Hoy he querido hacer un cambio radical de tema y contarles algo de lo poco que nos cuentan de la famosa “Reforma Liberal” y la participación que en ella tuvieron los propios sacerdotes. Digo esto porque uno de los principales planteamientos de esta Reforma era, precisamente, la separación de la Iglesia y el Estado, cosa que se ha querido ver fuera del contexto que tuvo. Pero serán sus mismos protagonistas los encargados de explicarlo, en este caso, con lo que nos encontramos en el libro de doña Leticia de Oyuela, “Ramón Rosa, Plenitudes y Desengaños”:
Pero, según nuestra opinión, el partícipe más intenso es probablemente Antonio Ramón Vallejo, nacido en 1844. Vallejo representa la disensión del grupo sacerdotal. Su entusiasmo con el grupo de la Reforma fue virtualmente decisivo, ya que al romper con el grupo clerical al que pertenecía, fue seguido por un grupo de jóvenes sacerdotes, entre los que se encontraban Francisco Rodríguez, párroco de Choluteca; Jesús María Rodríguez, coadjutor de Santa Rosa de Copán, y otros…
Este movimiento prácticamente desestabilizaba la organización clerical, por lo que solamente fueron declarados oficialmente disidentes el doctor don Vicente Camión en Pespire, el licenciado Yanuario Reyes en Lamaní, Olayo Salgado y Víctor Fajardo de Celilac, con su compañero Fidel Aguilar de Manto.
El padre Vallejo se incorporó al grupo del Presidente Soto y su ministro general Rosa -con quien mantuvo amistad hasta la muerte- desde el mismo momento del arribo de éstos a Comayagua. Vallejo había enviado ya una carta al Obispo Fray Jesús de Zepeda, donde le comunicaba la urgente necesidad de una reforma en la curia. Carta que no obtuvo respuesta, si bien tenemos que considerar que el Obispo era un hombre anciano que posiblemente no se sentía capaz de desafiar a sus colegas del Cabildo Catedralicio de Comayagua. Impetuoso y brillante, Vallejo envió una segunda carta al Obispo, donde saltándose las barreras de la jerarquía textualmente le dice:
…Es deber contraído el denunciar a vos y al mundo entero las calamidades que afligen por todas partes a la Iglesia de Honduras, e indicar al propio tiempo las reformas que se necesitan, partiendo de la observación que hemos hecho.
Más adelante afirma:
…Mirad señor a la Iglesia Hondureña sumida en el mayor atraso, en el mayor abandono y desconcierto, propagándose en todas partes la superstición, el fanatismo y la inmoralidad, practicándose al mismo tiempo el más grosero y repugnante paganismo y simonía. (Compra y venta de cosas espirituales. N. del C.)
Entonces y por mucho tiempo, la enseñanza que se ha dado en el colegio Tridentino ha sido estrechísima, sin horizontes, ni bases y principios. La sagrada teología se vio explicada por cuentos de pulpería, como se ve hoy explicada por “chiles de convento”…Con estas condiciones salen de ahí sacerdotes que van a los pequeños pueblos y se esparcen sin educación, sin moralidad, sin instrucción, sin conocer de qué modo y hasta qué punto deben conservarse las relaciones con la sociedad, y muchos ¡Oh vergüenza! sin los conocimientos más elementales y comunes al cristiano.
El Padre Vallejo nos dejó una gráfica extraordinaria de aquellos curas panzones que habitaban las poblaciones del interior, medrando de ellas. Casi todos los dueños de las haciendas de cofradías -que habían titulado a su propio nombre-, tenían las iglesias y ermitas en un estado deplorable y exigían a las poblaciones que los mantuvieran. Vallejo fue cambiando paulatinamente su credo cristiano por la nueva religión de moda: la ciencia positiva.
Y ahora, usted también lo sabe.