De las plumas hondureñas que tanto nos hacen conocer de nuestras riquezas y bellezas, les traigo este escrito original de don Carlos Izaguirre:
Por entre pinares y robledales arribaron temprano de la tarde a Protección, en donde pasaron la noche para reanudar la marcha al día siguiente a la sombra de los pinares. Llegaron a la cuesta de “La Cuesta Grande” cuando el día empezaba a caldear el extensísimo valle de Comayagua, que daba en esos momentos la impresión de un inmenso mar cubierto de grandes copos de espuma, sobre cuya blancura caían, como una lluvia de oro, las claridades del sol.
Les señalaba el padre Santamaría el sitio donde queda Comayagua, el lugar en que se encuentra La Paz y los rincones en los cuales reposan quietamente los pueblos de Lejamaní y Ajuterique, Flores y La Villa. Se quedaron contemplando por largo rato el maravilloso espectáculo del valle de Comayagua, que parecía despertar en esos momentos de un embriagante sueño de pesadillas blancas y prúsicas. Se desvanecían los copos caprichosos en la embrujante cascada de los rayos áureos, e iban dejando claros de un color azul oscuro, dando la impresión de un precioso y delicado manto de encajes tendidos sobre las somnolencias de aquel inmenso valle. Pero el manto fue adquiriendo caprichosas tonalidades a medida que el sol vertía su hechizo sobre las faldas de las montañas que lo circundan o bien desparramábase sobre las cintas opalinas de los numerosos ríos que lo atraviesan.
La maravillosa sucesión de colores en que sobre el blanco de perla y nácar se entendían los desvanecimientos de lila, el rosado o el púrpura, combinándose fantásticamente con las acentuadas del azul en todas sus caprichosas evanescencias; las translúcidas del amarillo posándose sobre los espesos cortinajes de nubes que se elevaban perezosamente de las aguas de los ríos; los espectaculares matices rojos que revolotean sobre los vellones que se esfumaban en el espacio o los brochazos plomizos incrustándose en la pureza nívea de los nubarrones que danzaban sobre las crestas dentadas de las montañas, daban al valle de Comayagua un atractivo único por su primoroso colorido.
Y con estos poéticos pensamientos los dejo, porque ahora, Usted también lo sabe.