Don Luis Andrés Zúñiga nos dejó en este escrito que hoy les traigo una verdadera declaración de amor a la naturaleza:
Cantemos al árbol que es el más sumiso siervo del hombre. Cantemos al árbol que da madera para las liras y ramaje para que el dios Eolo entone sus canciones celestes. Cantemos al árbol que da madera para los holocaustos, para las lanzas de los héroes y para los templos de la paz.
Cantemos al árbol, hijo de la tierra y padre del fruto. Protector nuestro que da con sus ramos un báculo al peregrino y una sombra bienhechora al caminante.
Cantemos al árbol que dio maderas ilustres para las naves en que Jasón buscó al Cólquide y para las carabelas en que vino Colón.
Cantemos al árbol, que da maderas preciosas para los santuarios, para los palacios magníficos y para las cabañas de los pastores.
Cantemos al árbol, el Hermano Arbol, que nace, crece, que talvez ama, que muere como las criaturas humanas.
Cantemos al árbol donde las aves hacen sus palacios y entre cuyas frondas armoniosas resuenan más divinamente, como dirigidos al cielo, los cantos de los ruiseñores.
Estas eran las palabras de nuestros abuelos. Nuestros árboles siguen a la espera de nuestro cariño, el cual está hoy más cerca porque ahora, Usted también lo sabe.