Pocas veces en la historia de los pueblos se pueden dar dos hijos que, al mismo tiempo, conjuguen sus hombrías e ideales a seguir la misma causa y no solo eso, sino que la logren ver realizada. Ese es el caso que nos ocupa este día con la historia que extraigo del libro de don Rómulo Durón, “Honduras Literaria”, tomo II:
Rendida la patria por traición infame de un godo de apellido Fernández, Cabañas no quiso presenciar la humillación de Honduras y las ruinas de Comayagua reducida a cenizas. Partió para San Salvador, en cuya plaza se defendía la misma bandera que acababa de sucumbir en Honduras, sitiada también por ejércitos de la aristocracia de Guatemala.
Prolongado más que el de Comayagua fue aquel asedio. Los valientes que defendían la plaza nunca desmayaron ni perdieron la fe, como no la pierde jamás el partido liberal en el triunfo definitivo de su causa.
Por fin les saludó la aurora. El General Morazán, llegado como ángel de salvación se presentó a la espalda de las tropas oligárquicas con una bizarra división hondureña. Las contrasitió, les intimó rendición y las hizo capitular a su voluntad.
El General Morazán entró a la plaza libertada bajo un trueno de aplausos y victoreado por el puñado de héroes que lo habían sostenido.
Desde entonces, Trinidad Cabañas, elevado ya al rango de teniente coronel, fue el compañero inseparable del General Morazán en sus triunfos y desgracias. Hizo bajo sus órdenes la campaña de Guatemala que dio en tierra con la oligarquía, inaugurándose la década brillante de 1829-1839, período único, escuela que en Centroamérica ha tenido la república democrática en su sentido radical.
Esta es la historia que, espero, finalmente les hace justicia a nuestros héroes porque ahora, Usted también lo sabe.