De la gente buena, necesariamente quedan buenos recuerdos. Así nos lo demuestra nuestra historia de hoy, tomada de las páginas del libro de don Pompilio Ortega, “Patrios Lares”.
En Ojojona, a semejanza de Opoteca, que dio una familia de médicos, había otra en la que por herencia eran mecánicos: la familia Valladares. Con uno de éstos contrato la refundición de las campanas de la iglesia de La Merced de Tegucigalpa el presbítero José Trinidad Reyes, quien como todos los de su tipo no contaba con el metálico con qué indemnizar el trabajo. Cuando el señor Valladares presentó las obras y la cuenta, el padre Reyes sacó su cajita de caudales y la encontró completamente vacía. Contaba el mecánico que el padre se quedó como hipnotizado. Vacilante, se dirigió a una alacena de su humildemente amueblada sala y de ahí sacó una pieza metálica que puso en manos de Valladares diciendo: “Cámbiela, a ver si da lo necesario”. Aquella era una valiosa moneda de oro que valía mucho más que lo que él cobraba por su trabajo. Al volver donde el padre a devolverle el sobrante, contaba él que ni siquiera vio cuánto era, negándose a recibirlo diciendo: “Llévalo todo, que esa fue tu suerte”.
Bellas cosas son estas, pero solamente las puede apreciar el que cree en Dios y en su infinita providencia.
Y ahora, usted también lo sabe.