Casi se nos ha hecho ya una costumbre contarles sobre las andanzas de nuestro máximo portaliras, y hoy no será la excepción. Del libro “Juan Ramón Molina, su obra y vida”, leemos:
Allá por el año 1903 habían ligado estrecha e inseparable amistad nuestro bardo y el escritor y orador Fernando Somoza Vivas. Se les veía juntos en todas partes y en especial al salir las estrellas. Su centro principal y favorito de acción era la ciudad de Comayagüela.
Un día domingo, poco antes de asomar el alba, pasaban los dos amigos por uno de los barrios apartados de aquella comunidad y, en una casucha de mala muerte, vieron un muertecito tendido sobre una mesa rústica. Su espíritu humanitario y cristiano les obligó a detenerse para incorporarse al velorio, pero se encontraron con que el pequeño muerto estaba completamente solo. Este hecho causó violenta indignación en el ánimo de nuestros héroes y decidieron adoptar al diminuto difunto y llevárselo consigo para hacerle un velorio que compensara la indiferencia de que había sido objeto por parte de sus progenitores. Hombres de acción, cargaron con la mesa y el cadáver y lo transportaron sobre sus hombros robustos hasta una habitación cerca del puente Mallol.
Los deudos del muertecito regresaron de abrir la sepultura y se encontraron sin muerto en casa, se armaron de palos y machetes y fueron en la búsqueda del infante. Siguiendo la pista dieron con el cuerpo del delito y se armó la gran trifulca entre los dueños legales del cadáver y los dueños de hecho. Intervino la policía y a base de justicia salomónica, las cosas quedaron en paz.
Todos quedaron satisfechos, menos el presidente, que lo era don Manuel Bonilla. Informado por don Fausto, que era hombre madrugador, de lo ocurrido, mandó a llamar a Juan Ramón y le notificó personalmente orden de arresto en el Palacio Nacional, que era entonces la residencia habitual del presidente de Honduras.
Nuestro gran poeta era coronel y subdirector de la Academia Militar, recién fundada entonces y quedó alojado en una pieza del palacio viejo, sobre el corredor que conduce al palacio nuevo y por el cual el presidente pasaba por lo menos cuatro veces al día. El general Bonilla se constituyó en esa forma en centinela de vista, parcialmente, y clavaba su mirada experta en el poeta, cada vez que por su jaula pasaba.
Y ahora, Usted también lo sabe.