CIUDAD AMADA

De uno de mis escritores favoritos, Rafael Heliodoro Valle, y de su libro “Tierras de pan llevar”, sale este hermoso recuerdo del por qué este deseo mío de volver a la Tegucigalpa de antes…:
Silencio, siglo XIX envuelve la ciudad de los tejados. Amada Tegucigalpa con neblina en los cerros, el río que pasa debajo del puente arrastrando estrellas en la noche y las calles lavadas por el aguacero, mientras la niebla pone en la ciudad un íntimo calor de nido. Al instante solo se oye el toque de las horas en el reloj vetusto, el monorritmo del alcaraván que se azora al ver las nubes en el agua. Los fanales eléctricos suavizan su vaguedad luminosa en la penumbra y al difundirse en la lejanía fantástica, se hacen más inciertas las cosas, más diáfano el ambiente.
El río canturreador. Cuántas veces, a la salida de los bailes, el transeúnte rezagado percibe en la quietud nocturna un rumor de mandolinas alegres que van, calle arriba, hacia un balcón en lontananza.
Claras noches de amor. Estas en que el alma se baña en la claridad del plenilunio. El cielo bordado de neblinas anticipa el resplandor del porvenir. Aquí cerca, la juventud es un repique de campanas divinas; estas calles que envuelven tiniebla invernal; este río que, bajo la luna, parece desperezarse en un lecho de arenas preciosas; este puente antiguo, cuyos barandales vieron quién sabe cuántos idilios. Vamos entre el silencio exquisito de la noche hacia el balcón sombreado de madreselvas de la casa vieja, que de día es humilde y parece a la luz de ilusión un mágico alcázar porque en ella vive la novia.
Y ahora, Usted también lo sabe.

 

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