Todavía durante la Primera Guerra Civil (La Revolución Reivindicatoria) que estalló el 23 de julio de 1919, los EUA bajo W. Wilson, alentaban la lucha cívica y daban asilo a los líderes políticos que se alzaban contra el continuismo solapado de Francisco Bertrand.
Es la economía, estúpido, siempre fue la economía. Aunque la mayoría de los centroamericanos producían todavía sus alimentos y necesidades, incluyendo manufacturas básicas, en el siglo XIX.
El sector mercantil de la economía había sufrido una profunda crisis desarticulada desde la caída -en 1795- sin remedio ni reverso de los precios del añil, en torno a cuya producción y mercado, estaba articulada su relación externa. La crisis tensionaba las relaciones entre las provincias y Guatemala mientras, en su centro lejano, colapsaba la Metrópolis, invadida desde 1808 y abdicada su corona por dos monarcas indignos que para colmo aspiraron a autócratas y perdieron toda legitimidad.
A fines de 1820, al igual que sus congéneres mexicanos, los ricos criollos guatemaltecos que fueran hasta entonces partidarios de la represión realista inclemente y enemigos del cambio, terminaron por aceptar (muy a su pesar) que la apuesta por la Independencia -al menos una cooptada- era preferible al caos seguro previsible de la revolución liberal española bajo conducción del Coronel Rafael Riego que -por lo demás- socavó la posible restauración imperial amagada por la expedición del Conde de La Bisbal.
Esa coincidencia cristalizó en la Junta de Notables que en Septiembre de 1821 declaró libre e independiente a la Patria grande del Criollo Centroamericano. Pero, en atención a las órdenes de Agustín de Iturbide y con el colaboracionismo de los Aycinena y su Partido, ocho meses después, la nación fue entregada por el ex Capitán General G. Gainza, al Ejército de ocupación mexicano y a un régimen neocolonial al mando del Mariscal Vicente Filisola. A ese jefe militar le tocó imponer una novel y aberrante división territorial, que pretendió desarticular a las provincias antiguas para imponer una división tripartita, en comandancias militares. Sin que jamás arraigara en legítima, la ocupación logró reprimir la resistencia ineficiente en un par de batallas, una guerrilla en El Salvador y el general desacato.
Un año después ante la evidente degradación del imperio, Filisola se aprestaba a retirarse (eso sí, garantizando la adhesión a México de la Provincia de Chiapas, que Tuxtla se rehusó a suscribir), las provincias quedaban a la deriva y se convocaron los representantes de los municipios en los que recaía la soberanía