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El jardín de la infancia

Nuestro programa de hoy sale de la revista “Extra”, del año 1967 y escrita por don Yanuario Landa Blanco. Aunque a primera vista podría parecer que queda trunco, la verdad es que refleja una realidad que no ha cambiado, la diferencia de clases. Y, por supuesto, nos permite asomarnos a la forma en que se percibía entre nosotros el papel del maestro como formador de carácter:
Así se llamaba la escuelita privada de don Tiburcio Acosta, que abriera allá por el año 1897, detrás de la iglesia de Los Dolores, en una modesta casa del general José María Reina. Don Tiburcio Acosta no era un maestro de profesión, pero era un hombre que sabía leer “en letra menuda”, como decía nuestra madre. En una pieza contigua a la escuelita tenía su taller de sastrería, en donde se confeccionaban los mejores trajes para los mejores señores de la ciudad. Los alumnos de la escuelita eran los niños desarrapados del Barrio Abajo, no mayores de diez años, hijos de personas muy pobres, cuyas mayores ambiciones se limitaban a que sus hijos aprendieran a leer, escribir y las cuatro reglas. Todos los niños, menos uno, eran descalzos. Llevaban el pelo siempre sobre las orejas, los pantalones remendados y raídos, hechos a la medida de sus padres, anchos de la cintura, a los que simplemente le habían cortado el largo de las piernas. Algunos, para que no se les cayeran, se los sujetaban con cordones a manera de tirantes. Otros, en lugar de correas, usaban cabuyas o tiras de cualquier tela. Todos ellos eran unos picaritos de ojos avispados que se divertían diariamente inventando toda clase de maldades.Pero al correr de los años, las enseñanzas morales de don Tiburcio dieron sus frutos, porque todos llegaron a ser excelentes ciudadanos.
La excepción entre todos era Carlitos, porque era un niño bueno, ingenuo, soñador y triste, pero sin la vivacidad de los otros. Era hijo único de un matrimonio acomodado, quien había cifrado en él todas sus esperanzas, recordándole con frecuencia que él debía llegar a ser un buen abogado. Era el único niño calzado en la escuelita, bien vestido y bien peinado. Y por eso, precisamente, porque era calzado y vestía mejor, los demás alumnos no lo queríamos, porque aún entre los niños, cuando son pobres, anida ese oscuro rencor contra los ricos. Simplemente porque son ricos, aunque sean generosos y magnánimos.
Don Yanuario dejó aquí su historia. Yo haré una excepción comentando que todavía estamos a tiempo de regresar a las clases de Moral, Cívica y Urbanidad. Nuestro país se lo merece.
Y ahora, Usted también lo sabe

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