Nuestra página de hoy sale también del libro de don Oscar Castañeda Batres, “Panorama de la Poesía en Honduras”, para seguir luchando contra el olvido de lo nuestro, de los nuestros:
Jacobo Cárcamo (1917-1959) hizo su primera aparición poética en 1935 con un poemario titulado Flores del alma, del cual dice Claudio Barrera que Jacobo habría dado cualquier cosa porque la edición se la hubiera tragado la tierra. Versos sensibleros, cuando no sencillamente prosaicos, canciones de ocasión, gracejadas con rima integran el libro, que Jacobo mismo me dijo alguna vez que desconocía como suyo. Es justo, pues, que lo citemos sólo como dato cronológico.
Tres años después publicó Brasas azules. Su aparición en Honduras no dejó de consternar a los críticos pueblerinos, escandalizados por las audacias de este poeta que sería para siempre —como lo ha dicho José Muñoz Cota— “caballero en metáforas magníficas”. Uno de esos artículos críticos encontraba a Jacobo incurso “en el pecado de las más absurdas fantasías, en que el gusto se eclipsa por la sombra de las más infandas estridencias”; pero Hostilio Lobo, poeta contemporáneo, advertía ya que “entre el ruido incoherente de una ramplona cascabelería, triunfa en Honduras una estética de campanario por demás curiosa; por esta razón el caso de Cárcamo es sorprendente”. Y agregaba: “Cárcamo, el poeta, nos trae un mensaje que es un evangelio de redención y, naturalmente, por ser redentor, no viene a meter paz, sino espada”.
Nada de extraño tiene que en aquel clima, ya francamente tiránico, Brasas azules provocara sospechas y anatemas. Jacobo empezaba a abrir su carcaj y muchas de las flechas venían a dar en peligroso blanco. Eran —aunque azules— brasas aquellos poemas escondidos, por motivos comprensibles, entre haikais y algunos cantos amorosos. La antífona del puño, por ejemplo, no podía ser bien oída en aquel país en que ya las cárceles y las fosas estaban abiertas para toda rebeldía:
Una mano abierta…
nada más triste que una mano abierta…
es la mano que pide,
la mano que se humilla
por el sol negro de un mendrugo
o por el ojo rojo de un centavo.
Oh, el entusiasmo vertical
de un puño en alto…
es como un mástil de orgullos
dispuesto a defenderse,
es como un botón de rebeldías
listo para reclamar.
Nada más bello,
nada más elegante
que alzar como una grímpola de fuego
la protesta redonda de una mano cerrada.
En este libro surge por primera vez el otro amor trascendental de Cárcamo —el primero fue Honduras: un amor desmedido al México del progreso y de la rebeldía:
Quiero cantar a México —pedazo de mi Patria—:
las fronteras se hunden en el mar de la unión;
arriba sólo brillan las olas de los hombres
y las espumas de la revolución.
Cuando Carías Andino no vacilaba, servil, en condenar la expropiación petrolera, Jacobo Cárcamo exclamaba en Tegucigalpa:
¡Lázaro Cárdenas,
lanza de lanzadas redentoras…!
Es realmente raro en la Honduras de 1938 este Jacobo Cárcamo, poeta alejado de la poesía subjetivista y exclamando del hombre:
Nada fuera de ti…
nada…
ni la fe en el futuro,
ni la gota de vidrio de los ojos,
ni el látigo que revienta los músculos
como granadas jóvenes;
o que grita del indio:
Mañana,
cuando la aurora de la justicia
extienda su paracaídas de luciérnagas
no serás indio:
serás hombre!
Camarada triste,
explotado,
sudoroso,
recoge tus gritos no gritados
para que salgan por tu boca hinchada
como un coro de soles.
Ten el ojo abierto…
Ten el puño listo
y espera la señal.
Jacobo se escapa, a sus veintiún años provincianos, de lo puramente local, porque ha comprendido que algo ominoso avanza sobre el mundo. Y alza su verso para servir a la causa mundial de la lucha contra el fascismo. Allí están su Canto a Miapa, su Canto a China, en el cual Mao Tsé-tung es
héroe de llamaradas en las manos,
orador de huracanes en la boca,
profesor de carbunclos en la mente;
el Retrato de Policarpo Candón:
Este retrato nítido
del hombre que en España,
golpeado por los turbios turbiones del fascismo,
se dobló como un roble de diamantes;
el Canto a España, con el pueblo español
Metido hasta los dientes en un río de sangre,
rodeado de paredes derribadas,
de mejillas de niños
y de senos de madres
mordidos de sangre;
y ese himno terrible de odio que denominó Palabras sobre estiércol, fulminante de náusea, repugnancia y asco por Francisco Franco.
Jacobo Cárcamo se ha bañado en las aguas lustrales de Pablo Neruda, el de España en el corazón, y ha hecho para siempre suya la causa de la lucha por el mañana, el combate contra las cadenas. Este Creyeron…es su profesión de fe:
Creyeron que estrujando tu garganta
matarían tu grito libertario.
Yo que te ví en el polvo
con las venas saltadas,
los ojos desbordados
y en el cuello
la huella lívida
de unos dedos cargados de anillos,
me acerqué
y poniendo el cuenco de mis manos en tus labios,
recogí tu grito
que levanto siempre
entre la esfera roja de mi puño.
Y, al fin, un día salió de Honduras. Vino a México, a este México donde habría de morir el 1° de agosto de 1959 y al cual cantó con la ternura que sólo fluye cuando se ha llegado a la esencia de su verdad.
Es aquí donde Jacobo Cárcamo va a crear lo perdurable de su poesía. Dos libros — Laurel de Anáhuac (1954) y Pino y sangre (1955)— con algunas producciones dispersas la contienen. En esa breve obra está hermanado el amor de sus dos patrias y su fundamental pasión por ese Hombre que, a fuerza de estar tan humillado y tan aplastado por fuerzas hostiles, escribimos con mayúscula. Porque la poesía de Cárcamo, que está hecha de vigor y metáfora, no tiene más temática que la superación del hombre, la conquista de la libertad y la justicia, el abrazo fraterno de todos los hombres que Beethoven elevó a la divinidad en su Novena Sinfonía.
CANTO A LA VIDA
Nadie cante a la muerte, si no sabe qué es vida…
Nadie podrá matarnos…
Nada podrá perdernos…
En la muerte se nace con más sangre y más sueño.
Muere quien no ha sabido vivir…
Mueren el perro solo,
la hormiga equivocada
y el hombre que no mira al porvenir.
Nuestra es la fuerza,
el ímpetu inmortal,
la vida de la muerte,
la muerte de la vida,
y esos ideales pulcros
que levantan cadáveres más allá de sepulcros.
Cuando se aprende a dirigir el hambre,
cuando se llega a rebasar el muro,
la muerte es una rosa deshojada
de pétalos visibles y seguros.
Que no nos llore nadie…
Queremos epitafios de venganza y de ira…
¡Qué grande la confianza de la muerte
junto a la fe profunda de la vida!
Vida la nuestra, larga hasta la estrella…
Muerte de un hombre por un mar de hombres.
Lucha del astro por su firmamento.
Que no nos llore nadie.
La mariposa es hombre enloquecido,
se quema en su esperanza…
El hombre va a la lumbre con sentido
y destruye con ella al enemigo.
El árbol es un hombre arrepentido,
cae y lo hacen fuego…
El hombre es siempre hombre, si ha vivido.
El hombre es doble árbol y mariposa viva…
¡Nadie cante a la muerte, si no sabe qué es vida!
Y ahora, Usted también lo sabe.
Lo esperamos en Paseo Los Próceres, primer local, calle de por medio a supermercado Paiz.
Porque el café es cultura.
La Estancia Café.