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EL NACIMIENTO DE NUESTRA POESÍA…

Aunque puede prestarse a diferentes opiniones, como todo, este texto de don Oscar Castañeda Batres, publicado en 2015 por Casasola Editores en Panorama de la Poesía Hondureña, sigue brindando luz al desarrollo de nuestras letras:

En el año de 1876 pareció haber llegado para el país la hora de la organización y de la estabilidad, al inaugurarse, por intervención de los gobiernos liberales de Guatemala y de El Salvador, el gobierno de Marco Aurelio Soto. Con éste —y principalmente por la influencia de su Ministro General, don Ramón Rosa, verdadero gran maestro de la juventud hondureña— llegó a Honduras una etapa de prosperidad y, con ella, el fomento de la educación y de las letras. El gobierno se preocupó, a la vez que por solucionar el problema cardinal de la tierra, por la organización administrativa, por fundar bibliotecas y archivos, hacer escribir las biografías de los próceres —obra cumbre de Rosa— y por becar a los más sobresalientes jóvenes de las provincias.

Preside el nacer poético —pues lo anterior era sólo leve esperanza— la presencia del poeta cubano José Joaquín Palma. Con él llegaron a Honduras auras románticas; y a él debemos los primeros cenáculos literarios. Se edita el primer libro de versos: Poesías del propio Palma (Tegucigalpa, 1882), que prologa Rosa e incluye una alocución de Soto, cultor también de la pluma. Palma mueve las conciencias, alaba, estimula, crea; canta a Tegucigalpa en recordadas décimas:

Bella, indolente, garrida

Tegucigalpa allá asoma…

La que propiamente merece el nombre de generación romántica surge en torno del poeta cubano. Características principales de la obra de esos poetas son, junto con su desmesurado sentimentalismo, cierto desaliño del idioma y pobreza en las imágenes, frutos de la minoría de edad, de la improvisación y de la influencia de los modelos románticos españoles. Se padecía —dirá más tarde don Esteban Guardiola— una decimomanía.

Manuel Molina Vijil (1853-1883) es, sin duda, la figura más destacada de esta generación. Palma lo elogió como poeta tierno y sentido. Con él se inicia el trágico desfile de los poetas hondureños suicidas: víctima de la locura, a pocos meses de casado, cuando ejercía exitosamente su profesión de médico, se suicidó, el 9 de marzo de 1883. El retrato que de él conozco lo muestra de complexión delgada, más bien demacrado y con cierto aire de alejamiento: la típica estampa romántica del poeta. Cantó la añoranza de la patria lejana y la del hogar; escribió odas cívicas; pero fueron sus versos pasionales los que lo hicieron popular:

Si en un jardín penetro, y en dulce arrobamiento

contemplo el casto broche de la naciente flor,

oculta entre sus hojas te finge el pensamiento,

mezclada en sus aromas la aroma de tu aliento,

que unidas se desprenden en húmedo vapor.

Ramón Reyes nutrió su poesía en Bécquer y en Byron; y en sus versos se presiente ya el tono modernista. Cultivó el ensayo y la oratoria; y pereció en una de nuestras tantas luchas civiles. En inspiradas estrofas cantó la muerte de Molina Vijil.

Cayó en la selva del elevado pino

al rudo embate del soberbio Noto…

¡Todos ignoran su fatal destino,

su porvenir ignoto!

………………………
Murió cantando en anchuroso río

el blanco cisne de rizadas plumas,

como mueren las rosas del estío

y pasan las espumas.

Es justo anotar en el haber poético de Reyes los asomos primeros de una poesía del paisaje propio. Hubiera sido el más logrado poeta de esta generación de no haberlo truncado el fusil fratricida.

Y ahora, Usted también lo sabe.

(Foto: José Joaquín Palma, Cubano)

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