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Manuel de Jesús Subirana

En 1856 llegó a Honduras el Padre Manuel de Jesús Subirana, un hombre honesto, casto y con un gran corazón misionero que con su forma de evangelizar y su entrega al prójimo,  marcó un antes y un después en el departamento de Yoro, lugar que escogió como centro de sus actividades evangélicas. El Padre Subirana, fue un instrumento dócil en las manos de Dios, buscaba como fin la santificación de los pueblos a los que llegaba su evangelización, los habitantes estaban seguros que entre ellos vivía un santo, “El Santo Misionero”.


¿QUIEN ERA?
Manuel de Jesús Subirana, nació en 1807 en Manresa, provincia de Barcelona, España. Ingresó al Seminario de la ciudad de Vich, España, y se ordenó en dicho centro religioso en el año de 1834.
Hasta el año 1845, ejerció sus servicios cristianos en su ciudad natal. Fue en ese momento donde sintió una fuerza suprema que lo orientó hacia la vida apostólica, recorriendo con carácter misionero  la diócesis que lo vio nacer., inspirando fe en todo aquél que lo escuchaba.

SU PRIMER DESTINO
América fue la tierra predilecta  para el  misionero, propicia  para ofrendar las bondades de  su vida espiritual. En 1850 llegó al Arzobispado de Cuba, bajo la protección del Arzobispo Antonio María de Claret y su secretario, el presbítero Felipe Rovira.
Permaneció en Cuba hasta el año de 1856, llevando con fervor a todos los rumbos de la isla la religión cristiana. Sufrió terribles enfermedades, debido a las inclemencias del clima, que pusieron en peligro su vida preclara y lo obligaron a marcharse de esas tierras.

SU PASO POR HONDURAS
Una de las figuras más ilustres  que ha pisado territorio hondureño es Manuel de Jesús Subirana.  En octubre de 1856,  contando con 49 años se instaló en la Mosquitia donde evangelizó a los zambos, payas, misquitos, sumos  y otras tribus que tenían creencias paganas y supersticiosas.
No obstante fue en  Yoro donde dedicó la mejor parte de su apostolado, comenzó por aprender el lenguaje de los indios jicaques.
Al llegar al municipio de Omoa los moradores que tenían comportamiento guerrerista y no admitían ningún extraño, salieron al encuentro del padre Subirana con la intención de matarlo. Pero el padre les levantó la mano para darles la bendición, y aquellos guerreros, tocados por una fuerza sobrenatural se arrodillaron mansamente ante el enviado de Dios.

MILAGROS
El padre Subirana también fue un hombre de milagros, en los cuales los habitantes de los pueblos creían firmemente. Su fe y su forma de evangelizar cambiaron el pensar de todos aquellos que se mostraban incrédulos en Dios Padre.
La tradición señala que la creencia en la lluvia de peces que se produce en Yoro,  es un milagro de él.  Al ver mucha gente pobre y hambrienta, oró durante tres días y tres noches pidiendo a Dios un milagro que ayudara a los pobres a conseguir alimento.
Otro milagro  del misionero surgió en Trinidad, Santa Bárbara, cuando predicaba ante un grupo de personas guardó silencio por un momento y predijo que todo quedaría a oscuras. Era pleno día y en efecto, todo se volvió oscuro, pero; luego de que los pobladores terminaron de entonar un canto que él les había solicitado, extendió los brazos y la luz volvió a brillar.
El Misionero de Honduras llenó todo el ámbito nacional con unos acontecimientos prodigiosos que dejan desconcertado a cualquiera.

SU MUERTE
El virtuoso misionero murió el 27 de noviembre de 1864, luego de treinta años de evangelización, de los cuales los últimos ocho los dedicó en espíritu y alma a Honduras.  Expiró en Potreros de los Olivos en el departamento de Cortés, pero sus restos los trasladaron hasta la ciudad de Yoro donde fueron inhumados.

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