Home / La Otra Honduras III Parte / EL ÁRBOL DE SAN JUAN

EL ÁRBOL DE SAN JUAN

Este día haré una pausa en las historias de don Jesús Aguilar Paz para traerles de nuevo un escrito de don Rafael Heliodoro Valle, que escribo también desde el lugar que se lo inspiró hace ya casi cien años, deseando haberlo visto como él:
El valle de Sula es uno de los más hermosos del mundo. Se entra por las puertas luminosas del aire, bajo el palio de oro de abril. Si se llega por la mañana, los ojos se refugian en la quietud de las montañas de suavísimo zafiro, y lo que más se desea es salir al
encuentro de ellas, en busca de aguas con sombra de árboles. A poco andar surge el río Cristales, abriéndose las venas para aplacar la calentura azul del cielo. ¡Qué ganas de huir hacia el mar, sobre el dorso de la cordillera en que las nubes se agachan para beber ternura! La cumbre de Miramelinda se impone en la magnificencia del paisaje. ¡Qué hermoso valle para que se alce allí una de las ciudades del futuro!


Si en la tarde se llega, se siente el gran alivio de la brisa, que primero es una insinuación de alas sobre las sienes, luego acelera su frescura liviana y poco a poco penetra la epidermis del aire hasta hacer olvidar la crueldad del mediodía. El Valle entonces parece el sitio más remoto del mundo, en cuyo centro se alza como la expresión del silencio enamorado, el árbol de las grandes flores amarillas, parasol de oro en el crepúsculo, el árbol de San Juan. 
José Inés Rápalo me llevó en su automóvil, a riesgo de cometer pecado -porque en San Pedro Sula está prohibido viajar en Jueves Santo- hacia un recodo en que el río Cristales hace reposar sus aguas en aquella huerta. 
La imaginación del trópico está allí derrochando el oro que se cuaja en los pétalos y en las hojas y que se derrama en todos los rincones como un banco floral. La paciencia del propietario de ese rincón edénico ha sido premiada con esplendidez. Hacía más de veinte años que, desde el Potomac, no me bañaba en el agua corriente de un río. Por todas las partes flores bermejas, áureas, purpúreas como pájaros de fabulosa hermosura. Corimbos, cálices, diademas, símbolos aquí y allá abrevando frescor de torrentera, asomándose a curiosear entre las bardas.
Y ahora, Usted también lo sabe.

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