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LOS PUEBLOS DE YOJOA

Si le dedicamos un poquito de análisis al esfuerzo que hizo don Ramón Rosa por cimentar nuestra idea de nacionalidad, de pertenencia, mostrándonos a nuestros próceres y símbolos, veremos que en ella destaca, entre genios militares, políticos y sabios, la figura bonachona de un sacerdote: el Padre Reyes. Aunque de él no se cuentan grandes milagros -aunque sí unos pocos-, no puede hacerle sombra al Padre Subirana, con la gran diferencia que éste no era hondureño. Pero eso no es lo que importa en esta historia que saqué de Patrios Lares, de don Pompilio Ortega:
Los pueblos en el extremo sur que forma el extenso y fértil valle de Sula, está la aldea exactamente al pie de la falda que forma por el norte la cordillera de Montecillos, que allí se conoce con los nombres de montaña de Meámbar y de Santa Bárbara quedando entre esas dos montañas el pintoresco lago de Yojoa.
En tiempos coloniales el pueblo de Yojoa era muy importante porque allí vivía en mucha gente rica, tan rica, que según cuentan, sacaban en cueros a asolear las grandes cantidades de plata que tenían.
Tranquilos y pacíficos vivieron los habitantes de Yojoa hasta mediados del siglo pasado en que acertó a pasar por ahí el célebre misionero Subirana. Dicen que tan pronto tuvo la oportunidad de predicar les dijo estas o parecidas palabras: “hermanos ved esa montaña que se levanta al sur de este pueblo a una altura de 3000 pies, sobre ella está un gran lago de donde nace ese río de aguas blancas y azuladas que se precipitan hasta el valle formando cascadas; sabréis que ese río no sale del lago visiblemente sino que brota de la tierra a una regular distancia donde hay grandes extensiones de tierras mezcladas con agua que vosotros llamáis tembladeros; ese lago o “Laguna del Agua Azul, como la llamáis va a sumergirse o a derramar todas sus aguas por uno de sus desagües, lo más seguro por donde nace el Río Blanco, no sé el día en que esto ha de suceder, pero si es seguro que tarde o temprano sucederá y no quiero que vayáis a perecer en la tremenda inundación; debéis abandonar este sitio y trasladaros a otro fuera del nivel peligroso”. Los yojoeños, asombrados con la perfecta descripción que el Misionero hacía de aquel lugar que él no conocía, creyeron en sus palabras como los antiguos hebreos en las de su santos profetas; y desde esa época empezó a salirse la gente, ya para la aldea de Santa Cruz, ya para la de San Francisco, aldeas que más tarde vinieron hacer los pueblos de Santa Cruz y San Francisco de Yojoa, que pertenecen al departamento de Cortés.
Así explican muchos por qué estos dos pueblos son de Yojoa y el por qué de que Yojoa no sea ya un pueblo sino una pequeña aldea.
Todavía las gentes de Yojoa recuerdan al Misionero, quien les dijo que donde estaba aquel floreciente pueblo habría con el tiempo un potrero.
Y ahora, Usted también lo sabe.

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