Como veremos hoy, también la Inquisición y la actitud de los conquistadores tuvo su lado menos salvaje, podríamos incluso decir que mostraron lástima. Así nos lo contaba don Luis Mariñas Otero en “Honduras”:
Los indios tampoco estaban sometidos al Tribunal de la Inquisición por estimárseles aún insuficientemente preparados en materia de fe. El Tribunal centroamericano estaba en Guatemala y dependía del de Méjico; poco actuó en Centroamérica y sólo un irlandés, radicado en Sonsonate, fue condenado por el mismo. El primer representante de dicho Tribunal en Centroamérica fue don Diego de Carvajal, que llegó a Guatemala en febrero de 1572.
La exención de los indígenas a la jurisdicción de los tribunales religiosos nos sorprende por su carácter general y radical, tan extraño al espíritu de aquel tiempo.
Así, por ejemplo, en 1652 el alcalde mayor de Tegucigalpa siguió un juicio por brujería contra unos indios de la aldea de Teupasenti, a quienes su alcalde acusaba de hechicería, de haber dado muerte a cinco personas con maleficios y de canibalismo que confesaron en las víctimas. Su defensor, de nombre Juan Bautista de Meneses, alegó que los jueces de la Inquisición no juzgaban a los indios por su incapacidad y que no se les debía castigar, sino antes bien mirarlos con mucha atención y piedad.
El alcalde mayor prestó oídos a estos argumentos y, con gran lenidad, se limitó a imponerles la pena de cien azotes y destierro de Teupasenti. Dos siglos después, acusaciones similares contra los hermanos Cano, veteranos de los ejércitos de Morazán, llevaron a su fusilamiento en Ilama.
Claro, no hay que pasar por alto que muy pocas personas sobrevivían los cien azotes…
Y ahora, Usted también lo sabe.
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