Hoy quiero hacer nuevamente una pausa de refresco con este texto que tomé del “Anecdotario de mi Abuelo”, de don Rafael Heliodoro Valle:
Esto me lo relataron en la Costa Norte. Es el caso que había un zambo, la cosa más natural del mundo; pero que se fue a estudiar a París, lo cual sí ya pertenece a lo maravilloso. El zambo leyó, hizo vigilias, meditó mucho, se mantuvo atento frente a los mágicos espectáculos de las ciudades. Un día regresó a la “tierruca”, ya doctor, gastando francés con una prosopopeya que dejaba mudos a los paisanos que no habían ido a la dulce capital de Francia. Después de recibir los saludos del compadre, el primo y la vecina de enfrente, los zambos de la aldea lo rodeaban como a un ser caído de las estrellas, y quiénes lo veían con respeto, quiénes como un semidiós entre los hombres.
Una tarde, la zambería se sentó en el suelo para oír la palabra del insigne recién llegado.
-Pero bien, hombre, -dijo uno de los mañosos,- Ya que se ofrece, contarnos algo de lo que has visto por aquel país.
-Bueno, compadre, manifestó el zambo interpelado,- Voy a explicar algo que no saben ustedes. Por ejemplo: en mi colegio me enseñaron que la tierra da vuelta alrededor del sol.
-¡Hum!
-Que la tierra es redonda como una naranja y hay una ley que se llama de la “gravitación universal”.
-La verdad es que esa no me “entra”, contestó otro de los del corrillo. Si eso fuera así, ¿dónde estaríamos a esta hora con todo y mi compadre venido de París?
El europeizado, al comprender que se había metido en un charral de donde le era imposible salir, resolvió cambiar de tema:
-Vaya, pues, les voy a explicar la palabra extranjero.
Cuando yo estaba en París, los de allá me llamaban extranjero, así como nosotros llamamos a uno de París cuando viene a Honduras.
-Esa menos para que me pase, -dijo un contradictor-. -Vos allá en París no eras “extranjero” sino zambo, así como todos nosotros.
Y ahora, Usted también lo sabe.