Como veremos hoy, siguiendo de nuevo las páginas de don William Wells en “Exploraciones y aventuras en Honduras”, la historia de las riquezas de nuestro suelo tiene muchos años de ser la misma, llena de miseria humana, tristeza y dolor:
Las vetas de cuarzo aurífero se ven frecuentemente en otras partes de Centro América, como en Olancho, pero en ninguna parte del continente, excepto en California y en Oregón, se han descubierto placeres de oro superiores a los que después vi en la región del Río Guayape. Las formaciones rocosas que había observado durante el día eran análogas, pero no idénticas, a las del Stanislaus y otros ríos. La diferencia de suelo se hace evidente en la vegetación más densa y más rica de esta región. Me inclino a considerar que las serranías de El Salto y Campamento son de formación más reciente y más cambiadas por interferencias volcánicas, que las de la Sierra Nevada. Las cumbres por las que habíamos pasado estaban integradas con una roca porosa de sílice, impropia para la vegetación, pero al descender las cuestas noté la formación de pizarra en estra- tos verticales, iguales a los que forman el lecho rocoso del Río Mokelumne, en California. Veía a menudo grandes lugares descubiertos, con una especie de piedra caliza en grandes capas y estratos, pero por lo general, quebradas en guijas y mezcladas con millones de pequeños pedazos de cuarzo, formando todo una masa como la llamada «pudding stone» (piedra budín).
En la ruta, a menudo se cruza por entre estas capas, donde un arroyo fluye desde las montañas y pasa a través de ellas; los lechos de los riachuelos están empedrados con guijas veteadas, en las que predomina el cuarzo blanco. Toda la vertiente de la serranía divisoria se halla formada por una mezcla de piedra caliza, cuarzo y pizarra. Cuando descendían nuestras bestias, con frecuencia se resbalaban sobre partículas lustrosas. Pero mis sencillos informantes muy pronto me dijeron que no sólo el Guayape era el único río que arrastraba oro en Olancho. Cada tributario montañoso, cada quebrada , cada cañón, decían, contiene depósitos del metal…
…L (el señor Lazo, N. del C.)… observaba mi mirada de asombro. «Estos», me dijo, «son los cavadores de oro.—¿No lo cree Ud., señor?»
«No», le repuse, «su historia, si no es enteramente fábula, lo cual no debo suponer, debe estar fundada en la experiencia, y sólo estaré complacido al verlo por mi mismo».
«Espere, entonces, a que lleguemos al pie de las montañas de Olancho».
Sin embargo, todavía tenía curiosidad para aprovecharme todo cuanto fuera posible de la presente oportunidad, y de nuevo me dirigí a las mujeres que parecían indiferentes, pero no renuentes a contestar a mis preguntas. Toqué despreciativamente los burdos trapos que parcialmente le cubrían las espaldas huesudas, y pregunté a una de ellas: «¿Por qué no compras, tú que sacas este oro?».
«Yo soy una vieja, señor; mis manos ya no son fuertes. No voy sino rara vez a las cañadas y a los ríos».
«Los viejos tiempos de la colonia se jueron para siempre», dijo otra, en apariencia la más vieja del grupo.
» ¿Pero qué fue del oro que se extrajo en aquellos tiempos?» «¿Es que acaso tenemos hijos a quienes mantener?»’, exclamó otra.
«La Iglesia», «La Santa Virgen», «Los Padres», dijeron de común acuerdo media docena de ellas, y persignándose apresuradamente, reasumieron su fumado como satisfechas de haber cumplido un gran deber.
Una vieja que estaba sentada un poco aparte, se volvió hacia mí cuando el resto calló y me dijo con una mirada socarrona: «Nosotros no enseriamos todo nuestro oro, señor!»
«¿Y por qué?», le pregunté.
Ella rió. «Nos lo roba el Gobierno!»
Y ahora, Usted también lo sabe.