Honduras en sus manos
Del libro “Memorias y apuntes de viaje” de don Froylán Turcios, sale nuestra historia de hoy.
Un domingo que jugábamos en el solar abandonado de la vieja casa de dos pinos, de don Salvador Garay, frente a la de don Indalecio Argueta, Jaime Bertrand castigó con unos cuantos pescozones a un muchachote grosero, quien vive todavía, que maltrataba continuamente a los más débiles. Asombrado de su proeza, le regalé mi sello japonés.
Como una bomba de dinamita cayó entre el grupo filatélico un aparatoso folleto de una casa comercial de Chicago, imposible recordar el nombre, en que ofrecían, en cambio de estampillas centroamericanas, una multitud de útiles brillantes capaces de perturbar las mejor equilibradas imaginaciones infantiles. La imagen de los textos capciosos, con los detalles para los pedidos, veíanse en forma llamativa y gráfica, hebillas de plata, cadenas de diversos metales, puñalitos y navajas con secretos resortes, preciosos cortaplumas de veinte formas y calidades; álbumes con raras estampas, gemelos de puño, plumas y lapiceros de oro, y cada uno escogió lo que más deseaba en relación con el número de sus sellos. Yo pedí con todos los míos, como 20,000, una cartera de piel de Rusia con mi monograma, un estilete con el pomo de plata, y un precioso reloj de bolsillo con los números rojos que debería traer mi nombre en el centro de la carátula.
Llené todos los requisitos del envío con escrupuloso cuidado, y quedé esperando, hasta hoy, aquellos encargos que en mis sueños de entonces tomaron una apariencia fantástica. Robo tan canallesco me decepcionó para siempre de mi afición filatélica y los más elegantes muestrarios de esta especie, me impresionan menos que la más absurda incógnita algebraica.
Y ahora, Usted también lo sabe.