Doña Marta Tomé Kalterherberg ha publicado en su página esta historia maravillosa que, con su permiso, reproduzco:
«En 1915, San Pedro Sula tuvo una de sus lluvias más copiosas, durante la cual se produjo un fenómeno curioso que quedó grabado por mucho tiempo en la mente de las personas que lo vivieron. Lo llamaron “la lluvia de pájaros” por la gran cantidad de aves de todos colores que cayeron con la tormenta.
La noche del 9 de octubre de 1915, los pobladores escucharon unos golpes secos en los techos de sus casas sin lograr saber de qué se trataba.
Había llovido día y noche sin cesar y solamente esperaban que cayeran granizos. El río de Piedras que atravesaba la comunidad bajaba embravecido de la montaña, pero sus aguas eran claras y no llegaban a debordarse.
El río formaba también unas quebraditas de las que se valían los vecinos para abastecerse de agua en verano, pero esa vez parecían confabularse para aumentar el diluvio. Una era la quebrada de El Benque, que desembocaba en una especie de pila localizada en la manzana formada por la novena y décima avenidas y la segunda y la cuarta calles del sector suroeste.
También estaba la quebrada Los Jutes, que pasaba por donde ahora está la farmacia Barletta en El Benque, dice don Roberto Rivera, que fue quien recogió el relato de generaciones anteriores.
El año anterior hubo una invasión de langostas y chapulines que casi oscurecía el cielo y ahora la tormenta mantenía sitiados en sus casas a los sampedranos.
1914 fue el año en que comenzó la Primera Guerra Mundial, y cuando las manchas de langostas llegaron arrasando en minutos los follajes de los árboles, los frijolares y las milpas, llegando a quebrar las ramas cuando se colgaban en los racimos.
Vecinos que vivieron en aquella época, como el fallecido don Gonzalo Luque, recordaban que las autoridades ordenaron hacer ruido con latas viejas y palos y hogueras para ahuyentar la terrible plaga. Para los niños, aquello se convirtió en una fiesta, pero los adultos estaban preocupados porque si se iban cien manchas, venían doscientas más.
La alcaldía ordenó hacer zanjas en los potreros, solares, guamiles y al lado de los caminos para depositar las larvas de insectos y quemarlas con petróleo antes de que echaran alas.
Ese año, el Gobierno tuvo que importar maíz de México porque la plaga terminó con todas las milpas, antes de desaparecer como había llegado.
Todavía estaban recordando los sampedranos aquella invasión de chapulines cuando se les vino encima el vendaval que trajo consigo una gran cantidad de pájaros provenientes del Golfo de México, donde habrían sido atrapados por las corrientes de aire.
Una de las versiones es que algún huracán que pasó por las costas de México y Belice los trajo y que, al aminorar la fuerza del viento y topar con las montañas, cayeron en la ciudad.
Al levantarse los vecinos después de aquella tormenta, se encontraron con que los techos de las casas, los solares y las calles estaban cubiertos de cientos de aves de variados colores: rojos, azul turquesa, negros, amarillos, blancos, cafés y matizados.
Daban la impresión de una alfombra tendida entre los remansos de agua.
La mayor parte de los pájaros estaban muertos, pero había muchos que sólo estaban golpeados o heridos. Algunos fueron a dar a las garras de los gatos y otros eran rescatados por los niños. Los ponían bajo latas que hacían sonar para que las ondas sonoras los revivieran, pero el método no siempre daba resultado.
Por ese tiempo se había instalado el primer restaurante de chinos en la ciudad, ante la mirada desconfiada de los pobladores que no estaban acostumbrados a ver orientales. Sin embargo, los cipotes comenzaron a verlos con más simpatía cuando ofrecieron pagarles seis centavos por cada pájaro que estuviera aún con vida.
Así compraron la mayoría de las aves que sobrevivieron a aquel fenómeno. Don Chalo Luque relató que él enjauló varias de las avecillas para prodigarles cuidados, pero murieron a los pocos días, tal vez porque no se aclimataron. San Pedro Sula era entonces una comunidad de unos cinco mil habitantes.”
Y ahora, Usted también lo sabe.