El buen amigo Micky Andonie mantiene un sitio de internet, cuya visita es casi obligatoria para quienes gustamos de lo nuestro, con el sugestivo nombre de “leahonduras.com”. Ahí nos encontramos el libro de don Marco Antonio Rosa “La Tegucigalpa de mis recuerdos” de donde tomamos esta historia dominical:
Lo que deseo referirles es un cumulo de recuerdos casi ya borrados de mi mente, de una época en que Tegucigalpa apenas contaba con 30 años de ser Capital de la República, porque no debe olvidarse que esta ciudad fue declarada Capital en el año de 1880 por el Gobierno Reformador de Soto y Rosa; así que, permítanme hablar de lo poco que recuerdo desde 1910, cuando apenas yo era un niño.
Los límites de esta ciudad al oriente eran el Barrio del Guanacaste, que fue bautizado por el nombre de este árbol que estaba plantado en la terminación de esa calle, ya que entonces no existía puente, sino la corriente del Rio Chiquito.
Al poniente de la ciudad, el Barrio Abajo, formado por unas pocas casas de humilde construcción, cercadas estrechamente por robledales y pinos.
Al norte, La Leona, donde se alojan solo personas de pobre economía, así que era la parte mas desagradable de la ciudad. Me contaba mi madre que allá por 1905 ó 6, vino un alemán llamado Gustavo Walther, quien pronto estableció amistad con el General Manuel Bonilla, presidente de la República, y una vez que se encontraron en el Parque Central, el doctor Walther mirando hacia El Picacho, le manifestó al Mandatario que estaba dispuesto a establecerse en esta Capital, para prestar gratuitamente sus servicios como médico y, que deseaba comprar un terreno como de unas cinco manzanas, donde construiría una hermosa casa para habitación y despacho. El General Bonilla sonrió por la ocurrencia del alemán de irse a vivir a ese lugar tan agreste y lejano como las faldas de El Picacho. Además, le advirtió, que se aseguraba que en aquellos andurriales tenia su guarida
una Leona feroz que había devorado varias personas que se atrevieron a ir a ese extraviado lugar… Pero Walther se río y dijo que él era un buen tirador y que no temía a animal alguno y fue entonces cuando el Mandatario le cedió las manzanas de terreno que él solicitaba. Allí edifico una hermosa casa de piedra y lodo (sin utilizar la mezcla de cal y arena como se acostumbraba). Todos los albañiles capitalinos dijeron entonces que la casa se vendría abajo con los primeros aguaceros, pero el edificio después de más de medio siglo sigue en pie. Allí quedo establecida su vivienda y su clínica que años después fue muy visitada.
La vivienda sigue allí y con un saludo a sus descendientes que me honran con su amistad, ahora, usted también lo sabe.