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LOS HONORES A LOS RESTOS DEL GENERAL MORAZÁN EN 1858

De una reciente visita al Archivo Nacional, y sus Anales, tomo la siguiente página de La Otra Honduras, que nos relata el segundo entierro de Morazán, en El Salvador:

Crónica local. Se han tributado los últimos honores a las cenizas del genio, del ínclito (adj. Ilustre, afamado) Morazán. Llenando completamente el programa de esta fúnebre función que insertamos en nuestro número del once. A los dieciséis años de su infausto fallecimiento ha venido a cumplirse su última voluntad, expresada en los momentos más solemnes, al despedirse del mundo y de los hombres. Se ha cumplido aún más allá, porque verificada la exhumación de los restos mortales de su virtuosa consorte, se han encerrado con los suyos en propio mausoleo, unidos como existieron en el mundo y como deben existir en el cielo. Y el Eterno ha oído a las súplicas humildes del pueblo y las ardientes preces del pastor de esta grey.
El catorce, como estaba dispuesto, ingresaron los restos a esta ciudad, conducidos por el Coronel don Juan Antonio Chica y custodiados por el batallón de Cojutepeque. Era un espectáculo sublime y doloroso. El negro carruaje en cuyo centro venía la urna cineraria y el testero ocupado por el conductor, Coronel Chica, rodaba lentamente tirado por dos caballos blancos enjaezados de negro y por cuatro jefes militares de los que sirvieron al difunto General, que tiraban de cordones que se desprendían del carro fúnebre. Así llegó hasta la Iglesia de Concepción, donde la esperaba el gobierno, todos sus empleados civiles y militares y un numeroso vecindario de luto riguroso.
En dicha iglesia quedó la urna depositada en capilla ardiente, reunida ya con la que encierra los restos de su virtuosa señora, recién pasadas las fiestas del quince.
El dieciséis amaneció triste para los salvadoreños. Era el día destinado para las honras fúnebres de su héroe distinguido.
Al efecto, la gran comitiva que se reunió en la Casa de Gobierno, compuesta de todos los empleados de la administración y un gran número de vecinos y antiguos militares que la suerte ha hecho sobrevivir a su caudillo, que con los señores gobernadores de los departamentos vinieron a solemnizar este acto sublime y patéticamente doloroso.
Se movió dirigiéndose a la Iglesia de Concepción, donde el Coronel Chica reunió en su carroza de luto las dos urnas, y con la mayor pompa, solemnidad y decoro las condujo a la Catedral con un acompañamiento numerosísimo y lucido.
Su Señoría Ilustrísima con su clero, su Excelencia el General Presidente, con sus empleados, acompañaban el carruaje mortuorio.
Un numeroso y consternado pueblo obstruía las calles que estaban colgadas de luto, sembradas de arcos y empavesadas con gallardetes negros y blancos.
La fuerza marchaba con armas a la funeral detrás de los restos. En el centro de la basílica se elevó una suntuosa pira, obra perfecta en su género del artista guatemalteco don Mariano Guzmán, a quien felicitamos por su interesante trabajo, era un foco de luz. En su centro se depositaron las urnas, trofeos militares rodeaban el catafalco, en el que lucía el uniforme del General Morazán, su espada de soldado y su bastón de autoridad suprema.
El pabellón nacional ocupaba allí un lugar preferente, enrollado y con la corbata de luto conforme a ordenanza.
Una solemne misa pontifical tuvo lugar y los actos religiosos terminaron con un discurso del presbítero don Manuel Alcaine, rector del Colegio Tridentino.
Y ahora, Usted también lo sabe.

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