciudad y que residía en las vecindades de la Plaza de la Parroquia. El nombre del joven aspirante era Juan Venancio Lardizábal.
A las cinco de la tarde, en unión de varios amigos, todos en traje de etiqueta para la ocasión, llegué a la Universidad, situada en la Plaza de Santo Domingo (Fue en La Merced, N. del T.) en donde ya estaban congregados varios amigos de la familia, quienes, al parecer, tenían vivo interés por el éxito del candidato. La muchedumbre era de tantos colores, desde el blanco recorriendo la gama, hasta el negro; todos habían depositado afuera sus sombreros y entrado a la sala de exámenes, local de 50 por 40 pies, lleno de pupitres y adornado con cuadros históricos. En el extremo superior se hallaba instalada una plataforma, en la que había sillas y mesas, estas últimas cubiertas con tapices rojos y con libros y materiales para escribir. Bajo un dosel de seda, o de damasco, se hallaban sentados el Presidente Cabañas, su Ministro de Hacienda Cacho y los Padres Reyes y Matute estos últimos figuras literarias notables del país. Los padres Reyes y Matute eran los réplicas en el examen, pero en realidad, estaba dirigido por varios Bachilleres egresados de la Universidad, cuyo deber, al parecer, era el de confundir al candidato con preguntas abstrusas sobre metafísica, filosofía y religión. En una especie de púlpito se hallaba sentado Don Máximo Soto, joven abogado de gran porvenir, que se suponía ser el «padrino» del candidato y quien tenía el privilegio de contestar por él las preguntas más difíciles. El auditorio ocupaba los lados y los pasillos de la sala y los alumnos de la institución, que llegaban a unos treinta, integraban el cuerpo universitario. Detrás de la silla del Presidente se veía un cuadro burdo representando a un estudiante subiendo las gradas del Templo del Saber y de la Fama, en el cual estaba Minerva ofreciéndole un paquete de libros! El fondo del cuadro era algo indistinto, algo así como nubes de gloria y rayos de luz cayendo sobre la cabeza de la diosa. Era obra de uno de los alumnos de la Universidad. El examen duró cerca de una hora siendo dirigido, por turno, por los graduados. Cuando el Padre Reyes sonaba su campanilla, significaba que estaba satisfecho y que el próximo graduado podía comenzar a hacer sus preguntas. Ninguna se hizo en las ramas comunes de la educación. Si el estudiante estaba satisfactoriamente bien en sus conocimientos religiosos, no era sometido a muchas disciplinas intrincadas. En esta Academia recibían su educación muchos de los futuros sacerdotes de Honduras. Al final de cada serie de preguntas los concurrentes aplaudían y, por último, se distribuyeron papeletas a cada examinador, para que las depositaran en una urna, y después de contarse, el Padre Reyes declaró al joven, graduado de la Universidad, en medio de fuertes «vivas» y aplausos.
Y ahora, Usted también lo sabe.