Cuando uno va envejeciendo tiene la impresión de que el tiempo no ha pasado…hasta que el espejo nos muestra la realidad. Digo esto porque nunca fui fanático de los desfiles de septiembre, entre otras razones, por lo poco que tienen de cívicos. Pero esto no siempre fue así, y también don Marco Antonio Rosa, en su libro Embalsamando Recuerdos, nos deja asomarnos a tiempos ahora ya muy lejanos:
Desde donde comienzan mis recuerdos -y de esto hace ya sus añitos- el Gobierno Municipal ordenaba por medio de un “bando”, que en la primera semana de septiembre se blanquearan las casas y se procediera -en la parte que correspondía a cada una- a desherbar la calle (entonces éstas eran empedradas) en miras a que , en las celebraciones patrias, la ciudad resplandeciera con nitidez.
Como el Parque Central ha sido y sigue siendo lugar predilecto para esa clase de festividades, desde el 8 de septiembre (día de Mercedes) allá por 1907, las calles que convergen a dicho jardín, se adornaban con gallardetes de papelillo que se colocaban a todo lo ancho de las mismas. Fijaban banderines en los postes y parte alta de las esquinas de las casas, asimismo se engalanaba con pino en ramas la baranda del parque y “despiscado” en las vías de este jardín.
Las vísperas del gran día de la Patria, celebrase con paseo de la Banda de los Supremos Poderes, ejecutando alegres marchas por las principales calles capitalinas. Este recorrido sólo se detenía frente a Palacio y Casa Presidencial para que, a los acordes del himno nacional, se izara el pabellón de las 5 estrellas. Por la noche, en el Parque Central, el concierto y el cine público hacían las delicias de los concurrentes.
El mero 15 a las 6 de la mañana, el cañón con su potente voz despertaba al vecindario y, durante ese día, estas detonaciones sucedían cada hora. Entre 8 y 9 de la mañana, todas las escuelas y colegios se presentaban en el Jardín Morazán, para dar principio a las festividades cantando el himno de la Patria.
No faltaban en los corredores del Cabildo frente al Parque, o al pie de la estatua del Prócer, los oradores exaltando la efemérides de nuestra emancipación de España.
Después del último discurso oficial y a petición del pueblo y seguido por nutridos aplausos, subía a la tribuna el sempiterno “orador” Cubitas, hombre de baja estatura y contrahecho que, repitiendo palabra por palabra la alocución pronunciada en la capital salvadoreña el 15 de septiembre de 1882, por el orador más elocuente que Centroamérica ha escuchado: ¡Alvaro Contreras!.
El discurso que mencionamos al final terminó costándole la vida a don Alvaro, pero esa es otra historia y ahora, usted también lo sabe.
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