Con el desaparecimiento físico de Guillermo Anderson, nuestra música ha perdido uno de los pocos estandartes actuales que la distinguían a nivel internacional. Fue, en parte, su afán por mezclar los ritmos ancestrales lo que hizo diferente su expresión musical y, pese a las críticas que recibió en su momento, será también lo que la guarde en la memoria colectiva. De esos caminos que él recorría nos hablaba don Luis Mariñas Otero, en su “Acercamiento a la cultura de Honduras, allá por 1950:
La música folklórica es de una gran riqueza y variedad, siendo diferente según las zonas y según sea su carácter, coreográfico o ritual.
Se han estudiado poco, y las grabaciones de música folklórica son escasas, las principales han sido hechas por el profesor Ernesto Noyes de la Universidad de Tulane, y, en Honduras, por el doctor Enrique Guilbert Lozano.
La música folklórica es en su casi totalidad resultado de la hibridación cultural hispanoindígena, predominando, según las zonas, una u otra de ambas fuentes, casi nunca puras.
En ocasiones hay un predominio del elemento indígena, como se observa en el «guancasco» de los indios de lntibucá y de Yamaranguila, que consiste en las danzas que se realizan con canto de oraciones y letanías en las visitas recíprocas entre pueblos diferentes o amigos para fraternizar bajo la advocación de sus santos patronos respectivos. El origen no puede ser más hispánico, pero en la instrumentación entra el elemento indígena, ya que se usa el pito de carrizo de base pentatonal que toca ef «sifanero» acompañado por dos tunes, lo que produce un ritmo magnífico y solemne.
También es muestra de folklore hispanoindígena, de base religiosa y española, la «danza de la vara alta», pero su musicalización es prehispánica al igual que la «danza de los porongos», que se baila en Opatoro o la del «chililo», en Gualco.
Lo autóctono es también patente en actos rituales, como el baile «el reyto», de los zambos, que se realizan en rueda en torno a una hoguera bajo el son de los tambores y cuyo origen puede rastrearse en el»holkan okot» o «colomché» de los aztecas. Mientras que los indios sumos del caribe bailan el»tincute» al son de la flauta, danza que tiene un carácter más coreográfico que ritual.
De carácter más hispánico y menos autóctono son por el contrario, «el coyote» de la Sierra, «los huaxtecos» y «los negritos» de Ocotepeque y, sobre todo, la más interesante variedad folklórica hondureña, «el sique», adaptación criolla de la danza española, una jota con ritmo de vals vivo, en la misma forma que el corrido mexicano es también una adaptación a América del pasodoble español.
Y ahora, Usted también lo sabe.
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Porque el café es cultura.
La Estancia Café.
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