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EL TESORO DEL GENERAL MORAZÁN

Del General Cabañas se decía popularmente que estaba “empautado” (que tenía pacto con el diablo), porque siempre salía ileso de las batallas, a veces de forma increíble. Y, como lo leemos en la revista Ariel de mayo de 1925, también del General Morazán se contaron leyendas:
Fue el catorce de septiembre de 1842. Morazán resistía en su cuartel de San José a las tropas rebeldes que los sitiaban. Comenzó este ataque el día once, al llegar la noticia de que Florentino Alfaro había hecho estallar la revuelta en Alajuela.
Le tocó a la Guardia de Honor rechazar los primeros asaltos. Rendida por falta de elementos la guarnición de los cartagos, siguió la lucha en el Cuartel Principal.
A Morazán le acompañaban ochenta hombres, y de éstos, cuarenta eran salvadoreños.
Toda su familia había caído en rehenes al atravesar una calle.
Le ofrecieron al prócer garantías para él y sus bienes, pero no para Villaseñor, Cordero, Pardo y otros compañeros. Por este motivo rechazó las proposiciones que le hiciera el Capellán don Antonio Castro, que era el parlamentario.
Afuera se redoblaba el ardor de los sitiadores que alcanzaron a cinco mil. Afluían de Alajuela, Heredia y otros lugares.
Azuzaban a esas turbas Peinado, los Fábrega y el portugués Pinto, instado a su vez por un joven imberbe que creía llegado el momento de celebrar una boda ventajosa.
En estas circunstancias, Morazán realiza una peligrosa retirada.
Creía que brillaba aún el sol de Gualcho y del Espíritu Santo.
A las tres de la mañana salía con los suyos, protegidos por el más íntegro de sus generales, Trinidad Cabañas, que se presentó con treinta hombres leales que le quedaban.
Iba el héroe jinete en su brioso caballo, bajo el fuego de los fusiles como bajo una tempestad, dando heridas y recibiéndolas, a rastras el vendaje, abriéndose paso por entre la montañuela Cuesta Moras.
Pretendía llegar a Cartago, ignorante de que Pedro Mayorga, Comandante de esa plaza, derrotado por doscientos alajuelas, se había unido a los vencedores y extendido la revuelta a su jurisdicción.
Un poco más allá del alto de Ochomogo intentó esperar a Cabañas, pero Villaseñor se opuso. Morazán iba herido y era preciso encontrar vendajes.
Pedro Mayorga los recibió con agasajo y ordenó prepararles alojamiento, mientras salía en busca de la escolta que debía prenderlos.
En este instante los fugitivos son advertidos del peligro por la esposa de Mayorga.
Procuran escapar en los caballos, pero se les captura en el momento de coger las bridas.
Ahí se reanuda el hilo de nuestra historia.
Doña Anacleto Arnesto, comprendiendo que se desarrollarían graves acontecimientos, le entregó a un antiguo criado, el de mayor confianza, un cofrecillo de caoba con cerradura de plata en el cual estaba el dinero que Morazán puso bajo su custodia y le ordenó ocultarlo en sitio seguro.
Ese criado atravesó la cordillera y logró llegar a esta gruta.
Aquí enterró el cofrecito de caoba, e iba de regreso el fiel servidor a la casa de Mayorga, de todo conocido por ferviente morazanista, cuando fue muerto al salir del camino por los amotinados que volvían de Alajuela.
La leyenda dice que esta gruta, llena de murciélagos, se ilumina la noche de Navidad.
Cuando resuena la última campanada de las doce en la iglesia de Tres Ríos, óyense extrañas músicas, la luz se multiplica y, hostigados por el vivo resplandor, huyen los murciélagos.
Cuando los cohetes anuncian la llegada de Noel, es visible la hendedura en que está el tesoro.
Y ahora, usted también lo sabe.

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