Del libro “Francisco Morazán, su vida y su obra”, de J. Jorge Jiménez Solís, extraemos el material que este día les traemos sobre la vida romántica de nuestro máximo héroe:
Morazán frisaba ya los 34 años cuando ya era una destacada personalidad. Su apostura, sus modales exquisitos y su refinada cultura lo hacían acreedor al aprecio y estima de los hombres de valía.
¿Y qué diremos del atractivo que tenía en el mundo femenino? Tuvo innumerables conquistas donjuanescas, como aquella de la que en 1826 nacía José Antonio Ruíz, como hijo del matrimonio de don Eusebio Ruíz y doña Rita Zelayandía, pero que en verdad era hijo natural de Francisco Morazán, como lo reconoció posteriormente. Muchos de sus amoríos han sido descritos con sutileza por bien cortadas plumas. En el mismo año de 1826, sin embargo, contrajo matrimonio con doña María Josefa Lastiri, joven viuda de don Esteban Travieso, el mismo que con Morazán había jurado fidelidad a la independencia patria el 28 de septiembre de 1821.
A la muerte del señor Travieso instituyó heredera de su cuantiosa fortuna a su esposa, con quien había procreado cuatro hijos, tres mujercitas y un varón que llevaba el nombre de su progenitor. La estirpe de doña María Josefa era de abolengo; su padre, de origen español y su madre, hondureña, de una belleza deslumbradora y de esmerada cultura.
El autor hace una comparación con la boda del Emperador francés Napoleón Bonaparte con la también viuda Josefina, para terminar resaltando un hecho que no debemos perder de vista: no fue el interés monetario el que impulsó a nuestro héroe a casarse, sino el afán por la búsqueda de la paz hogareña y el verdadero amor que, como todos sabemos, es ciego.
Y ahora, usted también lo sabe.