Nuestros hombres de estado no se han caracterizado por lo profundo de sus convicciones. En ellos ha pesado más el interés por los puestos y la fama que los intereses de la Patria. Esto nos queda de la lectura que hoy compartimos con ustedes y que nos dejara don Ramón Rosa en su Obra Escogida por don Marcos Carías:
En el año de 1833 se hicieron elecciones de Jefe de Estado. Se dice que no hubo mayoría de votos populares; y en este concepto la Asamblea eligió jefe al infortunado don Joaquín Rivera, y vice jefe al coronel Ferrera, después victimario de aquel patriota. En mi entender, el espíritu de partido dio lugar entonces a uno de los errores más trascendentales para la suerte de Centroamérica, haciendo que se negase la presidencia a Ferrera, que era el hombre de mayores prestigios, había prestado eminentes servicios al Estado y a la Federación y que separado de las filas liberales, podía ser, como lo fue, un enemigo tenaz, implacable y poderoso. Más tarde, el General Morazán, con su exquisito tacto, confirió a Ferrera el grado de General de División, reconoció el error de su partido y quiso, de todas veras, repararlo. Era demasiado tarde. Ferrera era hombre de rencorosas pasiones y su resentimiento lo había hecho convertirse a la oposición y ya por sus propósitos y compromisos, era un irreconciliable separatista. La Federación combatida por todas partes, como nave destrozada por vientos y oleajes que la combatían en todas direcciones, llegó a hundirse, en el período de 1839-40 y Ferrera fue uno de sus más audaces y empeñados destructores. La fe política, las aspiraciones y las maniobras de Ferrera, dedicólas por completo a la causa de la disolución de Centroamérica.
Como veremos más adelante, esto significó también la muerte de don Joaquín Rivera, presidente de Honduras. Pero eso será más tarde ya que ahora, usted también lo sabe.