Muchos piensan que el talento innato no necesita de más trabajo, que la perfección que algunos privilegiados alcanzan en su arte les llega como regalo divino para dejarlos disfrutar de la gloria terrena. No es así. Doña Emilia Romero de Valle, en su libro sobre su esposo, nos deja asomarnos a su proceso:
En 1907 se inició formalmente en la vida periodística. En la revista La Enseñanza Primaria de Tegucigalpa apareció el 31 de enero de ese año un artículo titulado La vainilla, que parece más bien una composición escolar. Luego aparecieron colaboraciones suyas en La Prensa, diario de Tegucigalpa y en la revista quincenal Honduras. Eran artículos ya biográficos, ya históricos. Los de La Prensa llevaban por título el de Efemérides y — característica que ha de conservar toda su vida — versaban sobre toda clase de temas interamericanos y, sólo por excepción, de asuntos europeos. El primero que conozco es el del 28 de mayo, sobre su pariente Ramón Rosa; el del 4 de julio fue consagrado a la independencia de los Estados Unidos, con gran elogio para el Congreso de Filadelfia, Jefferson y Washington; el del 18 de julio fue dedicado a don Benito Juárez — el artículo que lo trajo a México, según afirmaría años más tarde. Luego vinieron otros sobre Iturbide, Morazán, José Cecilio del Valle, Trinidad Cabanas, los guatemaltecos Justo Rufino Barrios y José Francisco Barrundia, el cubano Antonio Maceo, el argentino José de San Martín… Pertenece también a esta serie un artículo sobre don Miguel Hidalgo y Costilla, escrito el 30 de julio por el aniversario del fusilamiento del Cura de Dolores y que apareció el 5 de agosto, en el cual dice:
Las campanas de una humilde iglesia de México lanzaron al viento, en la noche del 15 de septiembre de 1810 sus argentinas notas que, semejando águilas escapadas de sus nidos, eran plegarias bélicas salidas del pecho de un pueblo sumido en el silencio de casi trescientos años. Los patriotas de aquella insurrección homérica se encontraban en inminente peligro, porque sus planes habían sido descubiertos por el gobierno virreinal. Cabecilla de esta sublevación titánica era Miguel Hidalgo, cura del pueblo de Dolores y sacerdote ilustrado y progresista, con cuyas hazañas portentosas conmovería al mundo y entusiasmaría a los ciudadanos del Orbe…
Y esto fue solo el inicio. Espero que sigamos deleitándonos con los frutos maravillosos que este hondureño bien nacido nos legó.
Y ahora, Usted también lo sabe.