Como era de esperarse, el recorrido de don Oscar Castañeda Batres en su “Panorama de la Poesía Hondureña” llega al año 1935 y a una generación aparte en nuestras letras, la que él denomina “La Generación de la Dictadura”. Así iniciamos su lectura:
Vicente Alemán h. (1912) es, sin duda, el más alto temperamento de poeta que haya producido Honduras. Por la poesía sacrificó hasta el nombre: adoptó para ella el seudónimo de Claudio Barrera, en su juventud primera; y desde entonces yace insepulto Vicente Alemán h.
En Claudio la poesía no fue ocupación precoz: fue primero niño, adolescente, hombre; y, siéndolo ya, sintió madurar dentro de sí el Verbo. No hubo en su obra angustias postizas ni tragedias falsificadas ni rimas trasnochadas a los amores imposibles, con todo y ser bohemio impenitente. “Comencé esta inofensiva costumbre de publicar versos —escribe él— allá por el año de 1937, cuando tenía 25 años, vividos entre una euforia adolescente y huraña”.
En Tokio, en 1939, se edita su primer libro: La pregunta infinita, poema elegíaco a la memoria de Marco A. Ponce. Parece como que, simbólicamente, Claudio hubiera querido iniciar su canto recogiendo la poesía de allí donde quedó truncado el rumbo nuevo: atleta olímpico que recoge el fuego sagrado para seguir la carrera. El hilar perenne de Marco —esa angustia vital que nunca ha de abandonarlo— es su primera confesión:
yo también hilo y deshilo
suertes en copas de sal…
Tres años después (1942), publica en Honduras Brotes hondos, donde se augura ya una nueva tónica en nuestra lírica, un mensaje que no estaba antes en nuestra poesía. Luego, en México, en 1944, publica Cantos democráticos al general Morazán, albor primero de poesía ciudadana consciente en aquel clima feudal en que la palabra misma democracia estaba prohibida. Morazán es el pretexto —como lo será más tarde en mi libro La estrella vulnerada— para anunciar —la Segunda Guerra tocaba a su término y parecía que una nueva era empezaría para el mundo— el fin de la noche hondureña:
Veremos desde ahora, por todos los horarios de la tierra,
marcar la hora propicia con rumbo a tu llegada.
Vienes en un momento terrible a nuestra suerte,
porque se juega el mundo su carta ensangrentada.
Después de los Cantos democráticos vinieron: Fechas de sangre (San Salvador, 1946), Las liturgias del sueño (San José de Costa Rica, 1948), Recuento de la imagen (Tegucigalpa, 1951), El ballet de las guarias y La niña de Fuenterrosa (Tegucigalpa, 1952) y La estrella y la cruz (Tegucigalpa, 1953). Finalmente, hace pocos años, decidió editar un volumen de Poesía completa, que bien sabemos será el primer volumen de ella, porque a sus 47 años fecundos está muy lejos de la pregunta infinita.
Claudio ha definido a la poesía y al poeta en dos poemas de largo aliento. En uno de ellos (El poeta), nos dice:
El poeta está parado frente al Universo.
Su canto viene por la vértebra de los siglos
y tiene sangre y espíritu.
A los pies del poeta corre un río de sangre
y al nivel de su espíritu corre un río de sueño.
Doble ubicación que define: los pies en la tierra, donde los hombres acuchillan el dolor humano; la frente alzada, al nivel del ideal, refrescando el porvenir en un río de sueños. No hay torre de marfil, ni predestinación, ni signo aristocrático en el poeta; no es tampoco el mensajero de la voz divina, sino el eco del dolor humano:
Yo no vengo investido con el humo del alma
para engañar al hombre con el humo divino…
Si la poesía no tiene atributos misteriosos, sobra todo hermetismo; si es humana, si es del hombre debe ser clara:
Pues inmortal el verso, tiene que ser sencillo
y ser de calicanto y de acero y de arrullo,
para que en la grandeza de este verso que es mío
lo descifres y luego comprendas que es el tuyo.
Claudio ha escrito —en el Recuento Inicial de su Poesía completa— cómo en los tiempos de la tiranía “los poetas no tenían carta de ciudadanía, estaban desterrados, no figuraban en los puestos públicos de alguna importancia y menos en los movimientos políticos de alguna importancia y menos en los movimientos políticos del país. Quizá por esa vagabundería espiritual —comenta—, todos sentimos una agradable simpatía por las luchas de los obreros unidos de la tierra”.
Esa solidaridad —así, tan claramente entendida y que en él comenzó a expresarse en los años, preñados de presagios, de la guerra civil española— no ha de abandonarlo nunca. Probablemente su definición de poeta-hombre quedó mejor dicha que nunca en sus poemas Lo sublime y La doble canción. Dice en el primero de ellos:
Nada me que ya, todo es de mis hermanos;
desde la fuerza ruda de mis manos
hasta el ansia febril de mis ideas.
Todo lo dí a la vida. Todo! Todo!
Y he llegado a notar, maravillado,
que después de haber dado
mi fuerza, mi dolor y mi creencia,
todo lo he recibido
sin haberlo pedido.
Sin haberlo esperado,
todo ha llegado a mí.
Es el gesto supremo de la bondad divina;
la sublime verdad,
porque al brindarle todo a mis hermanos
se llenaron de lumbre mis dos manos,
plenas de eternidad.
Y en La Doble Canción:
Yo, sembrador de ideas,
Tú, sembrador de trigo,
tendamos nuestras manos al pobre que es amigo.
Busquemos el abrigo
de todas nuestras penas
en un inmenso abrazo…
Juntemos nuestras penas
para aterrar verdugos.
Tú, que amasas la carne de todos mis mendrugos,
en pago quiero darte la lumbre en tu camino:
Los dos somos muy fuertes,
Pero somos cobardes con un mismo destino.
Plenitud del hombre consciente de que el saber es la obligación de dar, y que haciéndolo encuentra la única eternidad verdadera; solidaridad del poeta con el hombre del músculo, que nace de la convicción de que un mismo destino los ata, de que juntos han de salvarse o perderse.
El sentimiento solidario de Claudio por el hombre —es natural— comienza por los más humildes. Canta a la India de América:
India que traes la pialera andina
de los novillos hoscos de los llanos
y apersogas el alma de los hombres
con tus mugrientos hijos en la espalda…;
Y ahora, Usted también lo sabe.
(Foto: Claudio Barrera)
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Porque el café es cultura.
La Estancia Café.