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POR EL CAMPO DE LO IGNOTO

Hoy les traigo una historia de misterio, tomada de la Revista del Archivo Nacional y que salió de la pluma del inventor del orquestrófono, don Manuel Adalid y Gamero:
A principios de 1897 vivía yo en Guatemala, en una vieja casa colonial, perteneciente entonces a doña Delfina Zabadúa. El Dr. E. Constantino Fiallos, el Dr. Membreño, un joven panameño de apellido Icaza y yo éramos los huéspedes de

doña Delfina, quien vivía con una hermana y alguna otra de sus sobrinas. Había estallado en Honduras una revolución y la comunicación telegráfica con algunas ciudades del interior se hallaba interrumpida. Una noche, al regresar del teatro, donde representaba una compañía italiana de opereta y baile, me pareció sentir rebullir, en los cuartos vecinos a los huéspedes, que no parecían haberse dormido. Poco después de haber apagado la luz sentí una respiración anhelos junto a mí, y aunque entraba por la ventana claridad suficiente llegada, encendí luz y no descubrí nada. Me dormí, y un rato después soñé que un primo y camarada que vivía en Danlí se llegaba a mí y me estrechaba la mano y me decía: “Te vengo a decir adiós, porque me han matado”. Quise detenerlo, permo me apretó de nuevo la mano y desapareció. En el sueño sentí que aquella despedida era cierta y lloré. Cuando me desperté la almohada estaba humedecida con mis lágrimas. Me levanté tarde al día siguiente, y me sorprendí de que los otros huéspedes no se hubiesen levantado. También la dueña de la casa extrañaba la permanencia de sus huéspedes en la cama. Yo referí mi sueño y doña Delfina trató de consolarme, diciéndome que el sueño era debido a la inquietud que sentía yo por saber que había revolución en mi tierra. Cuando se levantaron los huéspedes declararon que habían pasado muy mala noche, sintiendo la proximidad de una persona que no hacía ruido, pero que sabían que se acercaba a ellos. Fiallos experimentó una fuere sacudida en su cama e hizo luz. No había nadie. Cuando yo llegué, sintió crujir la puerta de cristales que separaba su cuarto del mío. Yo también sentí el crujido y creí que él había empujado la puerta. Todos confesaron que habían sentido miedo y que no pudieron dormirse sino después de haber llegado yo a mi cuarto. Yo continué inquieto. Pasaron tres días. Entonces recibí un telegrama puesto en Tegucigalpa: “A Marcial Medina lo asesinaron hace tres días en Danlí”. Mostré el telegrama a doña Delfina y a mis convecinos, que se quedaron muy asustados. Doña Delfina me dijo: “esas son las cosas que cuando se las cuentan a uno casi siempre se niega a creerlas…”. Muchos años más tarde, siendo el Dr. Membreño Presidente Interino de Honduras, le pregunté si recordaba el incidente que acabo de referir. Me respondió que lo recordaba muy bien y que era algo a lo cual no podía encontrar ninguna explicación.
Y ahora, usted también lo sabe.

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