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EL VINO DE HONDURAS

El artículo de hoy sale de nuevo de “Estampas de Honduras”, de doña Doris Zemurray Stone, por una de esas rarezas de la memoria. ¿Se han fijado que en el frontispicio de la catedral de Comayagua? Hay vides y olivos. En las montañas que rodean ese valle se producían uvas y aceitunas, vino y aceite. Según cuentan, eran de tan buena calidad que la Corona los prohibió para que no compitieran con los propios. Y la rareza de la memoria a la que me refiero es el nombre del cura que sembró las primeras vides en California:


Tegucigalpa era una población que crecía. Era fácil comprender por qué la provincia meridional de Choluteca con su acceso al mar fue convertida en parte de ella antes de que terminara el siglo, y por qué una envidia enconada crecía poco a poco entre Tegucigalpa y la capital Comayagua. Ya entrado el siglo siguiente hubo un florecimiento de verdad. Tegucigalpa podía vanagloriarse de sus cinco iglesias, además de una catedral y una ermita; San Francisco, La Merced, El Calvario, San Sebastián y Nuestra Señora de los Dolores. Eran arrogantes, lindas iglesias resplandecientes con el oro y la plata que cubrían sus retablos y por la graciosa línea de las columnas esculpidas que soportaban los variados camarines. Había una tranquilidad que incitaba al reposo y al estudio, turbada por la excitación que viene de la llegada periódica de la gente rica y prominente y el siempre importante metal de las minas.
Había vida, interés y cierto estímulo intelectual. La ciudad tenía un ambiente propicio para el valeroso, el filósofo y el productor. Fue el lugar de nacimiento en 1662, de Juan de Ugarte, el primer hombre que plantara una viña en California. Allí se crió él y más tarde se fue para México en donde se hizo sacerdote jesuita. El ferviente y apasionado padre Juan Cerón fue también un producto de ese medio. El padre Juan vivía lo que predicaba, una filosofía del amor fraternal severa contra el hombre que se consumía odiando a sus enemigos. Era tan fiel a sus palabras que públicamente abrazaba en la iglesia a aquellos que le profesaban enemistad. Cuando murió en México sus parroquianos se dividieron su rosario, cuenta por cuenta, y las guardaron como se hace con reliquias santas.
El movimiento comercial aumentó rápidamente en el territorio. La resina del liquidámbar, la miel y la cera de las abejas nativas, que no pican, y el alquitrán manufacturado que era de importancia vital para el calafateo de buques se recogían o se producían en la vecindad. La población servía como punto de partida para el comerciante o aventurero que buscara el estímulo adicional que ofrecían otras regiones tales como la vasta provincia de Taguzgalpa o la distante Nicaragua. Uno de los últimos parajes seguros para pasar la noche antes de tomar el camino abierto era la gran plantación o estancia de El Zamorano en el valle de Yeguare. De allí provenía toda suerte de productos agrícolas, tales como azúcar con que traficaban en las calles de la alcaldía mayor en un ambiente de vida y movimiento.
Y ahora, Usted también lo sabe.

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