Don Luis Mariñas Otero me ha hecho reflexionar con su libro “Acercamiento a la cultura de Honduras. Este retazo que hoy les traigo, cuyos protagonistas le resultarán ajenos a muchos, es una muestra de lo que han sido las raíces de la literatura hondureña actual, obviamente, con mucho más que decir y nombres por recordar:
Los escritores hondureños han mostrado preferencia por ciertos temas que desarrollan e interpretan en forma personal. Como consecuencia de la tónica generalmente pesimista de la literatura hondureña, el tema de la muerte está siempre presente y puede decirse que prácticamente todos los poetas hondureños han escrito alguna oración fúnebre, incluso a sí mismos, como Juan Ramón Molina en «Después que muera»; Rafael Heliodoro Valle, en «Víspera de la muerte” ; Rómulo E. Durón, en «Ante un esqueleto»; Alejandro Valladares, en «Sobre una tumba»; Marco Antonio Ponce, en «Esquela Fúnebre»; Marcos Carías Reyes, en su ensayo “Tragedia», etcétera. En suma, apenas ha habido escritor hondureño que haya podido ausentarse a la vena macabra y al tema de la muerte que, muchas veces, no tiene nada de artificial ni de estético, sino que constituye un trágico reflejo de las propias vivencias del poeta.
Concomitante y paralelo al tema pesimista de la muerte es el del hastío y del nihilismo que encontramos en toda la literatura hondureña y cuya expresión más acabada la constituye José Antonio Domínguez con su «Himno a la Materia», poema cosmogónico de la inspiración totalmente panteísta:
Oh, materia sublime, eterna y varia que con el gran prodigio de tu esencia y el arcano infinito de fas formascomo madre perenne siempre jovena quien su propia fuerza fecundara
llenas la inmensidad del universo
y eres causa y efecto misterioso
de cuantos seres bullen y rebullen”…
Y ahora, Usted también lo sabe.