LOS AMORES DE DON DIONISIO DE HERRERA

Como les hemos venido contando desde hace ya varios meses, nuestros próceres también tuvieron su vida privada aunque, por ser ellos figuras públicas, ésta dejó de serlo. Este es el caso de nuestra historia de hoy, que se refiere a nuestro primer jefe de estado, don Dionisio de Herrera, y que nos refiere el historiador don José Reina Valenzuela en su obra “El Prócer Dionisio de Herrera”:
joven y apuesto, de modales distinguidos, de buen vestir y de fácil palabra no tardó en demostrar que era un travieso impenitente. Requirió de amores a varias doncellas con quienes tuvo sus enredos; la historia apenas sabe que sucumbió en sus brazos la bella Martina Ramírez y que sedujo a una honorable dama cuyo nombre ha quedado en el misterio. Pero al final, su corazón cayó rendido ante las virtudes de la señorita Micaela Quezada…
Herrera dispuso sentar cabeza, amaba entrañablemente a aquella joven singular y pidió su mano en matrimonio. Gordos eran los pecados que había de confesar al padre cura. Su temperamento de conquistador de corazones le había llevado a seducir mujeres hermosas emparentadas muy de cerca con la que había de ser su compañera ante Dios y ante los hombres y el 24 de marzo de 1820 declaró en el expediente matrimonial que había tenido que ver con “Martina Ramírez, prima hermana de doña Micaela Quezada” y “con una tía carnal de su prometida”, por lo cual, además de la dispinesa de las proclamas que la iglesia exigía a los contrayentes, suplicaba “se le dispensara el parentesco de segundo grado igual de afinidad por cópula ilícita”, lo cual le fue concedido por el Provisor y Vicario General del Obispado de Comayagua, Dr. Don Juan Miguel Fiallos.
Después de esto, el 9 de abril de 1820, en la iglesia parroquial del señor San Miguel, bendijo el matrimonio de don Dionisio y doña Micaela…siendo padrinos don Miguel Bustamante, don Francisco Juárez y don Francisco Morazán, primo hermano legítimo de la desposada.
Esta es la historia del matrimonio de nuestro primer gobernante. Por fortuna para nosotros, su actitud pública fue más digna de mención que la privada. Y ahora, usted también lo sabe.